Miedo al diferente

Por mucho que nos puedan parecer distintas algunas costumbres, lo subyacente a ellas son deseos y aspiraciones universales.

Un Socrático. 28/08/2014
Grabaciones del experimento del campamento de verano, de Muzafer Sherif
Grabaciones del experimento del campamento de verano, de Muzafer Sherif.

Hay palabras que en nuestra sociedad occidental, políticamente correcta y escarmentada tras una guerra mundial sustentada en una visión distorsionada de las diferencias raciales, inspiran, cuando menos, rechazo instantáneo y nos evocan imágenes de pequeños dictadores con bigote y gestos bruscos, brazos extendidos y campos de concentración. Europa, y el mundo en su conjunto, tuvieron que vivir la barbarie más absoluta y alcanzar las cotas más inhumanas de aniquilación para llegar a comprender que las diferencias entre seres humanos son ínfimas.

Y ya no hablo solo a nivel genético, puesto que el hecho de mencionar que compartimos con todo humano, independientemente de raza o sexo, un 99,99% del genoma nos dice más bien poco, sino que hablo a nivel psicológico, a su nivel como persona. Con todos (incluyendo a gente tan distante de nosotros como puedan ser, a nivel geográfico, los neozelandeses, a nivel cultural, los chinos, e incluso de desarrollo, como pueden ser las tribus no contactadas del Amazonas) compartimos preocupaciones, modos de ver la vida, ambiciones, conductas. Por mucho que nos puedan parecer distintas algunas costumbres, lo subyacente a ellas son deseos y aspiraciones universales compartidos por todos nosotros.

Y es que las palabras a las que hacía referencia en el párrafo anterior ya no están presentes en nuestro vocabulario de manera aséptica. Planea sobre ellas un estigma merecido y oscuro. Cuando se utilizan, marcan con tintes negativos cualquier acción o persona. Hablo, como ya habréis adivinado de racismo y xenofobia. Sí, dos palabras de las que hoy huimos como de la peste, pues ser calificado de lo uno o lo otro e incluso identificado como tal tiene, menos mal, una serie de connotaciones a cual más negra fruto de la barbarie de siglos pasados. A pesar de lo cual, todos nosotros estamos influidos en mayor o menor grado por ambas palabras.

A veces percibimos diferencias en otros que no necesariamente son reales

Para nuestra desgracia, evolutivamente estamos programados a nivel instintivo para amar aquello que conocemos y desconfiar de lo diferente y lo desconocido. Al ser humano le era más fácil protegerse si ante cualquier desconocido utilizaba un proceder defensivo de manera automática. 50.000 años de evolución y aprendizaje no se pueden cambiar en apenas 50 años; sin embargo, tampoco pueden justificar que hoy en día sigamos teniendo prejuicios contra el diferente, o simplemente contra aquel que está fuera de nuestro círculo.

El fenómeno de la xenofobia está muy estudiado. Muzafer Sherif (uno de los fundadores de la Psicología social), fue uno de los que más avanzó en este campo con su famoso experimento del campamento de verano. En este experimento Sherif seleccionó a 22 chicos, sin diferencias culturales, físicas o económicas entre sí, adaptados plenamente en sus comunidades y pertenecientes a la misma ciudad. Los dividió en dos grupos de 11 niños, y se les llevó por separado en autobuses al campamento.

Una vez allí, sin contacto, ni conocimiento mutuo, se asentaron en dos barracones diferentes a una distancia de aproximadamente media milla. Y es aquí cuando comenzó verdaderamente el experimento propiamente dicho. Durante la primera semana, cada grupo realizó por separado diferentes actividades de cooperación cuya finalidad era cohesionar a la gente de ambos grupos, llegando a crear una identidad grupal propia cuya máxima expresión fueron los nombres que se dieron a sí mismos «Cascabeles» y «Águilas».

Campamento de verano de Muzafer Sherif
Campamento de verano de Muzafer Sherif

Se puso en marcha la segunda fase. El personal responsable de la organización estableció un torneo de actividades competitivas ante las que ambos grupos reaccionaron con entusiasmo. En dichos juegos sólo podía ganar uno y sólo el ganador obtendría los premios. Pronto se pudieron apreciar las evidencias de que el campamento se tornó de manera gradual en una guerra abierta entre Cascabeles y Águilas. El conflicto comenzó durante la realización de las actividades, cuando miembros de un grupo insultaban a los del otro.

La escalada de conflicto se extendió a las cenas con “batallas de basura”, quema de banderas, ataques a las cabañas ‘enemigas’ e incluso peleas y golpes físicos. Al ser preguntados, los sujetos empleaban términos positivos tales como “valientes” o “amigables” para referirse a sí mismos, mientras que se referían a los ‘Otros’ como “sospechosos”, “apestosos”, etc.

Según el propio Sherif, si hubiéramos visitado el campamento en este punto, nuestras conclusiones habrían sido que se trataba de, según sus palabras, “jóvenes malos, perturbadores y feroces». En la última parte del experimento, Sherif hizo que las tareas competitivas cesasen, para lo que reunía a los grupos para actividades como ver películas, comer y encender fuegos artificiales. Pero la hostilidad existente entre ellos había llegado a tal punto que el contacto sólo propiciaba más ataques y afrentas. De esta forma se demostró cómo el mero fin de la segregación no pone fin al conflicto y a la evaluación negativa que nosotros hacemos de los que consideramos pertenecientes a otro grupo (en este caso los extranjeros).

Campamento de verano de Muzafer Sherif

Para encontrar la solución a esta situación, Sherif recurrió a un fenómeno que se llama metas supraordenadas, es decir a aquellas metas que son comunes a ambos grupos y que solo se pueden obtener mediante la cooperación de ambos. Este tipo de metas compartidas al necesitar de un esfuerzo de cooperación, genera que se superen las diferencias que nosotros percibimos como reales (aunque no tienen por qué serlo) entre los grupos. El método fue sencillo, presentaron a los jóvenes el siguiente problema: las reservas de agua del campamento se habían acabado. Ante esta situación se pidió la cooperación de ambos grupos para buscar y restablecer el líquido. Se comunicó a los chicos que en el pasado algunos alborotadores habían saboteado el sistema de agua, y se les mostró que las válvulas del tanque principal se hallaban averiadas. Pronto empezaron a indagar y a probar estrategias por turnos, terminando por intercalarse los miembros de uno y otro grupo para la vigilancia.

Más adelante se les comunicó la posibilidad de ver una película que era atrayente para todos ellos, pero demasiado cara por lo que requería los recursos de los dos grupos para su obtención, ante lo cual los chicos cooperaron otra vez más. Un camión se averió y un miembro del personal sugirió que todos tiraran de él con una cuerda para hacerlo arrancar. Al lograrlo, la celebración que surgió fue unánime. Tras estas tareas las hostilidades desaparecieron y surgió la amistad entre miembros de diferentes grupos, dejaron de distribuirse como antes y regresaron a casa, entre cánticos, todos juntos en el mismo autobús.

Gran Torino
«Gran Torino»

Como ven, en realidad la xenofobia entre dos grupos se genera por miedo a la escasez de recursos y porque vemos en los «otros» unos competidores a la hora de obtenerlos. La clave es comprender que las metas verdaderamente difíciles e importantes solo se pueden alcanzar con la colaboración de todos o, dicho de otra manera, con la colaboración de la humanidad entera podemos plantearnos alcanzar metas con las que ahora solo podemos soñar.

Para finalizar, me gustaría recomendar un par de películas que vienen muy al hilo de la temática que abordamos en estas líneas. Una de ellas se encuentra entre mis favoritas: Gran Torino. En ella se narra la historia de Walt Kowalski (Clint Eastwood), un veterano de la guerra de Corea (1950-1953), jubilado del sector del automóvil que ha enviudado recientemente. Su máxima pasión es cuidar de su más preciado tesoro: un coche Gran Torino. Es un hombre inflexible y cascarrabias, al que le cuesta trabajo asimilar los cambios que se producen a su alrededor, especialmente la llegada de multitud de inmigrantes asiáticos a su barrio. Sin embargo, las circunstancias harán que se vea obligado a replantearse sus ideas sobre sus vecinos. Recomiendo esta película para que la vean, no solo por los toques de humor que desprende la película en todo momento, sino para que se fijen en cómo, por encima de estereotipos, Walt descubre que sus vecinos asiáticos no son diferentes a él y que, tras diferencias externas, comparten una visión del mundo en la que caben los mismos anhelos, preocupaciones o deseos.

American History X

La segunda, seguro que la conocen: American History X, una cinta que no falta en cualquier instituto en el que se hable este tema. Es la historia de Derek (Edward Norton), un joven «skin head» californiano de ideología neonazi, que fue encarcelado por asesinar a un afroamericano que pretendía robarle su furgoneta. Cuando sale de prisión y regresa a su barrio dispuesto a alejarse del mundo de la violencia, se encuentra con que su hermano pequeño, para quien Derek es el modelo a seguir, sigue el mismo camino que a él lo condujo a la cárcel. Esta película nos ayuda a vislumbrar hacia dónde nos encamina el seguir la senda del odio hacia lo desconocido y diferente, y cómo empobrece nuestra vida y la deforma de tal manera que ese miedo irracional al diferente termina por enfangarlo todo.

Espero que estas líneas les hayan ayudado a reflexionar sobre nuestros pequeños o grandes prejuicios hacia otras personas y percibir su origen que nos es más que el primer paso, necesario para observar cuándo estamos prejuzgando e intentar ponerle remedio. Al fin y al cabo como dijo Martín Luther King «No soy negro, soy hombre».

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