¿Es Pilar Abel una farsante?

Las pruebas de ADN desmienten la supuesta paternidad de Dalí, pero ella no se rinde ante la evidencia. ¿Por qué no se da por vencida?

Ana Villarrubia. 21/09/2017

Quiero evitar los sensacionalismos propios del titular y por eso opto por empezar por lo más básico: yo no sé, ni puedo saber, si Pilar Abel es una farsante. No la conozco. Recuerdo habérmela cruzado dos de veces en un medio de comunicación este verano, pero no la he evaluado clínicamente, no puedo hablar de ella. Cualquier psicólogo que se afane en hacer una descripción minuciosa de su personalidad incurre en un grave error y atenta contra su credibilidad y profesionalidad.

Como en todos los casos mediáticos, la evidencia de la que disponemos es la misma que los medios de comunicación nos proporcionan, pero en ningún caso se ha recogido información de primera mano, no se ha conducido una entrevista clínica, no se ha evaluado con rigor, ni se han empleado pruebas psicólogas o se han hecho informes periciales con fines diagnósticos. Por tanto, nada de lo que se comente al respecto de estos casos es de manual, al tiempo que de todo lo que un profesional de la salud mental puede comentar con rigor está protegido, por suerte, bajo el secreto profesional.

Ahora bien, esto no quiere decir que todo lo que rodea algunos casos mediáticos y algunas personalidades sobresalientes no interese. Más bien al contrario. Creo que la psicología, especialmente en su vertiente clínica y forense -pero también en lo social, en lo empresarial y en lo educativo- es un ámbito que a pocos deja indiferente y que a muchos ha generado algo de curiosidad, al menos en algún momento de sus vidas.

Puede que Pilar fuera engañada desde pequeña por quien le dijo que era hija de Dalí

Por eso estos días se han llenado páginas de periódicos con el caso de la supuesta paternidad no demostrada, no probada, de Salvador Dalí con Pilar Abel. Es verdad que aún no disponemos de sentencia en firme, pero a día de hoy y a la vista de las ausencias de sus propios testigos en el juicio, la propia protagonista de esta historia parece ser la única que sigue aferrándose a tan extravagante historia. Yo, que he seguido el caso a lo largo de varios meses, reconozco que llegué a creer en la palabra de Pilar y hasta un conocido presentador de televisión apostó su cabellera a que Pilar Abel sería un día Pilar Dalí.

Pues bien, imaginando que haya sido todo una mentira como todos ahora apuntan (ahora que se tiene el ADN en la mano, claro, porque antes éramos muchos los que sin saber muy bien por qué hasta deseábamos que esa filiación se confirmara), imaginando que todo, hasta la exhumación, hubiera sido el resultado de un caprichoso deseo de la propia Pilar, ¿puede afirmarse que sea una farsante?

A mi entender, no. O, mejor dicho, con independencia de la opinión personal de cada uno, desde un criterio más cercano a lo profesional no tenemos suficiente evidencia disponible para atestiguarlo. Por varios motivos. Primero porque cualquier persona puede presentarse ante la justicia con una sospecha, un deseo o incluso un capricho, pero ello no la hace responsable de las investigaciones que desde su demanda se inicien, ni mucho menos de las posteriores decisiones que tome un juez, que es quien en cualquier proceso judicial está encargado de velar por el cumplimiento de sus garantías. Otra cosa bien distinta sería que se hubiesen presentado, a sabiendas, pruebas falsas, y que de ellas se hubieran desprendido las consiguientes actuaciones. Pero de ello, hasta donde yo sé, no hay constancia en este caso.

El pequeño Nicolás fue un ejemplo de mitomanía

Y, en segundo lugar, porque desconocemos la estructura de personalidad de Pilar Abel. Y desde aquí invito a los tribunales de justicia de este país a que introduzcan la pericial psicológica más allá de los casos en los que su uso es más que pertinente, más que obvio y más que imprescindible (los más evidentes: casos en los que se dirime la custodia de hijos menores, decisiones acerca de la imputabilidad o no de algunos delincuentes…).

Porque Pilar Abel podría no ser una farsante pero sí haber sido engañada desde bien pequeñita, no sabemos tampoco si con malicia o sin conocimiento alguno, por algunas personas de su confianza a las que ella pudiera haber otorgado su máxima credibilidad. O también podría no ser una farsante pero sí un caso de mitomanía, por ejemplo, y por tanto podría no ser siquiera consciente de sus propias distorsiones de la realidad.

La mitomanía es una patología psicológica aunque no tiene entidad propia en los manuales diagnósticos. Se asocia a rasgos de personalidad antisocial, histriónica, límite o narcisistas, y conlleva la invención por parte de quien la padece de una identidad falsa desde la que se ensalza su figura y se pretende mejorar exponencialmente la imagen que otros tienen de ella. El mitómano no miente de manera puntual sino compulsiva, construye todo un delirio de grandeza en el que su falsa identidad es experimentada con un sentido total de correspondencia, como si de un derecho individual más se tratara. Con esa fabulación, la persona puede llegar a identificarse de tal modo que pierde el contacto con elementos y pruebas de realidad que pudieran llegar a contradecir su historia. Por esos todas las relaciones sociales que les rodean están al servicio de esa fabulación, son un instrumento más, y tratan de mantenerse a toda costa a través de la seducción embaucadora.

Anna Allen protagonizó un ejemplo de mitomanía

No hay verdadera maldad en el sentido de desear o crear explícitamente sufrimiento ajeno, se trata más bien de un estilo de personalidad, una forma de estar en el mundo en la que quien más sufre es el propio protagonista cuando su falsa vida ha sido descubierta sin remedio y brotan los problemas de adaptación, de relación social o incluso del estado de ánimo, que con la fábula quedaban enmascarados.

He aquí un poco de información sobre la compatibilidad o no de la información de la que disponemos con una correspondiente o posible explicación psicológica. Como apuntaba antes, esto no es más que divulgación, en ningún caso un diagnóstico clínico. Hagan ustedes sus apuestas y confiemos en la justicia que, aunque también se equivoca, representa una de nuestras mayores garantías sociales.

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