¡No sin mi peluche!

No es un capricho, la relación que los niños establecen con algunos objetos responde a necesidades evolutivas.

Ana Villarrubia. 26/02/2015
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Las razones de la cálida relación de los niños con sus objetos son psicológicas

¿Por qué ese apego tan grande de los más pequeños hacia determinados objetos? ¿Por qué hay algunas de sus cosas sin las cuales no pueden salir de casa? No se trata de un capricho, y mucho menos aún de una elección de los padres. Las razones de tan cálida relación son psicológicas y el apego a este tipo de objetos, llamados objetos transicionales, responde a una necesidad natural.

Cuando el niño nace normalmente es la madre quien se convierte en su figura de apego: a través de su cuidador más cercano el niño satisface todas sus necesidades básicas y empieza a relacionarse con otros individuos de su misma especie. Tal y como el bebé percibe las cosas, es decir, en la realidad subjetiva del recién nacido, la madre y él son uno mismo. El aparato psíquico del bebé no está preparado para concebir un “yo” y un “tú” diferenciados; no discrimina entre un “mundo interno” (subjetivo, mental o imaginado) y un “mundo externo” (material, objetivo o aprehensible). Esa diferenciación se construye a lo largo de todo un proceso evolutivo, se produce en el contexto de un adecuado desarrollo psicológico, cognitivo y social.

El objeto transicional de Charlie Brown era su mantita
El objeto transicional de Charlie Brown era su mantita

El objeto transicional forma parte de ese proceso. Cuando surge esa relación especial representa un síntoma de esa experiencia particular del bebé, que va diferenciando su mundo interno del mundo que le rodea, saliendo progresivamente del absoluto narcisismo que le caracteriza. En esta etapa de diferenciación, que comienza a gestarse a partir del cuarto o sexto mes de vida y no suele finalizar ante de los 3 ó 4 años de edad, el bebé se mueve en un campo intermedio entre la subjetividad más absoluta y la percepción de una realidad externa y ajena a sí mismo.

Esta zona de desarrollo intermedia e intersubjetiva se materializa de manera muy ilustrativa en la relación con el objeto transicional elegido. Para el bebé en ese periodo evolutivo, la existencia de este objeto no es explicable por completo ni de acuerdo a su absoluta subjetividad interna (pues el objeto existe también para otros, no es imaginado) ni en base a la objetividad material más absoluta (pues el objeto es mucho más y representa mucho más de lo que puede observarse). Es decir, el peluche no es ni yo mismo ni exterior a mi mismo, pues posee características subjetivas (representa subjetivamente la seguridad que proporciona la figura de apego, la protección, la calma) y a la vez objetivas (es un estímulo externo material que puedo manipular a mi antojo).

Peluches Trudi. Haz clic para comprarlos
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El bebé renuncia así a la protección omnipotente y omnipresente de su madre que en un comienzo percibe y a través del objeto transicional se dota de la seguridad suficiente como para explorar un mundo desconocido sin sentirse absolutamente desprotegido. Es como si, en cierto modo, el objeto transicional supusiera una extensión del entorno seguro que proporciona la madre, una extensión portátil que le permite explorar el mundo sin sentirse totalmente vulnerable ante él.

Por eso los objetos pueden ser variados: pañuelos, chupetes, mantas, peluches, muñecos, o incluso trapos como en el caso del personaje Charlie Brown. Pero, eso sí, todos ellos reúnen características comunes y fundamentales para ser elegidos como objetos trasnacionales: son poseídos por el pequeño, son manipulados por el pequeño, conservan olores o asociaciones que evocan a la madre y proporcionan tranquilidad, seguridad y confianza. Los fabricantes de peluches, como los adorables muñecos de Trudi, lo saben muy bien y se esfuerzan por fabricar pequeñas reproducciones de felpa cada vez más suaves, que puedan ser asidas y manejadas cómodamente por unas manos diminutas y que a la vez puedan impregnarse fácilmente de olores evocadores.

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