Supera la depre postvacacional… de pareja
Las estadísticas nos dicen que a la vuelta de las vacaciones hay al menos dos crisis que nos amenazan cada año: una personal y otra de pareja. Neutralízalas y prepárate para cuidar la pareja todo el año.
Contrariamente a lo que mucha gente suele pensar, cada año, tras los principales periodos de vacaciones de verano y navidades, las consultas de psicología no se llenan de personas acuciadas por combatir los síntomas de la incómoda depresión postvacacional. Los problemas de adaptación a la cotidianeidad tras un intenso periodo de ocio extraordinario son reales, sí, y los desajustes postvacacionales pueden llegar a necesitar de algún que otro proceso de consejo psicológico si no se disipan con la suficiente rapidez o si resulta que alertaban de un problema mayor.
Sin embargo, la inmensa mayoría de los adultos somos conscientes de la estacionalidad de esos síntomas que interpretamos como una mezcla entre incipiente ansiedad y nostálgica depresión. La desmotivación, la desesperanza, la apatía o incluso la dificultad para pensar en términos positivos e ilusionantes se disipan en cuanto empezamos a cosechar los primeros refuerzos de la vuelta a nuestra rutina (que los hay y son muchos) o en cuanto empezamos a disfrutar de las comodidades de nuestro entorno habitual.
En realidad la depresión postvacacional tarda en abandonarnos lo mismo que tardamos en ‘ponernos las pilas’, recuperar actividades gratificantes, reevaluar nuestro rol profesional, marcarnos nuevos objetivos, planificar su consecución y cogerle de nuevo el ritmo a la rutina. Suena muy farragoso pero a la mayor parte de las habilidades que utilizamos en todo ese proceso vamos recurriendo de manera muy automática y natural.
Ahora bien, si el fenómeno depresivo postvacacional resulta despertar más interés mediático que su presencia real en el ámbito sanitario, no ocurre lo mismo con el fantasma de las rupturas postvacacionales. Parejas que barrían sus problemas de forma más o menos consciente bajo la alfombra de la rutina y camuflaban su descontento tras la atención focalizada en las obligaciones diarias, es habitual que encuentren en el verano la encarnación de una de sus peores pesadillas. ¿Por qué un tercio de las separaciones que se dan a lo largo de todo el año tiene lugar justo al regreso de las vacaciones de verano?
Los conflictos que durante el año no se han resuelto, las viejas rencillas con la familia de origen que simplemente se dejaron pasar, el ocio compartido que se ha ido difuminando, las afinidades que se han ido transformando, las expectativas no cumplidas que se han ido diluyendo, el proyecto de vida en común que se va frustrando y la distancia emocional entre dos personas que el tiempo no sólo no cura sino que perpetúa…
Cuando se han sumado varios factores y la rutina ha camuflado las dificultades las dos personas que al fin se reencuentran sin más obligaciones que la de estar juntas, pueden llegar a vivir esta situación como una pesada e ingobernable carga sobre sus espaldas. Solo por esto, porque implica pasar tiempo juntos sin excusas ni evasivas justificables, el verano puede sacar a relucir lo peor -y lo mejor- de cada casa.
Así las cosas, las separaciones después de estos inhabituales periodos de convivencia que tienen lugar durante las vacaciones en pareja son un fenómeno real que se lleva observado desde hace años. ¿Qué podemos hacer para ser menos vulnerables ante este tipo de situaciones? Como en casi todo en psicología, no puede ofrecerse una fórmula milagrosa con efecto inmediato.
Llegada la crisis no queda más remedio que dejar que siga su curso y gestionarla de la mejor manera posible, esto es, ofreciendo las soluciones más creativas que se encuentren si se quiere salvar la relación de pareja. Llegado este punto, es muy difícil que este proceso sea exitoso si no es con la ayuda de un especialista y aún en terapia, en aproximadamente un tercio de los casos, se acaba produciendo la separación. Constructiva y no destructiva, con apoyo y acompañamiento, menos traumática, pero separación al fin y al cabo.
Por eso, para no protagonizar ninguna de estas estadísticas no nos queda otra que cuidar la pareja durante todo el año. Porque lo que aflora en vacaciones no es más que la punta del iceberg, la materialización de lo que se ha ido descuidando y deteriorando a lo largo del tiempo. ¿Qué puedo uno hacer, entonces, para no alejarse tanto de la pareja hasta el punto de perderse o de que sientan que es demasiado tarde para reencontrarse?
Esta fue la cuestión que llevó al psiquiatra norteamericano Mark Goulston, conocido terapeuta, conferenciante y profesor en la prestigiosa Universidad de Boston, a investigar sobre los factores que hacían que una pareja fuera duradera. Para ello, además de lo que más a menudo hacemos todos que es observar y analizar los conflictos más recurrentes y los motivos por los que habitualmente las parejas dicen estar descontentas, Mark Goulston ha dedicado años de su exitosa carrera a estudiar a aquellas parejas que sí se siente satisfechas con su vida en común y que manifiestan un profundo compromiso, que siguen dispuestos a seguir manteniendo felizmente de por vida.
Y, partiendo de la base de que el conflicto es inherente a cualquier relación interpersonal que requiera de convivencia y de ajuste de objetivos y expectativas, los estudios de Goulston han resultado ser tremendamente interesantes a la hora de identificar pequeños detalles que hacen que dos personas que forman una pareja se sientan queridas, apoyadas, ilusionadas y motivadas con su proyecto de vida en común. En concreto, las parejas que no se separan, cultivan el arte de las atenciones y los pequeños detalles cotidianos, y según Goulston hacen cosas como estas:
- En una pareja duradera los dos se van a la cama juntos. Se ha observado que parejas con buen nivel de ajuste y satisfacción generalmente tratan de compenetrarse hasta el punto de seguir las mismas rutinas básicas. Tratan de acostarse juntos o también de desayunar antes del trabajo, aunque ello implique madrugar más. Gracias a estos gestos se mantiene un contacto diario y se da la oportunidad de encontrarse y compartir pensamientos y vivencias diariamente, aunque existan muchas obligaciones o compromisos.
- En una pareja satisfactoria nunca deja de compartirse el ocio ni dejan de cultivarse intereses comunes. Las afinidades también se trabajan, especialmente en relaciones duraderas en las que las dos personas maduran y cambian a lo largo de los años. Un proyecto de vida común se compone de grandes y pequeños objetivos compartidos, de grandes y de pequeñas actividades que se asocian a la pareja. Contar con este proyecto dota a la pareja de estabilidad y le da una inmensa proyección de futuro.
- En una pareja plena, no se apaga nunca la admiración que ambos sienten por el otro. Es uno de esos componentes auténticos y genuinos que mantienen viva la llama de la pasión y enfatizan nuestro atractivo. Admirar al otro implica depositar nuestra mirada sobre él, dirigir hacia él nuestro foco de atención para conocer y valorar sus logros, para seguirle y apoyarle a lo largo de su trayectoria de desarrollo personal.
- En una pareja feliz, las muestras físicas de afecto son frecuentes y observables. El contacto físico es la materialización de muchos de nuestros más profundos afectos y una muy obvia (pero no por ello desdeñable) forma de manifestación de nuestro cariño. Caricias, besos, abrazos o paseos de la mano, cualquier demostración física de amor es un pequeño recordatorio de lo que sentimos por la pareja. Obviarlo suele ser un error de grandes dimensiones.
- Y también son frecuentes las palabras de amor. Es en la pareja donde se comparten tan cómodamente nuestros afectos y nos expresamos con esa libertad que sálo la intimidad nos permite. Saber lo que el otro piensa y siente por nosotros, nos da seguridad y supone un refuerzo maravilloso. Además, una buena comunicación nos permite también satisfacer nuestras necesidades y ajustar nuestras expectativas sin carencias y sin malentendidos.
- Una pareja que funciona es una pareja en la que se comparten más mensajes positivos que negativos. Es fácil que el foco puesto en lo que el otro hace mal nos mantenga alerta y a la defensiva. En cambio, es mucho mas reconfortante señalar lo que nos gusta del otro: este tipo de interacciones no sólo son gratificantes en sí mismas, sino que además hacen mucho más posible que se repita lo que nos gusta y se extinga lo que nos disgusta (que también podemos y debemos expresar, siempre de manera constructiva).
- Los conflictos no se guardan ni se rumian, se perdonan y olvidan. Y esta es una clave fundamental. Guardar rencores parece a veces la única opción posible ante un gran agravio, pero es incompatible con una relación placentera y duradera. En la pareja ambos sois humanos y compartís tanto que es muy fácil meter la pata. Perdonar y aceptar las imperfecciones del otro son la única vía posible para reparar daños y seguir construyendo juntos.
Lo dicho, ninguna de estas sencillas prácticas cotidianas te exime de tener una discusión, pero sí que es cierto que todas ellas hacen que el equipo que formas con tu pareja se sienta capaz de salvar cualquier obstáculo, se sienta fuerte frente al mundo y disfrute de una película protectora de cuidado y afecto que lo haga ser casi invencible.