La Navidad en familia mejora tu salud
Las tradiciones familiares nos proporcionan seguridad, refuerzan nuestra identidad y contribuyen a mejorar nuestra autoestima.
La Navidad es uno de esos señalados acontecimientos cíclicos que van marcando nuestras rutinas de vida, ordenan nuestros recuerdos biográficos y nos proporcionan una cálida sensación de seguridad. En el mundo de las celebraciones familiares anuales, la Navidad es la reina. Y su valor emocional trasciende a sus orígenes. Porque no importa que las tradiciones familiares respondan a una vocación religiosa, a la herencia cultural o a la creatividad de quienes desarrollan sus propias liturgias. Lo que importa es la función psicológica que estas reuniones familiares cumplen para cada uno de sus participantes.
Más allá de su enorme filón comercial la Navidad es la celebración familiar por excelencia. Y más allá también de los muchos quebraderos de cabeza que los compromisos navideños nos puedan causar en un momento dado, la Navidad tiene una innegable trascendencia psicológica para todos, tal y como decidimos organizar nuestra convivencia en sociedad.
En las reuniones de este tipo se refleja la estructura de la familia, y se comparten y prodigan sus valores de generación en generación. En estas festividades se anclan algunos de nuestros mas tiernos y definitorios recuerdos de infancia, y a través de ellos se construye un sentido de pertenencia y de identidad familiar que queda grabado en los cimientos mismos de nuestra autoestima.
La Navidad representa un escenario privilegiado de encuentro familiar a través del cual se genera una historia común de la que formamos parte, y en la que cada uno de nosotros ocupa un lugar determinado, específico y diferenciado del de todos los demás. Único y genuino.
Tomamos conciencia del lugar que ocupamos en la jerarquía de nuestra unidad familiar, y también de la posición que ocupan nuestros apoyos y referentes; al tiempo que asimilamos las normas y los valores a través de los cuales se articularán nuestro principios. Nuestra posición en la familia es, también en cierto modo, la primera forma de reivindicación de nuestra posición es el mundo. El valor que ello nos proporciona es imprescindible para contar con un buen concepto de uno mismo, y una buena salud emocional.
Además, el carácter ritual de los reencuentros navideños hace que, ciclo a ciclo, éstos sean una fuente de seguridad. Las rutinas y los rituales que en las reuniones familiares construimos nos mantienen unidos, no solo de manera simbólica sino también en la realidad. Lo que nos empuja a juntarnos puede venir guiado por un compromiso externo, pero a fin de cuentas esa unión se materializa y cobra con ello un valor de autenticidad. Y nos proporciona la agradable continuidad y estabilidad de la pertenencia.
Una familia estructurada es también una familia organizada en torno a patrones de encuentro. Todos y cada uno de ellos representa una nueva oportunidad para el aprendizaje, la asimilación de valores, el fortalecimiento de nuestra identidad y la adquisición de una mayor estabilidad emocional.
Bien es cierto que con el paso de los años se va perdiendo la magia. Seguro que la Navidad nunca volverá a ser tan ilusionante como lo era cuando éramos niños. Ya de adultos acumulamos conflictos y nos puede la presión de lo que significan los compromisos. Que todo ello no nos haga renunciar al verdadero sentido de la Navidad. No privemos a los más pequeños de esta oportunidad para compartir afectos y vivenciar las experiencias a través de las cuales se construye una historia de vida.