Nuda veritas
¿O no todos los hoteles inspiran en sus espacios esta verdad?
Qué hermosa imagen la de esta mujer desnuda… Es una obra superlativa del pintor vienés Gustav Klimt, en la que su atractiva y erótica mirada turba al espectador, lo inquieta, le arrastra a la espasmódica pulsión de la verdad. Sujeta en su mano derecha un espejo donde nos presenta ‘La verdad desnuda’ que enuncia la pintura. Sobre su cabeza se lee: “Si no puedes gustar a todos con tus hechos y tu arte, gusta entonces a unos pocos. No vale la pena gustar a muchos. Schiller”.
Es la frase emblemática del libre pensamiento, el puño del arte sobre la mesa de los cobardes, de los incrédulos, de los indolentes. Las tonalidades rojizas del cabello y del pubis de esta mujer eluden el falso puritanismo de quienes viven entregados por conveniencia a lo políticamente correcto. La verdad, cuando se desnuda, es erótica; pero también hierática. No sé si lejos de Tiziano e Ingres, no sé si más cercana a Boticelli. Habría que discutirlo.
La verdad desnuda nos atrae. Nos invita a reflexionar sobre lo que vemos, lo que tocamos, lo que escuchamos. Cuestiona los hechos y los pensamientos. Nos acerca lo real o nos distrae de lo cotidiano, tan superfluo. Y, aunque nos cueste aceptarlo, nos devuelve a la ineluctable realidad de lo reluctante, como conjetura James Joyce con la palabra interior en el tercer capítulo de su ‘Ulises’.
¿Qué podemos aprender nosotros de tal imagen? Alguien dirá que, después de todo, un hotel es siempre esa experiencia que nos rapta de la realidad y nos coloca en las manos celestiales de la nuda veritas… ¿O no todos los hoteles inspiran en sus espacios esta verdad?