El tiempo recobrado de María José R. Escolar
La exposición nostálgica y emocional de esta artista palentina se puede disfrutar del 10 al 17 de diciembre en Espacio Rina Bouwen de Madrid.
María José Rodríguez Escolar (Palencia, 1964) presenta mañana una muestra que es a la vez una rigurosa investigación formal sobre la composición y el color y un fascinante despliegue de expresividad nostálgica y emocional. Nada hay como las fotografías antiguas para remover los sedimentos de la memoria e insuflar vida nueva a las vivencias y sentimientos olvidados.
Tiene por ello poco de sorprendente que la obra última de María José, cuyo trabajo se ha fundamentado en un profundo interés por la representación del paso de tiempo y por el recuerdo, consista en una serie de cuadros que utilizan como modelo fotografías familiares de los años 70 del pasado siglo. No se trata de fotografías de estudio, ni siquiera de fotografías que hayan sido tomadas con un mínimo de intención artística.
Son escenas que representan a personajes ordinarios en situaciones comunes de la vida, tomadas por personas igualmente ordinarias que, al pulsar el botón de la humilde cámara Kodak, no tienen otra ambición formal que dejar al grupo razonablemente centrado (aunque ese descuido formal haya generado una estética que todos reconocemos, una estética que domina esos álbumes de tapas rojas o verdes que todos guardamos en nuestras casas).
Una vez reveladas, presentan sin excepción el color estándar tan característico del proceso industrial de la época (color que, es cierto, ha dado lugar también a una estética perfectamente reconocible).
El trabajo que la pintora realiza utilizando como modelo esas fotos, es fascinante. Por una parte, las respeta escrupulosamente, sin modificar en absoluto ni las composiciones tan espontáneas como anárquicas ni el cromatismo tan característico del revelado kodak. En esa decisión manifiesta un gusto y una inteligencia notables.
Hay un filón estético inagotable en esas fotos familiares de época, tanto desde el punto de vista de la composición (en muchas de ellas, en el contraste delicioso entre la rigidez e impostación de los adultos, que son normalmente conscientes de que están posando, y la espontaneidad de los niños) como en los colores tan llamativos (muchas de las fotos están tomadas en verano, bajo una luz cenital y sobrexpuesta).
Por otro, las transfigura completamente. Si la impresión primera al observar los cuadros desde una cierta distancia, es que nos hallamos ante obras que casi se podrían definir como de la escuela hiperrealista. La aproximación revela una pincelada que por momentos tiene más que ver con el impresionismo, aunque ni esa ni ninguna otra categorización sea finalmente eficaz para definir la técnica que María José aplica al lienzo.
La pintora define las escenas como sentimentales y nostálgicas. Los peligros de hacer arte con esos mimbres -los de la sentimentalidad y la nostalgia- son numerosos y bien conocidos. El más evidente de ellos es el caer en la sensiblería y el kitsch. Al mismo tiempo, la gloria que depara saber trabajarlos con sensibilidad y destreza no es menos evidente. Ser capaz de conmover al espectador de una manera radical. Los cuadros de María José lo consiguen plenamente.
La exposición se completa con un conjunto de retratos realizados al óleo y a grafito que corresponden a diferentes etapas de la evolución de María José Rodríguez Escolar, pero que se caracterizan, todos ellos, por una agudísima certeza psicológica y por transmitir una sensación de realidad tan potente como la que nos comunica la serie basada sobre las fotografías.
*Se podrá disfrutar de esta exposición entre el 10 y 17 de diciembre. Espacio Rina Bouwen, C/Augusto Figueroa 17, 3º. Madrid.