¿Por qué es importante pertenecer a grupos sociales?

Sin los demás no somos nada. ¿Sabes por qué las personas tenemos la necesidad de rodearnos de otros?

Ana Villarrubia. 12/03/2015
Foto Unsplash @jmvillejo

Ese “sin ti no soy nada” que un día le dijimos a un amigo cercano es muy sabio. Los seres humanos tenemos una tendencia generalizada a buscar la compañía de los otros. Es innegable que nuestra especie (como otras especies animales de hecho) tiene una atracción fatal por el grupo, la pertenencia, la masa. Max Weber, Emile Durkheim o Lev S. Vygotsky son sólo algunos ejemplos representativos de estudiosos y teóricos de las ciencias sociales que ponen de manifiesto la relevancia de la pertenencia de las personas a entidades supraindividuales.

Colectivos ideológicos, asociaciones culturales, grupos profesionales, clubs deportivos o clubs sociales; si alguien a quien estamos conociendo nos pregunta sobre nosotros mismos, es habitual que en medio de toda una serie de adjetivos calificativos incluyamos la pertenencia a varios grupos como definición de nuestra propia singularidad: “madridista”, “español”, “católico”, “carlista”, “vegano”, “pro-vida”, “cervantista”, “socialista” o hasta “seguidor de Justin Bieber”. El grupo nos importa y el grupo nos define. 

Los grupos excesivamente endogámicos, con líderes inseguros, promuevan el rechazo al diferente. Foto Unsplash @mertkahveci

Nos sentimos seguros rodeados de gente

La etología nos aporta numerosas pruebas de las muchas ventajas que la vida en grupo tiene para garantizar la supervivencia de la especie pero, por encima en la escala evolutiva, si algo ha permitido al ser humano convertirse en el animal que ha llegado a ser, eso es el desarrollo de la mente. Y éste depende directamente de la vida social. Las personas somos biológicamente sensibles a otros individuos y su compañía nos produce seguridad. Como animales gregarios dotados de conciencia que somos, los demás nos aprueban o nos censuran, nos generan emociones, nos hacen sentir deberes y nos provocan culpas.

Tan sólo en grupos heterogéneos. Es decir, rodeados de otros que son como nosotros y a la vez distintos de nosotros mismos, racionalizamos el mundo en el que vivimos. Sin otros no hay conciencia. Y, de paso, reducimos así una de nuestras mayores fuentes de ansiedad y temor: la incertidumbre. De aquí que grupos excesivamente endogámicos, con líderes inseguros, promuevan el rechazo al diferente. Como otros grupos animales, instintivamente podemos llegar a temer al desconocido y rechazar al intruso. Precisamente esta es la base del calamitoso argumentario “genético” de grupos racistas, sectarios  o nacionalistas radiales.

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Imagen de la película sobre el ‘Niño Salvaje’ basada en la historia de Victor de Aveyron

Pertenecer a otros grupos sociales para compartir y conectar

Lejos de ser negativa, la heterogeneidad de los grupos sociales en los que nos organizamos nos lleva a compartir conocimientos. También a enriquecernos culturalmente y favorecer el desarrollo. El aprendizaje vicario, sin ir más lejos, no es posible sin un “otro” con quien existe un mínimo vínculo o que genera una mínima curiosidad o motivación. Y con el otro también surge el maravilloso fenómeno de la empatía que nos acerca y nos conecta a nuestros iguales con una profundidad incomparable.

La gregariedad satisface así tanto instintos primitivos como necesidades de orden superior. Las personas necesitamos de la presencia de otros para desarrollar nuestra estructura psíquica y nuestra personalidad. Casos como el del famosísimo Víctor de Aveyron, privado de toda estimulación social en sus primeros años de desarrollo y conocido como el “enfant sauvage”, ilustran el elevadísimo coste de la soledad para el ser humano. En palabras de Pinel, el médico que atendió al “niño salvaje” en un primer momento, internado en un hospital psiquiátrico: sin capacidad de atención, privado de discernimiento y desprovisto de todo recurso comunicativo, “su existencia quedaba reducida a una vida puramente animal”.

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