¿Jugamos al escondite?

En las calles de Vejer de la Frontera ya no se ven cobijás, aquellas mujeres que se arrebujaban detrás de un velo según la tradición árabe. Lo oculto, hoy, es una puerta de arabescos, un rellano secreto, un arco entre dos casas, un lienzo añil a ambos lados de la escalinata. O un hotelito como El Escondrijo.

Reedificada sobre las ruinas de la capilla de la Vera Cruz, en el laberinto de estrechas calles que diagraman el mapa histórico de Vejer de la Frontera, esta casa-hospedería es un auténtico escondrijo para quienes huyen en verano de las aglomeraciones playeras que asuelan el litoral gaditano.

Su minúscula capacidad de alojamiento –apenas cuatro habitaciones– y su probado encanto, evocador de la arquitectura arábiga en el siglo XII, lo han convertido en un must turístico a pocas semanas de su inauguración.

Detalles de dos de las cuatro suites de El Escondrijo

Un patio interior ejerce de distribuidor de los dormitorios, un bar de copas con sala de cine y una azotea convertida en solárium de día y en cenador de noche. Confortables por la altura de sus techos, un toque de diseño en su ornamentación y una amplitud considerable heredada de la época del templo, las cuatro suites acreditan unas comodidades nada propias de un beato: camas regias, ducha generosa y una fonoteca para dejar correr el tiempo. La 1 ofrece, además, una terraza privada con hamaca. La 2, un ambiente terroso e íntimo. La 3, colonial, en rojo suntuoso, un vestidor propio. Y la 4, rústica, unos techos con viguería de madera, una estufa de leña y terraza propia.

En estas latitudes, los meses de verano se adentran muy en el otoño. Nada más sugerente, pues, que tomar el aperitivo en la azotea viendo pasar el día frente a las casitas cúbicas de Vejer con el mar al fondo.