De errores, erratas y otros gazapos legales
En los tiempos del corrector ortográfico tampoco escapamos al severo castigo que todo escribano intenta evitar con esfuerzo, dedicación y sabiduría.
Reconozco que soy el primero que comete errores y, de modo pertinaz, incurro en erratas, pues es el peaje que paga quien somete sus textos a publicación. Hay autores escrupulosos que niegan error y errata, si bien no era el caso de Cervantes, cuya edición príncipe del Quijote anda preñada de errores y erratones, así se la jugaban Juan de la Cuesta y sus pupilos. Para Pablo Neruda, las erratas se agazapan en el boscaje de consonantes y vocales, se visten de verde o de gris, son difíciles de descubrir como insectos o reptiles armados de lancetas encubiertos bajo el césped de la tipografía.
Los erratones, al entender del chileno, no disimulan sus dientes de roedores furiosos. Acude a mi memoria el ejemplo del poeta cuando escribió «al agua verde del idiota» cuando su propósito original era redactar «al agua verde del idioma», pero la obstinación del artificio tipográfico hizo que el erratón fluyera «como un zapato desarmado en medio de las aguas del río». Y eso que no eran usuarios de móviles, que sucumben a la pugnaz tentación de ofuscar las palabras, de alterar la corriente propia de los sentimientos y de la ortografía. Porque en los momentos más álgidos de la comunicación moderna, salta el erratón e interrumpe la conversación un furtivo: «Cojones, el corrector».
La poesía, tan métrica como sensible a los obstáculos del error de la linotipia, no ha estado exenta de ejemplos. Manuel Altolaguirre se prodigaba en ellos, si bien quedaba la duda de si era por error de comprobación o por convicción. El versista una vez escribió: «Yo siento un fuego atroz que me devora» que el impresor convirtió en un erratón de época: «Yo siento un fuego atrás que me devora». El propio Alfonso Sastre llegó a componer un ‘Soneto a la errata’: «Escritores dolientes, padecemos/ esta grave epidemia de la errata./ La que no nos malhiere es que nos mata/ y a veces lo que vemos no creemos».
Tampoco los periódicos están exentos de esta vil perfidia, que aún recuerdo que en mi primera infancia, los curas de las Escuelas Pías, para estimular la lectura de los periódicos, hacían concursos de erratas y erratones. Y a fe que los ganaba este humilde escribiente. Según Jardiel Poncela, el erratón más grave que recordaba de una edición impresa de un periódico, dando cuenta de un naufragio en alto mar, fue la siguiente: «A pesar de los esfuerzos de la marinería y de la oficialidad del barco siniestrado, que se comportaron heroicamente en el salvamento del pasaje, perecieron ahogadas 34 personas. Descansen en pez».
Maestro en el conocimiento y recuento de erratas y erratones propios y extraños es Jorge Edwards, con el que compartí caseta de firma en la Feria del Libro de Madrid del año pasado. Mientras veíamos como se hacinaba la turbamulta en la caseta adyacente donde firmaba una estrella rutilante de la televisión de cuyo nombre no quiero acordarme, le recordé algunas de las perlas que había leído y que él había atesorado en la prensa latinoamericana.
Donde decía «Yo mamo con fruición a mi patria», debía leerse «Yo amo con fruición». Donde decía «Los diarios publicaban el retrato de Franco en forma de estaca», debía leerse «en forma destacada». Donde decía «Chile adhirió al Pacto, en principio, con salvavidas», debe leerse «con salvedades». Donde decía «La Señora X amenazó la ceremonia cantando» debía leerse «amenizó». Donde decía «Los conquistadores trajeron de España un cerdo católico» debía leerse «un credo católico». Y donde decía «El coronel Perón fue arrestado cuando salía de la piscina con levita», debía leerse «con la Evita».
Como complemento de la conversación, incorporé a su relatorio algunos gazapos legales del Boletín Oficial del Estado, que, a propósito, también tiene caseta en la Feria del Libro de la capital. El 22 de septiembre de 1984 se publicaba un nombramiento de un juez bajo la firma del Presidente del Consejo General del ‘Joder’ Judicial. Y es que el órgano se presta a errores de transcripción, porque casi treinta años después, el 6 de marzo de 2015, el Boletín Oficial lo redenominaba como ‘Conejo’ General del Poder Judicial.
No han sido infrecuentes las correcciones de erratas de las correcciones de errores, que ni Góngora ni Quevedo, se habrían atrevido a ser tan creativos. Y para los juristas que devoramos el Boletín Oficial, no nos extraña que el ‘Reglamento General de Recaudación’ haya pasado a ser, por arte de birlibirloque, el ‘Reglamento General de Recasudación‘, que mi alma sensible de Inspector de Hacienda no puede aceptar. O que, hasta en cuatro ocasiones, haya habido «recocimientos de derechos» y «recocimientos médicos», pues andaban ese día escasos de reconocimientos.
O que el Tribunal de Cuentas se transformase en la reforma del Estatuto de Autonomía de Madrid en el «Tribunal de Cunetas«. Raudos andan los correctores, hermeneutas y lectores del diario legal en detectar y enmendar las equivocaciones. O no. El 1 de junio de 2012 se publicaba un Instrumento de Ratificación entre varios Estados, entre ellos España, para crear la Fuerza de Gendarmería Europea. La corrección de errores no se hizo esperar.
Llego casi inmediatamente, cuatro años más tarde, un 1 de febrero de 2016. Ni siquiera la toponimia catalana ha sido ajena al desdén de los traductores automáticos, pues en el Boletín Oficial de 21 de noviembre de 2017, se constituyeron en la Cataluña del artículo 155 tres comarcas nuevas: Breña, Marisma y Nogal, castellanización por el rigor y el rubor del artificio mecánico de las comarcas de Garrotxa, Maresme y Noguera.
Entre las iniciativas llevadas a cabo recientemente para mejorar la técnica legislativa en nuestro país, una oficina adscrita a Presidencia del Gobierno es responsable de velar por la puridad del lenguaje y de la gramática parda. Trabajo ejemplar de estos empleados públicos que seguro obtendrá recompensa siempre que no vuelva a cometerse aquel erratón en una publicación administrativa en la que se decía «muchos funcionarios han sido ascendidos para premiar sus vicios especiales» (por servicios).
Como también hay que agradecer los servicios prestados de quienes nos gobiernan, por muy efímero que haya sido su mandato. Y, si no, léase el Real Decreto de 13 de junio de este año por el que se dispone el cese del Ministro de Cultura y Deporte, con la apostilla final «agradeciéndole los servicios prestados». Puestos a agradecer, agradézcase lo mismo una legislatura de cuatro años que un mandato de una semana. Será por gratitud.