Diarios de Canela: Ancianos y cacharros

He de reconocer que tengo debilidad por la gente mayor. Desde cachorra siempre me ha gustado arrimarme a los abueletes con ánimo festivo.

Sebastián Puig Soler. 25/12/2014
Canela en el parque
Canela en el parque

He de reconocer que tengo debilidad por la gente mayor. Debe de ser algo genético, porque desde cachorra siempre me ha gustado arrimarme a los abueletes con ánimo festivo y sumiso, sin necesidad de mi obligatorio reconocimiento visual, olfativo y auditivo. Al verlos, incluso desde lejos, meneo rabo y trasero de forma muy graciosa y despliego por instinto una alegría llena de delicadeza, como si llevaran puesto el cartel de “muy frágil, tratar con cuidado”.

Para una perrita zalamera como yo, los abuelos resultan seres entrañables. Sus movimientos son lentos y previsibles, no alborotan, te miran desde lo alto con ternura y te malcrían a base de bien con caricias suaves, palabras amables y, sobre todo, con comida desviada de la despensa o del plato del día. ¿Cómo no quererlos? Comparto con ellos el placer de calentar los huesos a la solana y permanecer sentados en un banco por largo tiempo, masticando alguna golosina y atentos al transcurrir de la vida a nuestro alrededor.

Los perros nos acomodamos bien a esa cadencia. Somos fantásticos compañeros de silencio, sin nada que contar salvo la certidumbre de nuestra amistad entregada y antigua, deliciosa como un gran reserva.

En mi barrio, cuanto más grande sea el vehículo, mejor.

No obstante, en North Bethesda no se ven abuelos sentados en bancos de parques o jardines a los que hacer carantoñas. En primer lugar, porque tales bancos no abundan debido a la intemperie, que suele ser poco clemente con las articulaciones veteranas. Además, la vida en estas extensas zonas residenciales hace que los desplazamientos a pie sean complicados. Por tanto, los norteamericanos siguen utilizando intensamente durante su ancianidad esa prótesis mecánica con ruedas que les implantaron a los 16 años: su coche. Y en mi barrio, cuanto más grande sea el vehículo, mejor.

En mi presentación vecinal ya les nombré a un tal Matusa ©. Mi amo lo bautizó así porque, a ojo de buen cubero, se le puedan echar 100 años sin dificultad. Lo conocimos una tarde mientras íbamos a recoger el correo del buzón. Aquel día tuvimos que dejar paso a un enorme Suburban negro de cristales tintados como el de la foto, aparecido de la nada como una orca en orillas árticas a la caza de focas despistadas. El coche se detuvo en la entrada de un garaje cercano, y de él no salió un agente del FBI como cabría esperar, sino que se despeñó (literalmente, dada la altura del cacharro) el hombre más viejo que había conocido en mi vida perruna.

Matusa © es un anciano judío, de estatura media, delgadísimo, más seco y arrugado que una pasa. Su delgadez, no obstante, tiene la reciedumbre de la mojama y esconde nervio, una mente lúcida y una voluntad invencible de persistir pese a las limitaciones físicas. El día que lo conocimos empezó a sacar de su enorme todo terreno varias bolsas cargadas de comida. Cada bolsa parecía hacer peligrar aquel delicado andamiaje de huesos y pellejo, por lo que mi amo se ofreció a descargarlas y llevarlas hasta la casa. Yo estaba encantada con tan venerable caballero y me acerqué a saludar con mi mejor disposición. Agradeció la ayuda con un hilo de voz y una sonrisa, y recompensó mi zalamería con una chuche perruna ¡que tenía en un bolsillo del pantalón! (a saber desde cuándo, aunque no me importa, the older the better). Desde entonces, Matusa © lidera el top ten de mis preferencias vecinales. Siempre que le veo me desparramo toda.

Canela Navideña

El caso es que resulta muy normal contemplar señores y señoras de edades muy avanzadas desplazándose por las rutas de Maryland con sus paquidermos rodantes. Los veo andar por la urbanización con paso vacilante y la mirada clavada en el suelo, atentos a peligrosos obstáculos, pero acto seguido se encaraman a sus enormes automóviles y se transforman. A menudo no puedo ni divisarlos al volante.

Dice mi amo que le recuerdan a pequeños y arrugados K?ji Kabuto y Sayaka Yumi, pilotando sus poderosos Mazinger Z y Afrodita A en medio de la hostil jungla urbana. Los SUV y sedanes sobredimensionados son como exoesqueletos que les protegen de especímenes humanos más jóvenes, rápidos y ágiles. Creo que algo de eso hay, porque a ver quién es el guapo que le tose a Matusa © cuando navega con su Chevrolet de 355 caballos y 3.400 kilos de peso a 55 millas por hora por la Interstate 495, canosa cabellera al viento.

Postada: me recuerda mi amo que, como perra educada que soy, les felicite la Navidad y les desee una gran entrada de año. Que así sea, y no se olviden de también de amar mucho a sus mascotas, respetarlas y NO abandonarlas. Ellas NUNCA lo harían.

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