Blancos de godello: mineralidad y elegancia

Se celebra una cata para celebrar el 25 aniversario del vino de la familia Prada, 'Valdesil'.

Ignacio Peyró. 24/05/2017

España ha tenido una relación incómoda con el vino blanco: al margen de ser por lo general tierra de mucha insolación –y de poca acidez-, ni hemos sido grandes bebedores de blanco ni hemos tenido la menor facilidad para colocarlo en el mercado internacional. Las palabras “blanco español” todavía son una rémora: a despecho de los avances de los vinos gallegos, por ejemplo, a nuestros bodegueros les cuesta competir en precio con denominaciones de mayor solera de otros países, y aún estamos pagando una tradición de graneles de Ribeiro y una oferta ceñida a jereces y viuras riojanos hasta no hace tantas décadas atrás. Valgan estas consideraciones melancólicas para, dada la situación, saludar con mayor fuerza los veinticinco años de Valdesil.

Valdesil celebra sus 25 años

La bodega afirma que Valdesil –sin crianza en madera- fue el primer blanco criado sobre sus lías en toda España: protocolos al margen, es verdad que la familia Prada ha conocido tanto arraigo en el Sil orensano como para colaborar con todo lo que va de Guitián a Rafa Palacios. Viñadores durante generaciones, los Prada pueden alardear de tener el más viejo viñedo de godello: ese fabuloso jardín que es Pedrouzos, que produce unos pocos cientos de codiciados magnums cada año. Es posible que –a lo largo de cinco y más lustros-, la bodega haya conocido añadas de excepción y otras menos notables, pero hace ya años que se nota la mano de Borja Prada en la viticultura: baste su tinto Valteiro, monovarietal de la tinta María Ardoña, para demostrarlo, o el muy escaso O chao. O el hecho, harto inhabitual, de contar con su propio vivero.

El Valdesil sale de estos viñedos

Fieles al estilo borgoñón, los Prada elaboran desde pagos concretos -los citados Pedrouzos y O chao- hasta un valdeorras genérico con la etiqueta de Montenovo. Es un esfuerzo loable para un “gran pequeño productor” de 150.000 botellas que, además de la crianza sobre lías del Valdesil, también aportó uno de los primeros godellos de gran ambición: Pezas da Portela. Y decimos que el esfuerzo es loable no sólo por haberse sudado cada reconocimiento de los mercados y la crítica internacional, sino ante todo por la complejidad de la godello. La propia irregularidad con que se encuentra el bebedor ante las distintas añadas de cualquier productor da muestra de esta complejidad: es una uva muy susceptible a las enfermedades y particularmente exigente en su viticultura.

Las cepas godello tienen una complicación especial

Tiende, además, a ser muy sensible a las oscilaciones de cada cosecha, y más en un terruño como el valdeorrense, donde –por su situación en el interior de Galicia- hay años de carácter atlántico y otros de carácter mediterráneo. Sin embargo, en esa propia dificultad radica también la gloria de la godello: delicada y casi austera en aromas, voluminosa e intensa en boca, con algo de riesling y algo de chardonnay, es una uva de gran finura en la expresión del terroir. Tal vez su acidez no sea cortante como la de un Chablis, pero ahí también recuerda a esos finísimos rieslings que parece que no van a llegar y llegan de sobra. Y la godello cuenta con otra ventaja añadida, al menos en el caso de Valdesil: la nitidez con que transmite el mineral –esquistos- de su suelo.

La cata del 25 aniversario de Valdesil nos enfrentó a casi una docena de blancos, desde un Montenovo del 2013 –sobrado pese a ser un vino del año- hasta el prodigio de beber un Valdesil 2002, recordemos, sin sombra de barrica y con una complejidad digna de los grandes a precio muy competitivo. Son vinos que piden un poco de tiempo en copa para desarrollar sus aromas, que empiezan florales para ir evolucionando a notas de miel y de manzana. Algunos años más cálidos intensifican la presencia del alcohol, del mismo modo que a veces aparecen notas botritizadas –pero gratas-, tostados o un elegante amargor final. Intensos pero frescos, es precisamente la elegancia lo que define a estos godellos, y fue del mayor interés ver premiado el trabajo de los viticultores tanto en añadas cálidas como en añadas frías. En definitiva, son vinos a los que apetece volver y volver, entre otras cosas por un dato obvio: solemos beber el vino a la hora de comer, y estos godellos son de un acusado perfil gastronómico.

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