Portentos del lenguaje

La Vicepresidenta del Gobierno, con auxilio de la Real Academia de la Lengua, ha planteado la necesidad de revisar el lenguaje constitucional para eliminar sesgos discriminatorios contra la mujer.

Mario Garcés. 19/09/2018

La palabra, que no en vano es voz femenina, permitió a la humanidad rebasar el umbral de la triste supervivencia y plagar la Gran Vía de monólogos, diálogos, triálogos, locutorios y tiendas de móviles. Y de carcasas, pues hay más boticas dedicadas a la venta exclusiva de envoltorios para teléfonos que jamonerías. De la España cañí del verso libre y suelto a la España del contestador y la tarifa plana. Pongamos que hablo de Madrid. Hay quien ama la palabra y la voz como a sí mismo. O a sí misma. Porque algo de amor propio debió haber el día que una diputada pronunció, sin atragantamientos ni convulsiones, la palabra «portavoza». Con lo bonito y delicadamente correcto que era decir «vocera».

Y, sin atisbo de espasmo, feminizó la feminidad, porque «voz» es género femenino antes incluso que esta diputada comenzara a hablar en su tierna infancia. Y, porque además, las palabras que se refieren a cosas no tienen flexión de género. No creo que Pedro Salinas pudiese inspirarse en estos fenómenos metalingüísticos cuando componía «La voz a ti debida», aunque pudiera pensarse lo contrario cuando Pablo Neruda escribía: «Me gusta cuando callas porque estás como ausente», verso que, bien trazado, podría haber recitado el Rey Don Juan Carlos al presidente Hugo Chávez.

El apellido Iglesias une a Julios y Pablos

Confieso que he llegado a pensar, siquiera sea por pensar, que la vida no debe ser fácil cuando arrastras en tus apellidos la lacra de tu linaje y abominas del mismo. Un ejemplo es el apellido Iglesias, que une a Julios y Pablos. Estoy plenamente convencido que comparto más con el diputado de Galapagar la preocupación por nuestro pelaje que por nuestro linaje, pues no veo al vocero explorando en la ciencia de la heráldica, que no es precisamente la ciencia de leer El Heraldo de Aragón o de Soria. Primigenio del linaje de los Iglesias fue un esforzado guerrero, como los de Juego de Tronos, llamado Alvar de Iglesias que por el año 725, se hizo fuerte en un ataque de los moros en una iglesia o ermita.

Por esta razón aparente, en la bordura de azur del escudo de armas de esta estirpe figura en letras de oro el lema «A pesar de todo, venceremos a los moros». Pudiera pensarse que podría estamparse con teselas en el fondo de la piscina la heráldica de la familia, pero intuyo, y les arriendo las ganancias, que no será el caso. Ahora bien, puestos a acabar con los vestigios del feudalismo, la confesionalidad y la xenofobia, no veo inconveniente a que se cambien de apellido. O, incluso, que disuelvan el nombre en el olvido como el cantante Prince. Imagínense que pasase a ser el diputado antes conocido como Iglesias.

 

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Lo que sí puedo asegurar es que no cumple la regla de la «Doble Z» para ser Presidente del Gobierno. Reconozco que hablo por voz interpuesta y anónima, que un día me describió la tesis que había desarrollado Eduardo Zaplana para poder ser Presidente del Gobierno en España. Y es que, según el ex Ministro, solo podían ser presidentes quienes portaran sendas zetas en cada uno de sus apellidos, excepción hecha de Calvo Sotelo. Así, Suárez González, González Márquez, Aznar López, Rodríguez Zapatero. Y, descontando el periodo de la «Doble Y», Sánchez Pérez-Castejón. Y el aludido, al parecer, no lo decía con ingenuidad, pues él tiene huella de dos zetas en sus apellidos.

Recientemente la Vicepresidenta del Gobierno, con auxilio de la Real Academia de la Lengua, planteó la necesidad de revisar el lenguaje constitucional para eliminar sesgos discriminatorios contra la mujer. Desaprovechó la ocasión de proponer la derogación de la Ley sálica, una antigualla jurásica que solo pervive en las Constituciones del Principado de Mónaco y en España, y que sitúa a las mujeres en la sucesión al trono detrás de sus hermanos varones, aunque sean estos de menor edad. Pero, de regreso a la semántica, sugiero que no se pida recomendación para esta tarea a quienes llevaron a cabo la adaptación a un lenguaje inclusivo del Estatuto de Autonomía de Andalucía, porque dejaron el trabajo a medio hacer y luego pasa lo que pasa.

En Andalucía hay cosas que no se pueden explicar con palabras

Permitan algunos ejemplos. En el artículo cinco se dice, sin rubor, «como andaluces y andaluzas, gozan de los derechos políticos definidos en este Estatuto los ciudadanos españoles que, de acuerdo con las Leyes generales del Estado, tengan vecindad administrativa en cualquiera de los municipios de Andalucía». ¿Alguien puede explicar, de un modo mínimamente cabal, como en Andalucía hay andaluces y andaluzas y en España, solo ciudadanos y no ciudadanas?

O, y solo son pírricos ejemplos de una redacción que ni Don Juan Tenorio en noche de parranda podría superar, ¿saben que en Andalucía no pueden trabajar Notarias? Porque según el artículo 77 del citado texto «corresponde a la Comunidad Autónoma la competencia ejecutiva para el nombramiento de Notarios«.

O el especialista en género se fundió antes de llegar a este artículo o ya le está faltando tiempo a los padres y madres de la Patria (que procediendo de «pater» es, en cambio, término femenino) para instar una reforma express del Estatuto de Autonomía. Será porque, muy a nuestro pesar, la palabra «género» proviene del latín «genus», estirpe, linaje. Y en ello andamos dos mil años después.

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