La muerte se moderniza y se convierte en diseño

«Si vis pacem, para bellum» será la sentencia romana que Freud asocie con un «Si quieres la vida, prepara la muerte». El psicoanálisis estudia la muerte desde siempre, tal vez porque supone esa realidad o verdad (única) que nos acompaña desde el nacimiento.

“La muerte desafía esa inteligencia que nos incita a creer que somos infinitos”, explica el psicólogo de corte psicoanalítica Raúl G.  Gómez. El misterio de la muerte ha sido abordado de formas muy diferentes en Oriente y Occidente, pero es una constante sin resolver en las distintas culturas a pesar de nuestras facultades superiores:  “El conocimiento sirve para aprender a morir y para distinguir lo que podemos llegar a saber, de aquello que no sabremos nunca. Lo primero nos quita el miedo, y lo segundo, ahorra dolor”. 

¿Por qué no aceptar la muerte, si es lo único certero de la vida? “El problema es que no existe una idea de lo necesario que es educar para la muerte”, explica el experto. “Tenemos la falsa creencia de que hablar de la muerte es alentarla, incitarla, provocarla, y es justo lo contrario. Hablar de la muerte es aceptarla como parte de la vida, que es lo que le da sentido”. 

La muerte ha inspirado a lo largo de la historia todo un culto artístico vinculado a lo religioso a través de monumentos que existen desde nuestros ancestros y que se han ido transformando, evolucionando e involucionando según las modas: los que fueran mausoleos familiares se han tornado nichos compartidos con la modernidad, que parece darle menos importancia a tener un lugar físico al que puedan asistir nuestros descendientes a rezar o a rendirnos un pequeño tributo en forma de visita.

Asumimos que no habrá visitas en nuestra tumba y quizá por ello cada vez se recurre más a la incineración y a unas cenizas con frecuencia volcadas de su urna (e incluso con su urna) de forma clandestina en lugares prohibidos por decreto-ley y que chocan con la voluntad del propio muerto, que en su día afirmó el deseo de descansar eternamente en aguas del Mediterráneo o en el estanque del parque del Buen Retiro que le vio crecer.

Casi todos hablamos de cómo deseamos transformar la materia de nuestro cuerpo una vez vayamos a desaparecer. Ahora el proceso se moderniza, porque debemos tener en cuenta no sólo nuestra muerte carnal, sino también el fin de nuestra vida digital, para que nuestra huella en la red sea respetuosa y se quede con lo que queramos decir de nosotros mismos o de nuestros seres queridos.

El negocio en el sector funerario también ha de evolucionar y dar opciones a los muertos de hoy. De hecho, lo hace:  ya se puede optar por la conservación del cuerpo en un formato discreto y minimalista que bien puede considerarse de diseño. 

Esta opción se llama Omneo y es fruto de la última innovación dentro del sector funerario. Un Omneo es el prisma hecho con las propias cenizas mezcladas con ciertos materiales para crear una forma discretamente artística, que se protegerá dentro de una caja de elegancia minimalista. Su creador, Bruno Mezcua, formado en Bellas Artes, es un escultor de prestigio relacionado con el  negocio funerario y que pretende dar una solución que “hable el lenguaje de nuestro tiempo”. El colmo de la modernidad es que va vinculado a una red social que puede haber preparado la propia persona en vida o estar manejada por los parientes responsables del prisma mortuorio. Las opciones se multiplican también después de morir. Lo importante es asumir que va a suceder.