Vuelve la inspiración literaria del Raval
Reabre sus puertas 'Casa Leopoldo', uno de los templos gastronómicos del Raval barcelonés que sirvió de inspiración para grandes como Vázquez Montalbán.
Las paredes de Casa Leopoldo guardan en su memoria miles de historias. Nos referimos a las compartidas en las mesas es este histórico restaurante e icono del barrio del Raval (Distrito V) que abrió sus puertas en la calle San Rafael el 11 de julio de 1936 en el antiguo barrio chino, hoy lugar de paso de muchos turistas.
Rosa Gil, apodada ‘La Nena’ e hija de ‘El Exquisito’ y Rosa ‘de las legumbres’, se hizo cargo del restaurante a la muerte de su padre hasta que en 2015, debido a la crisis, tuvo que bajar la persiana. En diciembre de 2016, Casa Leopoldo abrió de nuevo sus puertas de la mano de dos amantes de la gastronomía: Romain Fornell y Óscar Manresa, quienes han recuperado su patrimonio gastronómico dando vida a antiguos platos que se sirven entre los carteles taurinos del que fue un referente en la ciudad condal.
Casa Leopoldo fue durante varias décadas centro de reunión de artistas y personalidades famosas e influyentes como Manuel Vázquez Montalbán, Joan Manel Serrat, Joan Colom, Pablo Picasso, Salvador Dalí, Lola Flores, Terenci Moix, Josep Maria Pou, Núria Espert, Joan Marsé, Joan de Sagarra, Maruja Torres, Salvador Távora, Eduardo Mendoza y gente del mundo de la tauromaquia como José Tomás, Paquirri o Paco March, entre otros.
Su larga historia, contada en un emotivo documental, es todo un ejemplo de superación, valentía y amistad al prójimo. Y en cierto modo todos los personajes que por allí pasaron dejaron en sus paredes muchos secretos que quedarán ahí para siempre. En la voz del detective Pepe Carvalho, el escritor Manuel Vázquez Montalbán, gran embajador y cliente recurrente del mítico Casa Leopoldo, decía: «Vengo de parte de Pepe Carvalho y pónganme lo que ustedes quieran». Frase que mucha gente decía al llegar al restaurante.
Pero cualquier viajero sabe que comer bien pasa por beber bien. Y una cosa lleva a la otra. Me dejé caer el otro día a comer y ojear su carta de vinos, una carta con un enfoque diferente, organizada por variedades de uva y no por denominaciones o países.
Se inicia con albariños (de Rías Baixas), Xarel·los (del Penedès), chardonnays (de Costers del Segre, Empordà, Argentina o Borgoña), chenin blanc (de Loira), garnachas (de la Terra Alta, Empordà, Priorat y Provence), gewurztraminer (de Alsacia), godello (de Valdeorras), macabeo (de Penedés, Conca de Barbera y Rioja), picapoll (de Ampordà), pinot gris (de Alsacia), riesling (de Alsacia y Costers del Segre), sauvignon blanc (de Rueda, Sudáfrica, Loira, Nueva Zelanda), semillon (de Burdeos o de Australia), verdejo (de rueda), viogner (de Ródano), trepat (de la Conca de Barberà), tempranillo (de Ribera de Duero y Rioja), cabernet franc (del Loira), malbec (de Argentina), mencía (del Bierzo), merlot (de Empordà, Costers del Segre, Burdeos), pinot noir (de Borgoña y Nueva Zelanda), sumoll (del Penedés), syrah (de Empordà, Yecla, Nueva Zelanda, Ródano) y un largo etcétera…
Vinos que se maridan con platos tradicionales de calidad que siguen presentes en la carta, como el rabo de toro, el típico ‘Cap i pota’ con garbanzos, buñuelos de bacalao o las albóndigas con sepia, la lubina al horno que tanto triunfó entre sus comensales por tantas décadas. Manteles de algodón y un servicio excelente, de esos clásicos, con estilo, que sirven ‘con arte’ platos míticos de la cocina de cuchara, esa que se presta a la tertulia.
Un lugar que nació siendo tasca, luego fonda y acabó siendo un restaurante ‘refinado’. Diría a los nuevos propietarios que si lo que querían era mantener la esencia, puedo asegurar que lo han conseguido.
