Viaje al mundo de César Manrique

Hoy hablaré de una persona que me toca muy de cerca, de una isla que aún me toca más cerca y de un material que es, para mí, como una segunda piel

Jameos del Agua, Lanzarote. Foto:
El Mirador del Río, Lanzarote. Foto: Flickr
El Mirador del Río, Lanzarote. Foto: Flickr

Hola, me vais a perdonar que me ponga un poco “sensiblero” esta semana. No en vano, hablaré de una persona que me toca muy de cerca, de una isla que aún me toca más cerca y de un material que es, para mí, como una segunda piel. Barajé esta isla como una de las opciones para realizar mi futura construcción, pero el sentimiento no me dejaba pensar con claridad así que la descarté por completo, eso sí, no sin antes disfrutar (como siempre) de mi estancia en ella.

Y es que no hay otra isla como Lanzarote en ningún lugar del Atlántico, su peculiar orografía y su clima único la convierten en un espectacular sitio para vivir y en un mejor sitio para veranear, todo el año (que no es poco). Sin embargo, a la isla le faltaba algo que el tiempo le había negado: una identidad arquitectónica, un recurso paisajístico, un impulso internacional. Por suerte, no tuvo que moverse para buscar quién lo lograra, nació allí mismo, en Arrecife, y no paró hasta lograr su objetivo. Yo, Rodolfo, no he sido testigo de este evento, no porque no quisiera (evidentemente), la razón es que llegué tarde, eso sí, tengo la suerte de contar con quién lo vivió de primera mano: mi padre (ya sabéis, del que heredé mi encanto).

Mirador del Río, Lanzarote. Foto: trafficnews
Mirador del Río, Lanzarote. Foto: trafficnews

La primera vez que desembarqué en la isla me llevó de la mano, antes de bajar del avión me dijo: “Hijo, si algo no te gusta de la isla, te desheredo”. Comprenderéis pues, que vislumbrara la isla con expectación inusitada (no había escuchado antes el verbo desheredar y no tenía ni idea de las consecuencias, aunque pensé que era algo divertido por la mueca de mi progenitor al pronunciar la palabra).

La primera parada fue el Mirador del Río. Escondido debajo de una gruesa capa de piedra volcánica es, sin duda, el mirador más increíble al que me he asomado. Dentro, un camino serpenteante de paredes blancas y suelo de madera te lleva a la zona interior del mirador, hasta una sala donde dos grandes ventanales ligeramente curvos te guían hacia el exterior, incrementando el efecto óptico de amplitud (muy listo). En ese momento, me encandilaron las figuras de metal y varillas que adornaban el espacio, pero no fue hasta años más tarde que me enteré que también evitan la reverberación del sonido.

Jameos del Agua, Lanzarote. Foto:
Jameos del Agua, Lanzarote. Foto: Edwin Jones. Haz clic para saber dónde alojarte

La primera escalera de caracol por la que me gustó subir está allí también, en el Mirador del Río, desde ella se accede a las terrazas por un lucernario de bellísima fractura. No me puedo olvidar tampoco de la famosa escultura de hierro forjado que representa un pez y un ave, símbolos naturales del agua y el aire. La siguiente visita fue a los Jameos del Agua, al principio me produjo cierto desasosiego introducirme en las grutas de una cueva volcánica, pero la compañía y las explicaciones del cómo y el porqué, me fueron tranquilizando.

La primera vez que escuché el nombre de César Manrique bajaba las escaleras del “Jameo chico” y no presté la debida atención, perdía la vista entre la vegetación, la pista de baile o las decoraciones en piedra y madera del lugar. Llegamos entonces al lago interior de la gruta volcánica, lo que más me impactó fue la blanca luminosidad que desprendía un hueco en la parte superior de la bóveda, la luz del sol contrastando la oscuridad de la cueva. Cruzando el lago natural por una pasarela descubrimos el “Jameo grande” y, con él, el oasis.

Jardín de Cactus, Lanzarote. Foto: wikipedia
Jardín de Cactus, Lanzarote. Foto: wikipedia. Haz clic para saber dónde alojarte

La primera sensación que tienes cuando descubres el oasis de Manrique es de incredulidad. Una piscina blanca, con un fondo de agua azul en medio de un mar de rocas, palmeras y cactus que no parecen reales, pero lo son (doy fe). Ese momento fue el elegido para preguntarle a mi padre el nombre del artista: no lo olvidaría nunca. Visitamos entonces el “Jardín del Cactus”, la última obra espacial de Manrique, todo un alarde de integración paisajística y un ejemplo que debería estudiarse en las escuelas. Con todo, estas conclusiones son, en parte, sacadas en visitas posteriores, claro, a esa edad no estaba yo para disquisiciones.

La primera ocurrencia es no entrar al jardín, sólo el nombre parece ahuyentarte, no podía creer que a alguien se le hubiera ocurrido tamaña idea. El lugar era una cantera para extraer áridos, ya abandonada, el artista se empeñó en darle la forma y dimensiones que posee actualmente. Caminos serpenteantes rodeados de gradas de picón y cactus (por supuesto), con algunos estanques conteniendo peces de colores, te llevan a dos construcciones singulares: una tienda de objetos y una cafetería (sin esta última no existe la vida en ningún lugar). Por algún motivo que no termino de vislumbrar, este espacio me llena de sosiego y energía.

Bodegas El Grifo, Lanzarote
Bodegas El Grifo, Lanzarote

La primera ruta turística por la isla nos llevó a muchos lugares, casi todos ellos tenían algo que ver con el artista, mal llamado por muchos Arquitecto, dado que nunca empezó la carrera y, por ende, mucho menos pudo terminarla. Estuvimos dentro del Palacio Real de la Mareta, construido por encargo del Rey Hussein I de Jordania, el cual lo regaló al Rey Juan Carlos I de España años más tarde, por cierto, este último mantuvo una buena amistad con Manrique. También visitamos las bodegas “El Grifo”, cuyo logotipo hizo el afamado artista, pero cuyos vinos estaban mucho tiempo antes allí, de hecho, es la bodega más antigua de Canarias y una de las más añejas de España.

La primera vez que me despedí de César Manrique, sin haberlo conocido, entendí que nunca podría sepárame de él, así, dentro de la que fue su casa, Taro de Tahiche, que es ahora sede la fundación César Manrique, intenté atrapar en mi memoria detalles de cada rincón, es difícil ya que tiene 30.000 metros cuadrados de terreno, 1.800 de superficie habitable y unos 1.200 metros cuadrados de jardines y terrazas. Por supuesto, indeleble queda en mis retinas el estupendo muro exterior de mampostería recubierta de cal, con un colorido dibujo que parece no tener principio ni fin.

Taro de Tahiche, Lanzarote. Foto: holiday
Taro de Tahiche, Lanzarote. Foto: holiday

La Cal se extrae de las piedras Calizas o de las Dolomías, cada una tiene minerales en proporciones diferentes que les confieren diferentes propiedades. Básicamente existen dos tipos: aéreas e hidráulicas, su distinción viene dada de la posibilidad de reaccionar con agua o no. Las piedras calizas de Lanzarote fueron exportadas durante siglos siendo ésta una de las principales actividades económicas de la isla, también se utilizaban en sus construcciones, para ello se construían “Caleras” (hornos de cal) en las que se introducían los piedras previamente molidas. El producto saliente una estupenda cal en polvo o cal viva que hay que apagar y dejar reposar para poder utilizar.

El uso de la cal proviene de una tradición milenaria: la de aprovechar los recursos naturales. Cada vez son más las voces que la aconsejan por sus enormes cualidades frente al cemento (en lo que a acabados se refiere, claro). Tienen una estupenda plasticidad, no se retraen con la humedad y se adapta muy bien a las deformaciones gracias a su elasticidad (no tiene fisuras), es permeable al vapor de agua (no al agua) lo cual la hace transpirable (adiós condensación), además proporciona un buen aislamiento térmico y acústico. Por cierto, se puede utilizar como pintura, aunque los profesionales lo llaman “enjalbegar”, eso sí, debes realizar la acción una vez al año.

¡Como para no quererla en mi futura construcción! ¡Tiene tantas cualidades que te hacen olvidar porqué se usa el cemento! Adiós.

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