Los Diarios de Canela: de hojas, aromas y paseantes raros

Menos mal que mis amos conocen bien mis gustos minimalistas y los respetan. Naturalidad y dignidad perrunas ante todo.

Sebastián Puig Soler. 17/12/2014

Pasear con mis amos por Noth Bethesda es muy entretenido, especialmente en esta época otoñal que alfombra las calles de hojas impregnadas con miles de olores diferentes. Mi instinto me llama a lanzarme en plancha cuando veo uno de esos popurrís vegetales que se van acumulando en aceras y cunetas. La llamada de la naturaleza es clara y poderosa: “Hociquea y revuélcate”, pero la familia humana que me acoge y que tanto me quiere no me lo permite. Claro, así estoy siempre tan repulida.

Un perro tiene que oler a perro (y parecer un perro), pero aquí en Estados Unidos hay muchos dueños que no están por la labor. Y oigan, nos perfuman, nos maquillan y nos hacen las uñas como a cualquier humano estiloso que se precie. Miren por ejemplo qué selección más exquisita de fragancias (foto más abajo). ¿Y qué me dicen de las siguientes manicuras? Muy fashion, ¿no? Se me ponen los pelos del lomo como carámbanos sólo de verlas…

Menos mal que mis amos conocen bien mis gustos minimalistas y los respetan. Naturalidad y dignidad perrunas ante todo. Ahora bien, eso de revolcarse por hojas y matojos, nanay. Y además, debo ir bien cepillada y con el collar y la correa conjuntados. La simplicidad no debe ser obstáculo para la elegancia. Hay que causar buena impresión por el barrio. Tampoco crean que resulta tan difícil,  dada la cantidad de paseantes raros con los que nos hemos cruzado desde nuestra llegada.

Uno de los más llamativos, como ya les anticipé la semana pasada, es nuestro vecino el Reparador Paseante (RP©). Solemos coincidir con él los sábados por la mañana, durante la  tempranera salida que hago con mi dueño, mientras las chicas todavía duermen en casa. RP© es un caballero cordial, alto y zancudo, con cierto perfil de peonza alargada, poco pelo en la cabeza y abundante en el mostacho. Usa unas robustas gafas de pasta negra que acomoda en su señora nariz y anda igual que si estuviera vadeando una cañada, acompañado siempre de su bonito perro Border Collie.

Mi congénere es un obediente pero nervioso espécimen de talla pequeña, que loquea cuando se cruza con un coche o con otro perro. Lo hace, sin embargo, de forma muy graciosa, jadeando y dando vueltas sobre sí mismo como uno de esos caballitos de las ferias ecuestres. No me pregunten cómo, pero a su amo (a diferencia del mío, que siempre anda en Babia) nunca se le enreda la correa durante  tales exhibiciones.

Al Reparador Paseante (RP©) lo llamamos así porque siempre va con una bolsa, unas tijeras de podar y una palita. Durante sus recorridos utiliza la palita y la bolsa para recoger los escasísimos objetos que pueda haber tirados por la calle, y las tijeras para arreglar pequeñas ramas que sobresalen de árboles y arbustos, imperfecciones que pueden romper la armonía paisajística de nuestra impoluta urbanización. La palita sirve asimismo de nivelador ocasional del terreno.

Da gusto verlo: cuando RP© detecta una de esas imperfecciones, se detiene ceremoniosamente y le ofrece la correa al perro, que la sujeta con delicadeza en su boca y permanece sentado en modo estatua mientras su amo procede a subsanar el defecto.  En ese momento, no hay otros canes ni  vehículos que lo distraigan. Una vez finalizada la tarea, ambos reanudan su camino. Tienen esa armonía de los viejos compañeros muy vividos, y una cadencia musical que encandila: paseo, voltereta, paseo, parada, arreglo, paseo, voltereta…

Ese cuidado de las zonas comunes es muy propio de la gran mayoría de los vecinos de North Bethesda, con algunas cantosas excepciones que algún día les contaré. Ello explica también las escasas papeleras que hay en la calle y los pocos barrenderos que se necesitan para mantener el vecindario aseado: a cualquiera le da repelús tirar un papel al suelo o no recoger las cosas de su perro. Igualito que en España, ¿no creen? Seguimos en contacto. ¡Guau!

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