¿Eres una persona emocionalmente inteligente?

¿Sabías que la UNESCO puso en marcha un plan en el año 2002 para mejorar nuestra inteligencia emocional a través de los planes de estudio?

Ana Villarrubia. 23/03/2017

Se habla mucho de inteligencia emocional, se dice que se trata de la parte más sutil de ese complejo concepto de inteligencia que antaño se presentaba como una medida única y estable y que ahora sabemos que en realidad engloba múltiples habilidades y que refleja la riqueza de los procesos cognitivos y emocionales que nos hacen humanos. Se dice que quien es emocionalmente inteligente tiene más papeletas para triunfar en la vida, y es una gran verdad.

El término de inteligencia emocional deriva de otros conceptos anteriores como el de inteligencia social o inteligencia interpersonal. Se aludía desde la psicología y la pedagogía hace prácticamente un siglo a la importancia de contar, para el desarrollo de cualquier actividad vital, con toda una serie habilidades que permitieran o facilitaran la comprensión tanto de uno mismo como de las conductas,  reacciones emocionales, deseos o intenciones de los demás.

La inteligencia emocional es un concepto complejo, difícil de medir

Medir y cuantificar el nivel de inteligencia de las personas ha sido siempre un objetivo de interés –quizá no exento de morbo- para el común de los mortales. Y desde que David Wechsler desarrollara allá por el año 1939 la primera herramienta rigurosa de medida de la inteligencia, con aval científico y potencial contrastado, brotaron ya defensores y detractores en un debate que aun a día de hoy no está exento de polémica. En el mismo momento en el que se publicaba la primera escala de medida de la inteligencia surgía también la necesidad de completarla, pues se echaban en falta otros factores no intelectivos que se sabía estaban de un modo u otro interrelacionados también con la inteligencia tal y como se manifiesta esta en cada interacción humana. La escala Wescheler sigue siendo en la actualidad, varias versiones y decenas de modificaciones después, la batería de tests de valoración de la inteligencia más famosa y utilizada en el campo de la psicología, la psiquiatría y la pedagogía. Nadie cuestiona la utilidad de contar con un potente instrumento para medir nuestra inteligencia, de lo que se trata es de saber cuáles son los factores que han de pesar sobre ella y en qué medida han de ser tenidos en cuenta.

Desde aquellos años 40 del pasado siglo han sido muchos los intentos históricos por teorizar que en el campo de la inteligencia no podían valorarse en exclusiva los factores ‘más sesudos’ y debían considerarse otros más vinculados a procesos emocionales complejos que nos permiten comunicarnos y relacionarnos en un mundo que nos empuja a una constante interacción. Especialmente interesante fue la aportación de Raymond Catell que diferenciaba entre la inteligencia fluida (entendida como potencial básico del individuo con independencia de la estimulación cultural a la que pueda ser sometido) y la inteligencia cristalizada (dentro de la índole del aprendizaje y mejorable a partir de la adquisición de nuevos conocimientos), pues dejaba en nuestras manos la llave para mejorar en parte (y no sin esfuerzo, práctica y aprendizaje) nuestro nivel intelectual.

Pero solo los intentos más mediáticos y divulgativos han conseguido finalmente que hayamos empezado al fin a entender la inteligencia desde un punto de vista mas global, dinámico e integrador.  Primero Howard Gardner, psicólogo y gran divulgador, best seller internacional, con su Teoría de las Inteligencias Múltiples se atrevió en los años 80 a escribir negro sobre blanco que la medida tradicional del cociente intelectual se quedaba corta a la hora abarcar las implicaciones reales de la inteligencia humana. Y poco después, el archifamoso Daniel Goleman se ha encargado de familiarizarnos a todos con la inteligencia emocional, popularizando este concepto con notable éxito tanto para el campo de la investigación teórica como para todos nosotros en la práctica que, ahora sí, somos plenamente  conscientes de que podemos entrenar una parte imprescindible de nuestra inteligencia para dirigir mejor nuestras vidas, desplazarnos con éxito en cualquier entorno y ser socialmente más eficaces.

David Wechsler desarrolló en 1939 la primera herramienta para medir la inteligencia

Desde entonces el concepto de inteligencia emocional se ha popularizado inmensamente, llegando a casi todos los rincones del mundo (no todos, por desgracia), hasta el punto de que en el año 2002 fue la propia UNESCO la que consideró que se trataba de una cuestión de tal relevancia que bien merecía ser el objeto de una declaración dirigida a los ministros de Educación de 140 países. En ella se reivindicaban los principios básicos de la inteligencia emocional para que formaran parte de los programas de aprendizaje que fueran a instaurarse a nivel nacional.

Para la prestigiosa Harvard Business Review, la inteligencia emocional fue calificada a finales de la pasada década como “un concepto revolucionario, una noción arrolladora, una de las ideas más influyentes de la década”. De hecho, publica cada mes interesantes artículos científicos remarcando ante los directivos de los departamentos de recursos humanos de grandes empresas la importancia que tiene considerar el nivel de inteligencia emocional de cara a la selección de personal, especialmente para puestos de responsabilidad o a la hora de valorar la promoción interna de empleados hacia puestos de coordinación y dirección de equipos. Se entiende en el mundo empresarial que un buen líder es, por necesidad, una persona con altas competencias en todo lo que representa el manejo de sí mismo y de las relaciones sociales desde el enfoque de la inteligencia emocional.

En 2002 fue declarada por la UNESCO objeto de estudio

Con una entidad y una relevancia sobradamente demostradas, podemos pasar ya a definir esto de lo que tanto oímos hablar pero de lo que nadie, por desgracia, nos enseña nada en las escuelas. La inteligencia emocional es un concepto complejo que puede definirse a través de los siguientes atributos:

  • La habilidad para identificar y autorregular las propias emociones, es decir, la conciencia y etiquetación de nuestro estado emocional en el momento en el que lo experimentamos, acompañada del conocimiento acerca de la influencia que emociones y sentimientos ejercen sobre nosotros, sabiendo cuáles son nuestras debilidades o nuestras fortalezas en función de la dimensión emocional con la que vivenciamos distintas situaciones; así como la habilidad para expresar y gestionar nuestras emociones de manera adecuada, responsable, no impulsiva, ni agresiva, ni destructiva.
  • La capacidad para leer las respuestas emocionales, las intenciones y los deseos de los demás, es decir, la capacidad empática para detectar las emociones ajenas aún cuando no han sido expresadas de manera explícitamente clara (por ejemplo, a través de sutiles manifestaciones no necesariamente verbales), permitiéndonos establecer con quienes nos rodean relaciones más íntimas y vínculos mas fuertes y genuinos.
La inteligencia emocional es la habilidad para identificar y autorregular las propias emociones
  • La habilidad para comunicarnos y relacionarnos con los demás de manera adecuada, o eso a lo que nos referimos como habilidades sociales y que nos permite forjar a nuestro alrededor una buena red de relaciones de calidad, sanas, cercanas y de confianza, alimentadas por nuestro saber hacer en el mantenimiento de los vínculos sociales saludables y protegidas al máximo de posibles interferencias inoportunas o indeseables.
  • La capacidad para auto motivarnos, y mantener en el tiempo, gracias a ello, líneas de actuación estables encaminadas a alcanzar nuestros objetivos en el largo plazo, sin sucumbir ante los pequeños devaneos que puedan surgir por el camino, manteniendo la iniciativa, la actitud proactiva y la flexibilidad para adaptarnos al contexto sin cambiar completamente de rumbo ante la aparición de cambios u obstáculos imprevistos.
Puedes medir tu inteligencia emocional

Y ahora, ¿qué me dices? ¿Eres una persona emocionalmente inteligente? Te propongo un plan: una semana para identificar dificultades, para que hagas un buen listado de tus puntos débiles, que los tienes como todo ser humano. Es decir, te propongo una semana para que empieces a entrenar esa primera imprescindible habilidad para identificar y autorregular tus propias emociones. Y el jueves que viene nos reencontramos en The Luxonomist con pautas concretas directamente dirigidas a tu línea de flotación: directamente dirigidas a neutralizar puntos débiles y mejorar tu inteligencia emocional. ¿Te parece un buen plan? ¡A trabajar!

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