Beneficios del difícil arte de ‘No hacer nada’
La Universidad de Harvard confirma que la meditación y el yoga cambian el cerebro. Las vacaciones son una época perfecta para iniciar el hábito y perfeccionar la práctica
El mindfulness está de moda. A diario escuchamos las infinitas bondades para la salud de esta filosofía de raíces budistas. Y la práctica se ha extendido a todos en todos los rincones. Desde Silicon Valley a Wall Street, pasando por Hollywood. Eva Mendes, Naomi Watts, Oprah Winfrey o Madonna: todos han confesado la práctica diaria de meditación, yoga o cualquier otro tipo de actividad que prometa anclarnos en el presente.
Se trata de star aquí y ahora, de lograr la atención plena y consciente en el presente. Suena sencillo, pero todos los que llevamos años intentándolo sabemos que calmar la mente es una de las cosas más difíciles del universo. Los pensamientos tipo “se me ha olvidado recoger la camisa de la tintorería”, “qué voy a hacer de cena” o “tengo que contestar al mail del jefe” sabotean todo intento de conseguir la ansiada paz mental.
Las vacaciones ofrecen el paréntesis perfecto para dedicarle al menos diez minutos al día a algo tan teóricamente sencillo como es el arte de no hacer nada. Una meditación básica sin mantras, sólo respiración controlada y nada en qué pensar por un corto periodo de tiempo. Se trata de asentar un hábito diario sobre el que construir una rutina durante todo el año. Nada fácil, insisto. Pero la neurociencia nos da cada vez más razones para hacerlo. Los beneficios para la salud física, mental y emocional son incuestionables.
Sarah Lazar, neurocientífica del hospital general de Massachusetts y la Universidad de Harvard, fue la primera en demostrar resultados concluyentes del impacto del yoga y la meditación en nuestro organismo. No sólo reducen el estrés, sino que literalmente transforman el cerebro humano. Ella misma se enfrentó a su escepticismo inicialmente. Los médicos le recomendaron empezar a hacer yoga para ganar flexibilidad muscular cuando entrenaba para el maratón de Boston hace unos años.
Durante su primera clase, escuchó cómo el profesor dibujaba los beneficios de esta práctica que abre el corazón y acentúa la empatía y compasión. “Sí, sí, claro”, pensó ella entonces. Pero la incredulidad fue dando paso al cambio. Poco a poco notó que estaba más calmada y podía enfrentarse mejor al estrés diario.
La curiosidad científica le impulsó a cambiar el campo en el que estaba estudiando su doctorado y Lazar se volcó en una investigación posdoctoral sobre los beneficios neurológicos del mindfulness. Primero comparó la materia gris de dos grupos de personas. Uno en el que nadie practicaba la meditación ni otro tipo de ejercicio afín, y otro con personas que llevaban meditando gran parte de su vida.
Observó que las capacidades cerebrales de este último grupo eran superiores: más materia gris en el córtex frontal, asociado a la memoria y toma de decisiones, y en el córtex sensorial, la ínsula y otras regiones relacionadas con el sentido auditivo. Lazar llegó a decir que en el córtex prefrontal, había encontrado que la materia gris presente en personas de 50 años que meditaban era igual a la de los de 25 años.
Para descartar que estas conclusiones fueran consecuencia de la casualidad, su equipo de investigadores elaboró un segundo estudio. Para ello formaron otro grupo de personas que nunca había meditado y se les pidió que por 8 semanas, durante 40 minutos al día, participaran en algún programa de mindfulness para reducir el estrés.
Lazar se sorprendió con el cambio que encontró en un periodo tan corto de tiempo en cuatro regiones del cerebro: la corteza cingulada posterior, responsable de la mayoría de sentimientos; el hipocampo izquierdo, asociado con el aprendizaje y la regulación de las emociones; la unión temporoparietal, donde se procesa la toma de perspectiva, empatía y compasión; y el puente troncoencefálico, donde se producen parte de los neurotransmisores con los que funciona el cerebro.
Además, en la amígdala, que es en parte responsable de los niveles de ansiedad, miedo y estrés, encontró una reducción importante en aquellas personas que habían cumplido con el programa de meditación sugerido. La investigadora concluyó que la meditación y el yoga, entre otros ejercicios de mindfulness, aunque no son el remedio para todos los males, sí aportan beneficios muy concretos que conviene incorporar en nuestras rutinas diarias para llegar a ese ansiado objetivo de mente sana en cuerpo sano.