Ocho ejemplares como máximo

Solo hacen ocho corbatas de cada modelo, son enteramente de seda japonesa y están cosidas a mano. La tienda del diseñador nipón Seigo Katsuragawa es una must de la ciudad.

Almudena Calvo Domper. 30/05/2016

Mientras Times Square está rodeado de tiendas colosales que ofrecen millones de prendas producidas de forma masiva en países con mano de obra barata, Madison Avenue plantea el concepto contrario. Pasear por esta avenida de Manhattan supone descubrir pequeños negocios que venden productos limitados, de mucha calidad y de diseño único. Ropa y complementos que cada día son más valorados por esa autenticidad de las marcas que no pretenden conformar una industria.

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La tienda de Seigo Katsuragawa en Madison Avenue

Bajo un toldo verde botella, en la esquina de la calle 90 y esta famosa avenida, trabaja un diseñador japonés en el mismo espacio donde vende sus prendas para vestir el cuello. Seigo Katsuragawa luce un traje clásico, impoluto, y una actitud tranquila que se complementa a la perfección con la leve música jazz que suena de fondo. Su pequeña tienda de corbatas y pajaritas de seda, que lleva su nombre, funde la cultura nipona y el sueño americano.

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Seigo Katsuragawa junto a sus diseños

Las paredes del local están recubiertas de colores vivos convertidos en corbatas exclusivas. Exclusivas porque de algunos modelos solo existen ocho piezas en el mundo, se cosen a mano, provienen directamente de Japón y están hechas enteramente en seda. Una de las empleadas escoge un diseño al azar –de colores rojizos y figuras geométricas- y muestra el reverso. Cosido en una etiqueta aparece el número del diseño, del color y ‘3 de 8’. Solo dos hombres en el mundo ya la están llevando y seis más serán los que puedan lucir en su cuello este modelo en concreto.

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Sus corbatas con exclusivas y de algunos modelos sólo existen ocho piezas en el mundo

Katsuragawa, que ahora es un diseñador de renombre en su campo, llegó al mundo de la moda tras estudiar Química: “En Japón era muy difícil encontrar trabajo en aquel ámbito. Mi tío trabajaba en una empresa de moda y siempre me había interesado ese mundo. Así, me puse a trabajar como comercial haciendo de intermediario con las tiendas. Pero quería saber más y me leí todos los libros sobre moda que había en esa compañía, que era una de las más grandes en el sector”.

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Todas las corbatas, pajaritas y pañuelos están cosidos a mano en pequeños talleres japoneses en Kyoto

Japonés hasta la médula, con mucha sencillez y modales exquisitos, sigue relatando: “Entonces descubrí que existían tres buenas escuelas en moda: una estaba en Francia, otra en Italia y la tercera en Nueva York. Yo no sabía ni una palabra de francés o de italiano, pero sí podía leer y escribir en inglés, así que hice las maletas y me vine a Nueva York”. Aunque confiesa que al principio quería volver a su país continuamente, al final acabó enamorándose de la ciudad y su mezcolanza de culturas. Obtuvo dos títulos del Fashion Institute of Technology y comenzó a trabajar para empresas textiles especializándose en tejidos y corbatas.

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El la tienda de Seigo Katsuragawa tambén se pueden comprar otros complementos, como pañuelos y sombreros

El suavísimo tacto de la seda y la reducida competencia que había en cuanto a esta tela en Nueva York le llevó a encontrar su nicho de mercado. Katsuragawa cuenta que sólo existía alguna industria que trabajara con seda en New Jersey, pero que se pasaron al poliéster y el camino quedó libre para el japonés. “En mi país tenemos una larga tradición en el negocio de este tejido, porque los kimonos se hacen con seda. Por eso este tejido significaba también para mí dar un toque personal a mi trabajo”, explica.

Después de trabajar para otros con éxito, Katsuragawa decidió probar suerte y empezar su propio negocio en 1985. Vendía sus corbatas de diseño y delicada creación en pequeñas ventas privadas en Manhattan, una ciudad donde los eventos sobre moda están a la orden del día:“Aprendí muchísimo sobre la venta minorista en aquella época. Hablaba con los clientes directamente y descubría sus gustos”.

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Los diseños de Seigo Katsuragawa por originales que sean, mantienen al mismo tiempo un gusto clásico y refinado.

Como toda historia de éxito, Seigo Katsuragawa experimentó también una crisis. Los precios en Japón estaban altísimos y él vivía de la importación, por lo que tenía que sumarle distintas tarifas al precio de la mercancía. “Me dio mucho miedo, tenía que sobrevivir y tuve que decidir si acabar aquel sueño o establecer mi tienda y vender sin intermediarios. Pregunté a mucha gente. Nadie me dijo: ‘¡Adelante, hazlo!’”, cuenta ahora riéndose.

Las tres empleadas japonesas ayudan a una neoyorquina que ha entrado en la tienda en busca de un corbata para regalar a su hermano en su cumpleaños. Por un momento se pierde contemplando la pared llena de corbatas perfectamente alineadas por colores. De lunares, rayadas, con corazones, camellos, bateadores de béisbol, triángulos, rombos, ardillas… Una infinidad de diseños que, por originales que sean, mantienen al mismo tiempo un gusto clásico y refinado.

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Las paredes del local están recubiertas de colores vivos convertidos en corbatas exclusivas.

Desde que abrió la primera boutique de Seigo en 1992, Katsuragawa no ha dejado de trabajar en sus tiendas, donde improvisa un espacio como oficina. “Me gusta estar de pie en mi tienda, hablar con los clientes y conocer de primera mano qué tipo de diseño y colores les gustan. Así poco a poco voy cambiando la oferta”, declara mientras enseña uno de los modelos en los que está trabajando que lleva una flor típica de Japón. Actualmente tiene tres locales: en Madison, Lexington y Third Avenue.

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El interior de otra de las tiendas de Seigo Katsuragawa en Lexington Avenue

A pesar de que sus productos tienen cariz de lujo, los precios son sorprendentemente asequibles. Las corbatas cuestan en torno a 85 dólares y llega a vender unas 1.500 al mes: “No he cambiado los precios en muchos años. Ahora me va mejor por la devaluación del yen japonés, pero no creo que nadie pueda hacer lo que yo hago: esta calidad por este precio. Cuando los clientes van a pagar se sorprenden. Otras tiendas compran las corbatas a empresas de corbatas. En mi caso, yo soy la propia empresa de corbatas, por lo que evito intermediarios y puedo aportar este valor directamente a los clientes”.

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El diseñador aconseja tratar sus corbatas con delicadeza

Políticos, presentadores de televisión, aristócratas o empresarios de éxito lucen sus creaciones en las más altas esferas de Manhattan. Todas las corbatas, pajaritas y pañuelos que vende están cosidos a mano en pequeños talleres japoneses en Kyoto sobre seda pura, por lo que son altamente valorados. “Una vez las corbatas de Hermès se hicieron muy populares, pero al final son las que lleva todo el mundo. Esas empresas tienen una producción masiva para poder vender en las tiendas de las ciudades más grandes del globo. Yo opto por la producción limitada”, defiende el japonés.

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Las pajaritas y corbatas se elaboran con seda y no contienen ningún componente acrílico

Con exquisita delicadeza, el diseñador coge uno de los modelos limitados y lo acaricia. Dice que cada corbata es como su bebé. Por eso, recomienda cuidar sus productos de manera especial para alargar su duración usando crema de manos antes de tocarlos. “Nuestras corbatas y pajaritas son muy delicadas. Al contrario que muchas de las corbatas de seda hechas en Italia, las nuestras son hechas a mano en Japón sin acrílico”, insiste Katsuragawa.

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Corbatas exclusivas a precios increíblemente buenos y con una calidad excelente

La zona de Wall Street en hora punta se convierte en una marea de hombres encorbatados. Muchas son las tiendas que luchan por vender sus colecciones pero Seigo tiene ya un hueco inquebrantable en Nueva York. Tres son los factores que este japonés considera como la clave de su éxito: “Quedan fantásticas, los precios son increíblemente buenos –por eso las compran- y la calidad es excelente –por eso vuelven a comprar-”. Con gesto cómplice, Seigo Katsuragawa se para un momento. Señala su cabeza y sentencia: “Todo viene de aquí. Pueden copiar lo que tengo, pero no pueden copiar lo que no ven”.

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