¿Has fumado un puro falso?
La falsificación también es una práctica habitual en el mundo de los habanos. La decepción es descorazonadora.
Son, quizá, las nueve. El mar ya nos trae una brisa fresca que es el consuelo de la tarde. Ese amigo nos invita a un cigarro y pensamos que aún hay bondad en este mundo. Entonces hemos empezado a fumar y la decepción ha sido universal, rotunda y descorazonadora. Es la almendra amarga que nunca se espera, el gusano -hay que decirlo así- en la fruta de la pasión.
Hemos vivido esta escena con acentos distintos pero con una misma dramaturgia: alguien conoce a alguien que, a su vez, es familiar de un trabajador de habanos. Y resulta que ha traído de Cuba unos cigarros que ‘consigue’ a un precio reducido. Quizá Cohiba, quizá unos Montecristo y quizá -últimamente- unos Trinidad. O incluso se los han regalado.
A veces el ‘conseguidor’ ofrece detalles verdaderamente realistas y asegura haber estado allí. En esos momentos de poco sirve señalar las imperfecciones en el torcido, el color desigual o que las anillas no son auténticas. Porque queremos creer esa narración de bucaneros y estraperlos y sentirnos los más listos.
Pero nadie debe engañarse: son falsos. Siempre lo son. Es la misma historia de todos los veranos. Los clásicos decían que la corrupción de lo mejor es lo peor. Para aquellos que no son fumadores -consideraciones éticas aparte- debemos recordarles que esos cigarros nunca están buenos. Esta no es la visión de alguien -no es nuestro caso- relacionado con la empresa o con una marca. Es la constatación de un hecho de experiencia: un cohiba falso no es ‘casi un cohiba’. No es algo parecido a un cohiba, es, como mucho, una hierba susceptible de ser fumada.
Es la mayor traición a la excelencia. Bisutería entre diamantes. Fumar no es un estatus, no es una apariencia, es un placer muy real y muy exacto. Fumar un cigarro falso es inhalar sabores a tierra, a boñiga de vaca -con perdón-, a paja húmeda. No conocemos ningún atajo, ya nos licenciamos en todas las decepciones.