El whisky: la inspiración de los escritores

En torno a una botella de whisky “el oficio de escribir” se vuelve complicado. "…un alcohólico es alguien que no te cae bien y que bebe tanto como tú”, según Dylan Thomas.

Isabel Chuecos-Ruiz. 31/01/2017

 Ya lo dijo William Faulkner: “Porque el que puede actuar, actúa. Y el que no puede y sufre profundamente por no poder actuar, escribe”, y una cosa lleva a la otra. Escribir, beber. Beber, escribir. Los cafés siempre han estado atraídos por escritores dipsómanos que, entre el bullicio y el humo, tratan de encontrar la inspiración. Y, paradójicamente, algo tan sublime como la literatura se une a algo tan trágico como el alcoholismo. Malcolm Lowry: “Percibo el sonido de la muerte en este bar desolado”. Algunos escritores dicen que el alcohol les da lucidez pero, a la vez, les destruye. A mí me parece un ensamblaje difícil de manejar, aunque entiendo el pánico ante la página en blanco.

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Algunos escritores dicen que el alcohol les da lucidez pero, a la vez, les destruye.

En torno a una botella de whisky “el oficio de escribir” se vuelve complicado porque el alcohol es y ha sido siempre un refugio en el que tipos solitarios, en horarios malditos, beben sin interrupción tratando de luchar contra su insomnio, sus pensamientos atormentados o su soledad. Así lo decía Fredric Brown: “…bebiendo al menos me siento acompañado por las alucinaciones y no sufro la terrible soledad”. La adicción al alcohol lleva al suicidio, a la insatisfacción, genera miedo y provoca enormes esfuerzos para avanzar. «Mi infancia no había sido fácil, así que el resto de mi vida no me sorprendió tanto», dijo Bukowski.

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La adicción al alcohol lleva al suicidio, a la insatisfacción, genera miedo y provoca enormes esfuerzos para avanzar.

Las mejores novelas, los mejores libros de la historia de la literatura, están teñidos de espirituosos. Whisky, ginebra, ron, brandy, cognac, burbon, tequila, aguardiente, absenta, mezcal, Martini, daiquiri, no importa qué, ni cómo, ni cuándo, ni dónde… y si no, preguntad a Bukovski, Kafka, John Cheever, Francis Scott Fitzgerald, Hemingway, Raymond Carver, Tennessee Williams, Berryman, Truman Capote, Dylan Thomas, Carlos Onetti, Juan Rulfo, Bryce Echenique, Graham Greene, Joseph Roth, Wilde, Baudelaire, Pessoa, Raymond Chandler, Faulkner, Kerouac, Roberto Bolaño, John Steinbeck, Melville, Burroughsla lista es interminable. Ray Bradbury lo veía claro: «Tengo tres reglas para vivir. La primera, haz tu trabajo. Si esto no funciona, calla y bebe ginebra. Y cuando todo lo demás falla, ¡corre como el demonio!”

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Las mejores novelas, los mejores libros la historia de la literatura, están teñidos de espirituosos.

En esa lista también hay algunas mujeres, como Dorothy Parker y Anne Sexton. Y algo más atrás en la historia encontramos a Rabelais, Montaigne, Verlaine, Lope de Vega, Quevedo, Dostoievski y el vodka, o a Alejandro Dumas quién, más sibarita, bebía champagne. También hay algunas excepciones como Onetti, quien decía: “El escritor es un ser perverso. Yo soy perverso. Tomo porque me gusta; fumo porque me gusta. El alcohol me ayuda a escribir. Todavía no he escrito borracho como Faulkner, mi maestro”.  O Ernest Hemingway quien decía: “Write drunk, edit sober” o “I drink to make other people more interesting”.

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Páginas y páginas llenas de paréntesis en los que beber porque, en esta trampa para los sentidos.

El gran Roberto Bolaño nos dejó algunas de las reflexiones más profundas: “… escribir es adentrarse en el infierno y la literatura un oficio peligroso (…) Había sueños en donde todo encajaba y había sueños en donde nada encajaba y el mundo era un ataúd lleno de chirridos”. Delirantes poemas que son ondas concéntricas en el corazón, palabras más subrayadas de la cuenta por el alcohol. Páginas y páginas llenas de paréntesis en los que beber porque, en esta trampa para los sentidos, “la literatura es un espacio en el que siempre habla otro”, decía Roberto Piglia quien, aunque no fue bebedor, disponía de una extrema lucidez.

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Literatura y alcohol, una combinación compleja llena de botellas que contienen las letras que hay que juntar.

Literatura y alcohol, una combinación compleja llena de botellas que contienen las letras que hay que juntar. Poetas absorbidos por sus propios versos. Escritores dipsómanos acompañados apor sus “alter ego”, personajes que sufren los efectos colaterales, al igual que sus creadores. En esta lista interminable de escritores malditos todos saltaron al vacío, pero Kerouac, consciente de ello dijo: “Como católico no puedo suicidarme, de manera que me sirvo de la bebida para matarme lentamente.”

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