Atacama, cuando el silencio suena
"No somos nada en la naturaleza. Ella es el origen, la vida y la muerte. Pero yo soy afortunada, puedo estar ahí y también sé agradecerlo y disfrutarlo".
Hacía muchos años que viajar a Atacama era una de las ilusiones de mi vida. Ahora ilusión cumplida confirmo que no me equivocaba. El lugar más árido de nuestro planeta esconde rincones que nuestra imaginación jamás hubiera imaginado.
Primera parada en el Valle de la Muerte. El porqué del nombre no necesita explicación alguna. Estamos en plena Cordillera de la Sal. Si el paisaje es único también lo es practicar sandboard por médanos y dunas. Pocos lugares hay en el mundo que ofrezcan esta posibilidad. También conocido como el Valle de Marte, está muy próximo al Valle de la Luna.
Es difícil explicar lo que uno ve en este lugar. Lo que uno siente. Y me refiero a este viaje en general. Es algo tan único que resulta desconocido. Pero esta fue la tónica de todo el recorrido por el norte de Chile y el sur de Bolivia (que contaré la semana que viene). Lugares extraños para el ojo que nunca antes los vio. Ni siquiera buscando imágenes en Internet uno puede creer luego lo que estará viendo.
El Valle de la Luna, santuario de la naturaleza. Quizá todo comenzó en un lago de la era Terciaria, ahora, millones de años después, la erosión ha moldeado increíbles figuras sobre las crestas de las rocas.
Imaginamos monstruosos dinosaurios como si quisieran camuflarse entre las tonalidades ocres pero son descubiertos por la sal de sus lagos secos. El espectáculo geológico está servido al atardecer. Y desde Las Tres Marías, el volcán Licancabur nos regala la mejor de sus tonalidades. El cielo se pinta de rosa. Estamos en la cara oculta de la luna.
San Pedro de Atacama es la capital del norte de Chile. Pintoresco pueblo en adobe, barro y tejados de paja, por él caminan miles de turistas llegados de todas partes del mundo. Lo más divertido es ver la mezcla de turismo: desde el mochilero tatuado hasta el más elitista de los británicos. Familias con niños y muchos perros. La iglesia de San Pedro es una de las más antiguas de Chile. Pero no perdamos demasiado tiempo en recorrerlo. Lo que muy cerca de aquí nos espera vale mucho más la pena.
Los 8.000 km2 del Salar de Atacama se formaron tras el afloramiento de aguas subterráneas saturadas de sal. A su alrededor, los ríos andinos provocan oasis, los flamencos han hecho de este lugar su paraíso. Y una de las reservas de litio más grandes el mundo se esconde bajo él.
La Laguna Céjar y la Laguna de Piedra están ubicadas en el Salar de Atacama. Rodeadas de una gran costra de sal, la Laguna Céjar es color esmeralda y los flamencos componen con ella una de las acuarelas más hermosas del norte de Chile. El agua esta fría pero la sensación de gravitar sobre ella puede a mi curiosidad.
Las lagunas del altiplano nos esperan a más de 4.200 metros de altitud. Respirar no es tan difícil como me habían dicho. La carretera sube cerca de la frontera con nuestro próximo destino, Bolivia. Los guanacos preguntan a Licancabur si nos dan permiso para pasar.
Hace sólo un millón de años el agua se estancó en este lugar tras la erupción del volcán Miñiques. Desde entonces dos lagunas azules son el espejo del volcán. Creo que este fue el paseo más bonito de toda mi vida. Bajar hacia la laguna Miscanti, el silencio como música de fondo. Los pajonales manjar para guanacos y vicuñas. Y en medio, nosotros. Caminando cruzamos la gran erupción de lava que muy probablemente formó estas dos lagunas y llegamos a Miñiques.
Atónita alzo la vista hasta el volcán. Se ve tan cerca y sin embargo su cumbre alcanza los 5.910 m. Todo alrededor invita a la reflexión. No somos nada en la naturaleza. Ella siempre sorprende. Ella es el origen, la vida y la muerte. Pero yo soy afortunada, no solo puedo estar ahí, contemplando tanta belleza, también sé agradecerlo y disfrutarlo.
Otro de los salares, quizá el que menos visitas recibe por su altitud y lejanía, es el de Tara. Llegar hasta él no es fácil ni se recomienda hacerlo sin guía. Pero quien busca aventura, encuentra placer. En el camino, el salar de Aguas Calientes nos obliga a detener el vehículo. Todo es irreal, los colores, los volcanes, las costras de sal que enmarcan lagunas y salares, las olas del lago, el cielo tan azul, el agua tan verde.
El frío a esa altitud es extremo y el viento intensifica la sensación térmica. Pero nadie se queja. Estamos en uno de los lugares más impresionantes del altiplano chileno. Las catedrales también existen en el desierto. Enormes pilares de piedra se elevan entre dunas y el viento talla sus vértices. No hay camino. Es la soledad más absoluta rodeada de inmensidad.
El último día lo invertimos en visitar los Géiser de Tatio. Recomiendan llegar al amanecer porque el cambio brutal de temperaturas hace que las columnas de vapor sean más espectaculares. Pero preferimos llegar cuando el turismo ya se ha ido. Los campos geotérmicos no saben lo que es el descanso.
Estamos a 4.320 m sobre el nivel del mar. Pero nadie se fatiga, es quizá la emoción y las ganas de verlo todo. La corteza terrestre se fisura para dar libertad a su interior y los flujos de vapor tamizan el objetivo de mi cámara. Fumarolas a pérdida de vista y una laguna de agua caliente para nadar entre volcanes. (*Mas información para viajar a Atacama, clic aquí y en las fotografías).
Cuando el silencio suena, galopa la vicuña.
Cuando el silencio suena, un sueño se hace realidad.