#CloseTo Iván Mañero: «Mi profesión une arte y técnica»

Hablamos con el mejor cirujano plástico de España, que consigue con su talento dar una nueva vida a muchas personas y sanar unas mentes que no les dejan crecer en armonía.

Amalia Enríquez. 08/11/2016

Hay personas que llegan a tu vida para enriquecerla. Yo le llamaría “regalo del destino”, pero Iván Mañero me convencería de que todo depende de la serendipia. De niño apuntaba para arquitecto, pero la vida le cambió el rumbo y, en lugar de levantar edificios, lo que consigue con su talento es diseñar seres humanos, reconstruirlos, darles una nueva vida y sanar, de paso, una mente que no les deja crecer en armonía. Conversar con él es sinónimo de perder la noción del tiempo. Sintetizar todas sus vivencias es tarea difícil que no sé si he conseguido…

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La foto de la portada de este artículo se hizo así.

The Luxonomist: Tengo la sensación que será imposible “pasar de puntillas” de la medicina en esta conversación…
Iván Mañero: No me cuesta nada no hablar de medicina. Me considero muy humanista, así que podemos hablar de lo que quieras. Siempre ha habido vida más allá de la medicina, es algo que siempre he tenido claro. La medicina es una pasión y una forma de vida, pero no la vida.

TL: ¿En dónde queda la vocación?
IM: Bueno, debe ser una vocación. El sistema sanitario español solo se concibe si es por vocación.

TL: ¿Qué porcentaje hay en ti de pasión, vocación, trabajo?
IM: Vocación 40 %, pasión 20 % y el resto, el otro 40 %, trabajo.

TL: Me sorprende el bajo índice de pasión…
IM: Mi profesión es vocación y trabajo. La pasión la reservo para mis cosas más íntimas.

TL: Tu profesión o la mía, sin pasión, es difícil de gestionar porque son ingratas muchas veces…
Es cierto, pero yo la soporto por la vocación. Cuando estoy agotado, llevo 20 horas operando, me llaman estando en casa porque un paciente me requiere, vuelvo a salir sin pensarlo, a pesar de preferir relajarme en mi casa ¡eso es vocación!, no pasión. Pasión la tengo por mis hijos.

TL: Pero son sentimientos distintos, no se pueden comparar…
Obviamente lo son. También los amores son distintos. Cuando te preguntan si quieres más a tus hijos o a tu pareja, los quieres igual porque son amores diferentes y no comparables.

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En África, en su orfanato, Iván toma conciencia de lo que es la felicidad.

TL: ¿Eres de los que jugabas a los médicos de niño?
No, mi historia me da mucha pena porque mis hijos ya no la van a poder tener igual, porque yo era de esos niños que bajaban a la calle a jugar con una lata, con las chapas, las canicas, al escondite o a sota/caballo/rey. Había mucha fraternidad, jugábamos al Monopoli entre todos. Eso, mis hijos no lo vivirán porque están en el mundo de las tablets, la informática e Internet”.

TL: ¿Cuándo intuyes de pequeño que lo tuyo es, no tanto salvar vidas, como mejorar esas vidas?
Ese punto lo tengo muy claro y mi madre me lo recuerda perfectamente. Siempre estaba pendiente de los animales. Tenía pasión por los seres vivos, por la vida en general. Antes de pensar en ser médico y curar a personas, lo que te apasiona es que las cosas vivan. Al margen de los animales, me encantaba dibujar. Era otra de mis pasiones. En mi familia hay artistas, hay escultores. En mí se juntaron ambas pasiones, la arquitectura y la medicina. Me decidí por esta última y di en el clavo, porque acerté con mi profesión que une arte y técnica.

TL: ¿Cuál fue ese punto de inflexión que te hizo decidir la especialidad?
Hay un momento en la carrera que te gusta lo difícil, la neurocirugía, otro en el que te seducen los retos como los trasplantes y, en un determinado momento, te das cuenta que en la medicina hay una parte artística y descubres la cirugía plástica. Mi punto de inflexión fue un viaje a Brasil, en el que descubro un país tercermundista, con mucha violencia y muchos accidentes. Me encuentro con un lugar en el que reconstruyen la figura humana. Y ahí me empiezo a interesar por una disciplina, que es ahora la mía, que nace desde la miseria humana. Y me explico. Hay unos señores que, después de la I Guerra Mundial, hacen una II Guerra Mundial y deciden que les es más rentable, en lugar de matar y asesinar, herir y mutilar. Pasan de tener armas asesinas a  armas mutilantes. Cuando acaba esa II Guerra, se dan cuenta que llegan cantidad de veteranos quemados, mutilados, amputados, desfigurados y ¿eso quién lo arregla ahora? Entonces nace una disciplina que se centra en la reconstrucción del ser humano, la figura humana. Y ahí empieza mi especialidad.

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Un apasionado de los seres vivos y de la vida en general.

TL: Y te conviertes en un sanador de la mente…
En parte sí, porque las heridas físicas conllevan otras más difíciles de curar. Es cierto que, a medida que hay problemas en el mundo, nuestra disciplina parece secundaria y hasta frívola pero, en las zonas de guerra, nos piden que vayamos los cirujanos plásticos y reconstructivos porque, cuando has salvado la vida ¿qué haces con los hombres mutilados o niños destrozados por la guerra? Ahí hay mucho trabajo.

TL: ¿Eres más cirujano plástico o reconstructor?
Me identifico más como reconstructor, obviamente. Lo que pasa es que, gracias a Dios, esa parte hoy en día es la menor en el mundo en el que vivo habitualmente. Sin embargo, en otros países en los que trabajo, ahí soy solo y exclusivamente reconstructor. Y es una especialidad que me da muchas satisfacciones.

TL: ¿Te sientes más orgulloso de llevar a alguien del -10 al 0 o a alguien del 0 al 10, siendo cero la normalidad?
Del -10 al 0 es la reconstrucción, del 0 al 10 es la estética. Es esfuerzo es el mismo y puede que me sienta igual de orgulloso. Lo que intento hacer es que del -10 no es llevarlo al 0 sino al 20.

TL: ¿Qué gente ves más feliz?
La gente que se siente bien es feliz. No te quepa nunca la menor duda.

TL: ¿Te has arrepentido, alguna vez, de haber elegido este camino?
Jamás. Lo volvería a elegir una vez tras otra sin parar.

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Iván Mañero junto a Amalia Enríquez en un momento de la entrevista.

TL: No nos hemos perdido, entonces, un gran arquitecto…
No, pero también te digo que las obras de la clínica y de mi casa las he llevado y diseñado yo. La belleza es todo, es una armonía. A mi juicio es todo aquello que, tras observarlo, te produce placer. Da igual que sea un ser humano bello, que un paisaje, una casa, una puesta de sol…

TL: ¿Siempre te ha motivado tanto la estética?
La estética sí, no desde un punto de vista cultural, sino desde uno que te hace bien y te produce cierto placer. La belleza siempre atrae.

TL: Y los médicos como tú ¿os beneficiáis de eso?
En los médicos como yo hay un beneficio de eso, obviamente, pero no somos los culpables de las necesidades que genera esta sociedad.

TL: No íbamos a hablar de medicina y no hemos hecho otra cosa. Me temo que eres de los que no desconecta del trabajo…
No desconecto jamás, lo asumo. Me cuesta abstraerme de algo que no sea mi trabajo.

TL: ¿Dónde encuentra el ocio un hombre como tú?
Yo puedo estar viendo una película e intentando desconectar del trabajo, manteniendo un control de todo lo que depende de mí.

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«Me gusta el silencio porque me ayuda a encontrarme».

TL: ¿Me quieres decir que rompes la leyenda de que un hombre no puede hacer dos cosas al mismo tiempo?
Sí, en eso soy mujer. Soy un hombre multitarea y el secreto de estar en el lugar que ocupo está en ser así, en abarcar tanto. Las mujeres triunfan más que los hombres porque son multitarea.

TL: Dejemos esa habilidad tan femenina y retomamos tu espacio de ocio, que no me lo has definido…
Es muy poco glamuroso lo que te voy a confesar, pero lo encuentro en el silencio, en la tranquilidad, no en salir de fiesta y rodearme de ruido. Y me gusta ese silencio porque me ayuda a encontrarme. Cuando tú estás todo el día liado y trabajando, hay momentos en los que no te das cuenta que has vivido. Quiero tener la noción del tiempo porque es lo que me hace consciente que estoy viviendo. Me gustan los momentos de soledad, en los que algunos interpretan como que estoy triste o melancólico, pero nada más alejado de la realidad.

TL: En esos momentos ¿lees, escuchas música..?
Escucho música que me inspire cosas.

TL: ¿Te imaginas en otra actividad?
Ahora mismo no. He probado otras cosas, he hecho el interiorismo de muchos sitios, diseños arquitectónicos, escribo… pero no me llena como la medicina. Soy muy feliz con este trabajo y, aunque hay gente que me dice que voy a acabar mal y que esto me llevará al estrés, no es así. El estrés es una sensación de que no llegas a las cosas.

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A Iván Mañero le apasiona “Blade Runner” por su relato humano

TL: ¿Y tú llegas a todo?
No llego, pero tengo la sensación. Ese es mi tratamiento, tener la sensación de llegar a todo. Yo no vivo mi profesión como un acto quirúrgico, sino como personas. Cuando me voy a casa, yo no me llevo las cirugías que he hecho. Me llevo a Andrea, Pepa, Jorge, Cristina, Pedro. Si alguna vez tengo que escribir algo sobre mi vida, escribiré sobre las historias que vivo cada día en mi consulta. Dime algo más enriquecedor que conocer esas historias y lo que me han aportado.

TL: ¿Qué diría el niño, que dibujaba y amaba los animales, en el médico que te has convertido?
No sé si sonará pretencioso, pero estoy donde siempre he querido estar y donde siempre diría que estaría. Siempre soñé despierto y, obviamente, esto se consigue cuando tú ves que tienes unas capacidades, que te están permitiendo acceder adonde quieres. Cuando en el colegio o en la universidad ves que tienes facultades para los estudios y para hacer cosas, decides aprovecharlo.

TL: ¿Influye el factor suerte?
Yo no creo en la casualidad, sino en la causalidad y, si me apuras, creo en la serendipia que es, para mí, la palabra clave. Lo que tú crees que te está aconteciendo de suerte es porque lo estás buscando.

TL: Puestos a buscar ¿dónde encontrarías un domingo ideal?
Ahora mismo, con mis hijos. Son pequeños, tienen 3 y 2 años y, en estos momentos, estoy enamorado de ellos. Si me preguntas esto hace cinco años, mi domingo perfecto sería despertarme, tomarme un café durante una hora y media con dos periódicos, uno de izquierdas y otro de derechas. Ese era mi placer antes.

TL: De volver la vista atrás ¿volverías a repetir todas y cada una de las cosas que has hecho?
¡Ostras! Sí, sin dudarlo. Incluso repetiría los errores, porque de ellos es de donde he aprendido más. Obviamente, he tenido fallos que no me gustan, pero no me arrepiento absolutamente de ninguno.

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«Me pone triste la capacidad que tiene el ser humano de adaptarse a las cosas malas y de olvidar».

TL: ¿Eres un hombre feliz?
Me lo preguntan mucho. Lo soy plenamente, siempre lo he sido. Sería un pecado no serlo. La felicidad depende de las expectativas. Cuando yo voy a África, a mi orfanato, donde los niños comen una vez al día, que su juguete es un trozo de palo y los ves riendo y felices, tomo conciencia de lo que es la felicidad. Ellos son felices porque no conocen nada más, de acuerdo. Volvemos a las expectativas. Hoy las estamos creando de una manera falsa y eso hace infeliz a la gente.

TL: ¿Qué te pone triste a ti?
En estos momentos, que estamos viviendo, ver la televisión. Me pone triste la capacidad que tiene el ser humano de adaptarse a las cosas malas y de olvidar. Eso es terrible. Es tremendo que la gente sea capaz de alienarse de lo ajeno. A eso yo le llamo falta de empatía en el ser humano. Y ¡ojo con la empatía! porque esa se transmite a 30 centímetros y mirando a los ojos, pero en una tablet o en las redes sociales no.

TL: Debe ser una panacea vivir en tu mundo de calma…
La verdad es que siempre busco el lado positivo de las cosas y me cuesta deprimirme, sobre todo porque soy consciente que de mí depende mucha gente. Sin pretenderlo, se fijan en mi conducta y eso implica responsabilidad.

TL: ¿Te sientes líder, ejemplo de otros?
Sí, aunque pueda parecer vanidoso. Hay gente conmigo que me respeta y se mira en mí como en su profesor o alguien a quien imitar. En mi entorno me siento querido, respetado, valorado y también envidiado. La envidia es muy latina. Yo tengo que aceptar que el triunfo suscita envidias. Convivo con ella porque duermo con tranquilidad.

TL: ¿A qué le tienes miedo?
A envejecer, pero no por la parte estética que puedes pensar, sino por la parte de la capacidad de hacer cosas. Me da miedo convertirme en un inútil, en un dependiente. Hay un momento en el que la vida se convierte en un espejo, lo que vivimos de niños se repite en el tramo final. Nacemos con pañales y nos vamos con pañales, nos dan de comer de niños y también de mayores… y así con muchas cosas. Si comparamos nuestra infancia con lo que viviremos en la vejez, te das cuenta que es lo mismo. Y eso me da miedo. Una película refleja exactamente lo que te digo: “El extraño caso de Benjamin Button”. Lo que me aterra es la pérdida de identidad.

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«Las heridas físicas conllevan otras más difíciles de curar».

Es curioso por naturaleza. Sus deseos por aprender no tienen fin, incluso cuando lee porque busca historias, gente y cosas que le aporten y emocionen. Le gusta la ciencia ficción, de ahí que la primera película que recuerda de niño es “2001, Odisea en el espacio”. No la entendió hasta que la volvió a ver años más tarde. Le apasiona “Blade Runner” por el relato humano, cargado de poesía, que encierra. Está convencido que nuestras reacciones ante una película definen nuestra vida. “Dime qué película te emociona y te diré el momento de tu vida en el que estás”, me sugirió. Y ahí lo dejamos para la próxima…

Fotos/Making of: Elsa Anka.
Próxima semana: Pepa Muñoz (El Qüenco de Pepa).

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