Viajes perrunos: Viva Las Vegas
Llegamos al "Corazón salvaje del sueño americano", un oasis de neón que bien merece un viaje.
Se han escrito ríos de tinta y filmado cientos de miles de kilómetros de celuloide sobre Las Vegas, ese oasis de neón al que se llega cruzando el desierto de Nevada. Hunter S. Thomson, famoso periodista y autor de la perturbadora y contracultural “Miedo y Asco en Las Vegas”, escribió que Las Vegas es el corazón salvaje del sueño americano. En efecto, ese aura mítica de ciudad insomne y desenfrenada donde uno puede conseguir todo aquello que se pueda permitir, es la que todos los años, desde los ya lejanos 40, atrae a millones de visitantes de Estados Unidos y del resto del mundo.
Todo ello, sin olvidar la celebración continua de grandes eventos empresariales. Los números de la ciudad son apabullantes: en 2014, Las Vegas acogió a más de 41 millones de visitantes, tuvo más de cinco millones de asistentes a las 22.103 convenciones celebradas e ingresó 9.600 millones de dólares sólo con el juego, de los cuales 6.400 se generaron en los famosos 6 Kilómetros de Oro del llamado Strip. La pera.
Las Vegas no deja indiferente
Uno acaba amándola u odiándola, pero supone un lugar de paso casi obligado para el viajero en tierras norteamericanas por su carácter único e irrepetible. Su condición de puro artificio de la creación humana, de icono, de punto convergente de todas las desinhibiciones, la hacen idónea tanto para quien busca sumergirse voluntariamente en la vorágine como para quien acude de espectador o investigador curioso de la naturaleza humana. Rebecca Solnit, en su fantástico ensayo “Wanderlust, Una Historia Del Caminar”, describe muy bien ese impulso: “Las Vegas sugiere que la sed por los lugares, las ciudades y los jardines y la naturaleza salvaje sigue siendo insaciable, que la gente todavía persigue la experiencia de vagar a cielo abierto para examinar la arquitectura, los espectáculos, las mercancía a la venta, que todavía ansía encontrarse con sorpresas y con extraños”.
Y es así. El recién llegado entra de golpe en un mundo nuevo y absorbente, casi extraterrestre, preñado de olores, sonidos, luces y personas, que en un primer momento resulta incluso mareante. En nuestro caso, lo teníamos muy claro: ya que estábamos de paso, decidimos hacerlo a lo grande y dejarnos encandilar por la ciudad. Y pocas cosas más rutilantes en Las Vegas que el maravilloso Bellagio, paradigma del lujo y la elegancia. Al puro estilo americano, claro está.
El Bellagio, una parada obligada en Las Vegas
El hotel casino Bellagio, para los que no han estado nunca en la ciudad del pecado, es famoso, entre muchas otras cosas, por el ser uno de los objetivos de los ladrones de guante blanco de la película Ocean’s Eleven, la exitosa película de 2001 dirigida por Steven Soderbergh y protagonizada por George Clooney, Brad Pitt, Matt Damon, Andy García y Julia Roberts, que a su vez fue un remake del film homónimo de 1960 protagonizado por los famosos Rat Pack, verdaderos mitos de Las Vegas. El hotel, siguiendo la línea temática de los establecimientos del lugar, se construyó inspirándose en la elegancia italiana de la bellísima villa de Bellagio y sus resorts a las orillas del Lago Como, en Italia.
Todo en el Bellagio trata de transmitir calidad y lujo, ya desde el amplísimo vestíbulo que da entrada al casino, siguiendo por las habitaciones, los exquisitos restaurantes y las deslumbrantes galerías adyacentes (Via Bellagio, Via Fiore, Promenade), con establecimientos punteros del lujo mundial: Breguet, Chanel, Dior, Fendi, Giorgio Armani, Gucci, Hermès, Louis Vuitton, Prada, Tiffany & Co… Es difícil no sentirse especial allí, aunque sea por un par de jornadas. Mención aparte merecen su fantástica piscina y, por supuesto, su enorme lago artificial con sus muy famosas fuentes musicales. El servicio, por otra parte, es exquisito. Ni un pero que objetar durante nuestra estancia.
Una ciudad para dejarse llevar
Más allá del Bellagio, hay que dejarse llevar por la noche de Las Vegas y vagar sin rumbo por el Strip, absorbiendo oropeles y artificiosidades. Así, el viajero recorre Paris Las Vegas con su increíble réplica de la Torre Eiffel; el hotel Luxor, enorme pirámide con esfinge y momia incluidas; y también el Excalibur, el MGM Grand, el espectacular Venetian, el Caesar Palace… Todos abiertos al visitante curioso, todos repletos de todo: casinos (por supuesto), luminarias, tiendas, restaurantes y, por supuesto shows, muchos, grandes shows, como no podía ser de otra forma: conciertos, musicales, cabarets, magia, lo que uno sea capaz de imaginar.
De nuevo, el Bellagio se lleva la palma con que el que ha sido considerado durante muchos años el mejor espectáculo de la ciudad: “O” del Cirque du Soleil. Un prodigio de música, danza, humor, acrobacia, ingeniería y embrujo visual que nos dejó un recuerdo inolvidable y que no deberían dejar de ver si visitan la ciudad.
Todo un mundo de posibilidades
¿Y qué más? Pues todo lo que quieran y puedan pagar, por supuesto. Celebrar banquetes, desfiles privados de modelos de alta costura, fiestas temáticas, locas o distinguidas; asistir a grandes certámenes tecnológicos, de moda y de negocios; visitar museos extravagantes; recorrer la ciudad a caballo, en limusina, deportivo, Harley o helicóptero; casarse vestido de Elvis, de Marilyn, de Batman, de Sinatra, de Superman o Chica Maravillosa para después divorciarse y bautizarse en el rito de La Fuerza y, por encima de todo, jugar, jugar, jugar y jugar más allá de los amaneceres, hasta que el sentido común o el sinsentido determinen huida, fortuna o bancarrota.
Se cuenta que Eros, Tánatos, Afrodita, Dionisos, Hermes, Zeus, Hades y Perséfone se juegan todas las noches en una timba olímpica de póker el destino de las almas pululantes de Las Vegas. Por eso es mejor, como los buenos ladrones de Ocean´s Eleven, despedirse de ella discretamente y en silencio, no sin cierta melancolía, dejando que las fuentes musicales del Bellagio limpien nuestra conciencia y guarden para siempre el secreto de que una vez fuimos todo lo excesivos, artificiosos y mundanos que nos permitimos ser.