Los dorados 75 años de Catherine Deneuve
La actriz francesa ha sido un icono de la belleza y el glamour del país vecinos. Su vida ha sido tan llamativa como el número de películas que cuenta en su palmarés.
Ayer sopló las 75 velas de su pastel de cumpleaños Catherine Deneuve, la mujer de la que Luis Buñuel, (que la dirigió en ‘Belle de jour’ y ‘Tristana’), dijo que era “bella como la muerte, seductora como el pecado y fría como la virtud”. Yo no tuve tiempo de conocerla tan bien, aunque en las tres ocasiones en que coincidimos ya apercibí estas tres características. Era hieráticamente bella, hacía lo que le apetecía y actuaba según su criterio, rozando a veces la mala educación cuando no la impertinencia.
“¿Quiere usted también sus teléfonos?” le contestó altiva a una reportera interesada en sus acompañantes a una fiesta. Otra vez, en el Salón del Caballo de Sevilla detalló al centímetro y muy despectivamente el cuarto de baño privado del cortijo donde se la agasajaba, y que le habían cedido sus propietarios, porque no estaba en las condiciones que requería su ilustre trasero. Y otra vez encendió cigarrillo tras cigarrillo en un lugar donde no se podía fumar.
Por eso no me extrañó saber de sus declaraciones contrarias al movimiento #MeToo poniendo en duda algunos de sus postulados, en concreto el efecto acción-reacción de las actitudes de las mujeres afectadas por ello. Seguro que ella hubiera reaccionado a la contra y frente a cualquier insinuación, el ofertante hubiera salido lisiado en sus partes más nobles. Desconozco el motivo, pero la carrera de Deneuve no funcionó en EE.UU., aunque comprobadas las productoras con las que trabajó, el único contacto de la estrella con el productor Harvey Weinstein (principal encausado en el asunto de los acosos sexuales), fue cuando rodó para Miramar la enésima versión (2001) de ‘Los tres mosqueteros’.
A pesar de que siendo el sueño de muchos, siempre declaró que el cine no le quitaba el ídem (sueño), Deneuve fue (es) un símbolo Made in France. No sólo es musa de Saint Laurent sino que posó para el busto de Marianne (símbolo galo de la libertad), al igual que otras bellezas, un abanico que va de Inès de la Fressange a Laetitia Casta. Decir su nombre es añorar el paisaje vecino, reconocer el impertinente estatus de la burguesía, el atractivo de un cruce de piernas, la mirada desafiante de una bocanada de humo y el rojo de labios que embadurna el borde de cualquier copa de champagne.
La impronta Deneuve sedujo desde su primera aparición en ‘Las colegialas’. Tenía 14 años y usó su nombre real, Catherine Dorléac, apellido paterno ya que Deneuve es el de su madre, conocida como Renée Simonot, y que en septiembre cumplió 107 años. Catherine es la tercera de cuatro hijas, Sylvie (hermana sólo de madre) y la malograda Françoise Dorléac, también actriz, fallecida en un accidente de coche, y que compartió pareja con Catherine: el director François Truffaut.
Como buena tozuda y amante de hacer lo que le viniera en gana, Catherine sólo se casó una vez, con el fotógrafo David Bailey, a quien conoció en Londres rodando ‘Repulsión’ con Polanski, en un época que ella y su hermana vivieron en Londres seducidas por el movimiento llamado Swinging London que marcó una época dorada en la ciudad, convertida en epicentro de moda, arte y cultura. Bailey estaba tonteando con modelos de la época como Jean Shrimpton (La gamba) y Penelope Tree, pero llegó Catherine y se casó con él.
Acorde a su carácter, tuvo dos hijos, pero no con su marido: un hijo, Christian, con Roger Vadim; y una hija, Chiara, con Marcello Mastroiani. Con los padres de la criaturas mantuvo romances pero no pasó por el altar, y eso que Vadim se casó seis veces (tres de ellas con Brigitte Bardot, Anette Stroyberg y Jane Fonda); y Mastroianni, a pesar de sus romances, jamás se separó de su mujer, Flora Carabella.
Con un total de 133 películas en su haber, Deneuve sigue siendo un símbolo para el país vecino que tiene en ella uno de sus físicos más reconocibles y representativos. Toda una belleza que se toma tan fría como el dorado champagne de su apasionante madurez.