¿Por qué es tan difícil renunciar al poder y compartirlo?

¿Dónde están los límites de la ambición? Detrás del comportamiento de nuestros políticos existe una justificación teórica a su ambición.

Patricia Peyró. 21/06/2016

La psicología de la motivación acepta la ambición como una cualidad positiva en los individuos. Es lo que se denomina ‘el motivo de logro’ que no está presente en todas las personas. Lejos de lo que puede parecer, no todos queremos lo mismo: el deseo de ser rico y famoso no es patrimonio universal, sino que se relaciona precisamente con esta variable psicológica.

El poder de la ambición se ha estudiado desde hace años
El poder de la ambición se ha estudiado desde hace años

El docente e investigador de psicología social de la Universidad de Valencia, Mariano Chóliz Montañés, experto en ‘motivos sociales’, refiere dos tipos de motivación en las personas:

  • Los motivos primarios: son los involucrados en la preservación del individuo, como el hambre y la sed.
  • Los motivos secundarios: los que “derivan de emociones y motivos primarios y a su vez pueden ser personales o sociales en función de si dependen o no de las relaciones y la interacción social con los demás”.

El poder y la ambición estarían incluidos dentro de esta especie de cajón de sastre de las motivaciones sociales, sobre las que afirma que “existe un considerable desconcierto en lo que se refiere a su definición y cuáles son los motivos más representativos”, pero que incluyen conceptos tan interesantes como “la agresión, la aprobación social, la pertenencia, la competencia y la cooperación”.

La producción americana de Netflix 'House of Cards' representa en sus actores Kevin Spacey y Robin Wright la ambición política sin límites
La producción americana de Netflix ‘House of Cards’ representa en sus actores Kevin Spacey y Robin Wright la ambición política sin límites

Ambición y desafío
Otra de las aproximaciones hacia la ambición se encuentra en el componente del desafío, siendo la pasión el ingrediente mágico y el motor que nos lleva a la acción. Los teóricos hablan de un anhelo y un deseo constante que nos impulsa a conseguir el objetivo que nos hemos marcado. Es anhelo porque se aspira y ambiciona y porque, aunque sea secretamente, uno piensa que lo puede llegar a alcanzar si se programa adecuadamente para ello.

Richard Bandle y Jonh Grinder quisieron allá por los años 50 descubrir cuál era el secreto del éxito de los mejores terapeutas del momento y tras sus investigaciones concluyeron en el método de la Programación Neurolingüística (PNL), procedimiento terapéutico amigo de los pacientes orientados al éxito y con altas aspiraciones. La metodología muy empleada actualmente en el coaching, consiste a grandes rasgos en definir metas y objetivos y programarse para conseguirlos, trabajándose primero en la identificación de las limitaciones y capacidades, para ir abordando logros que irán creciendo en importancia.

La ambición es positiva siempre que no pase ciertos límites
La ambición es positiva siempre que no pase ciertos límites

La técnica se puede aplicar hasta el ‘poder sin límites’, según afirma Anthony Robbins, autor del ‘best seller’ con este mismo título. En su libro pone en práctica los principios de la PNL y su consigna principal no es otra que la de “pasar a la acción”.  Al igual que sus predecesores Bandle y Grinder, extrae las características de las personas de éxito para poder imitarlas a través de un ‘modelado’ de la conducta, que pasa en primer lugar por adoptar modelos mentales siempre positivos y ambiciosos.

De la ambición al trepismo
La inquietud por la materia de la ambición y el ascenso al poder ha generado interés desde siempre e incluso motivado la obra de muchos autores conocidos. Ya dijo William Shakespeare que “quien se eleva demasiado cerca del sol con alas de oro las funde”. La ambición desmesurada puede pasar factura: desprestigio social y la no consecución de metas. O lo que es lo mismo, que te dejen de lado: algo muy frecuente en los políticos que van ‘al sol  que más calienta’. Porque, en política, ¿todo vale? ¿O más bien lo del ‘chaqueterismo’ se trata de un tema práctico?

La corrupción, lo que más nos preocupa
La corrupción es lo que más nos preocupa

El debate sobre la justificación de los medios para conseguir el fin no es un tema nuevo. Uno de los grandes teóricos del tema fue el también escritor Aldous Huxley, autor de ‘Un mundo feliz’ y crítico social de su época. En el año 1937 publicaba ‘El fin y los medios’, aseverando que “su bondad no basta para contrarrestar los efectos de los medios perniciosos de que nos valgamos para alcanzarlo”. O lo que es lo mismo, que “el fin no justifica los medios” a pesar de que seamos capaces casi de cualquier cosa con tal de llegar al poder, como ya explicaba en el siglo XVIII Jonathan Swift, autor de ‘Los viajes de Gulliver’, afirmando que “la ambición suele llevar a las personas a ejecutar los menesteres más viles. Por eso, para trepar se adopta la misma postura que para arrastrarse».

Admiramos a políticos que han empezado de la nada
Admiramos a políticos que han empezado de la nada

Admiramos a los más ambiciosos
Todas las encuestas de las que oímos hablar en los medios, referidas al descontento de los españoles apuntan entre las primeras razones, incluso por encima de asuntos como el desempleo, a la corrupción de los políticos y al tráfico de influencias del que han hecho uso los allegados al poder. Sin embargo, algunas investigaciones muestran una realidad diferente respecto a la percepción que tenemos de los más poderosos.

Tratar de crecer no hace que el fin justifique los medios
Tratar de crecer no hace que el fin justifique los medios

Un estudio realizado en la Universidad de Granada y en el que se medían las atribuciones causales del éxito y del fracaso, demostró que el grado de poder influye directamente en nuestra percepción de los hechos, tanto positivos como negativos. Así, atribuimos los éxitos de las personas poderosas a su gran esfuerzo personal, a quienes colgamos la medalla de muy buen grado y a quienes dispensamos de sus errores. Sin embargo, cuando llega la hora de evaluar a las personas subordinadas y sin poder, atribuimos sus fracasos a su falta de capacidad, de habilidad y de esfuerzo.

Más de uno estará enganchado a House of Cards, la serie de Netflix que ya va por  su cuarta temporada. En ella encontramos la soberbia actuación de Kevin Spacey interpretando al personaje de Frank Underwood, congresista casado con la ambiciosa Claire (Robin Wright). Ambos urdirán retorcidas estrategias para ir ascendiendo en el poder, arrastrando y eliminando a quien sea menester, con tal de conseguir sus propósitos en su camino hacia la presidencia de los Estados Unidos que se muestra repleto de manipulaciones, cinismo y traición.

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