¿Sabes cuánto cuesta el monoplaza de Alonso?

Hace apenas unos días en Melbourne (Australia) se alzó el telón de uno de los espectáculos más grandiosos del deporte, el Mundial de Fórmula 1. Es la edición número 67 desde que en 1950 se puso en marcha un campeonato que mide la capacidad individual de los pilotos, pero que en realidad es un escaparate para las grandes escuderías y marcas de automóviles que ponen al servicio del espectáculo toda su ingeniería, sus medios y avances, adornados por escalofriantes presupuestos. Pero, ¿cuánto cuesta un Fórmula 1? ¿Cuánto ganan los mejores pilotos? ¿Cuántas personas trabajan para poner a punto un monoplaza?

Adentrarse en el terreno de la gran competición automovilística es entrar de lleno en un submundo donde el dinero, el lujo y la tecnología nos ofrecen una panorámica de un deporte creado por y para el espectáculo. Poco importa que la competición se vea envuelta en una absurda e inexplicable maraña reglamentaria y que tengamos la sensación de que necesita con urgencia reinventarse para subsistir, porque cuando se apaga el semáforo, cuando se encienden los motores, lo único que cuenta es pisar el acelerador a fondo y que el coche aguante hasta el final.

Un monoplaza de Fórmula 1, uno de los 22 que conforman la parrilla de salida de cada Gran Premio, viene a costar del orden de 6 millones de euros. Una cifra astronómica donde el motor, la maquinaria más desarrollada del planeta, es el eje fundamental del proyecto y cuyo precio está en torno a los 250.000 euros por unidad, que hay que multiplicar por ocho, que es el número de motores utilizados durante la temporada por cada piloto. A partir de ahí, nos sumergimos en el mundo de las más de 60.000 piezas que conforman esa joya de la ingeniería y la aerodinámica y que necesitan horas y horas de trabajo, de esfuerzo y estudio para ser ensambladas en el lugar apropiado.

La caja de cambios es otro componente fundamental en la estructura del vehículo y puede soportar entre 2.500 y 4.000 cambios de marcha por cada carrera. Su valor está en torno a los 120.000 euros por unidad. El volante, fabricado a medida según la anatomía de cada piloto y cuyo precio se sitúa en 30.000 euros; el monocasco o chásis, de fibra de carbono y titanio, hasta alcanzar 105.000 euros por cada uno; los frenos, alerones, transmisión, software de telemetría, hasta llegar a los neumáticos, el último punto de contacto entre monoplaza y asfalto y pieza clave en la resolución de muchas carreras, con una vida media de 180 kilómetros y cuyo precio por unidad alcanza los 480 euros.

Una vez terminado el vehículo, cuyo peso sin combustible alcanza los 700 kilos, entre 40 y 80 personas, mecánicos, ingenieros, auxiliares… cuidan en cada carrera de cada uno de los monoplazas y los pilotos. Aunque son cientos, en algunos casos miles, los que en las distintas fábricas trabajan para el presente y sobre todo para el futuro. Los presupuestos de los equipos oscilan entre los 50 y los 300 millones de euros y sólo poner en pista y mantener un fórmula 1 en competición durante una temporada requiere un gasto mínimo cercano a los 40 millones de euros.

Y quedan los pilotos, las personas que tienen que hacer buena la inversión y el trabajo de tanta gente durante años. Según la revista especializada Business Book, el piloto británico Lewis Hamilton, con 50 millones de euros anuales, es el mejor pagado de la parrilla, con el super contrato que acaba de firmar y que le mantendrá ligado a la escudería Mercedes hasta 2018. Le siguen en el ranking el asturiano Fernando Alonso, bicampeón del mundo, con 35 millones anuales; el alemán de Ferrari Sebastian Vettel, con 28 y el también piloto de Ferrari, el finlandés Kimi Raikkonen, con 18 millones de euros.

Un mundo de lujo y ostentación donde el dinero se mueve con entusiasmo, en el que importa mucho más la imagen del producto que el precio que haya que pagar por él y que en muchas ocasiones dibuja la sensación de agotamiento, hastío y estancamiento. Una sensación de necesitar cambios, de renovarse para no ser arrastrado por la corriente inmovilista. Una peligrosa señal de alarma que parece actuar de freno, hasta que el semáforo se apaga y todo vuelve a desarrollarse a la máxima velocidad.