La política y el elogio del cerdo
En la obra 'Rebelión en la granja', George Orwell refleja en los cerdos la construcción de líderes políticos carismáticos a base de manipulación emocional y psicológica.
En la cueva de nuestra infancia, en el tuétano de nuestros ingenuos recuerdos, los cerditos son animales primorosos, superferolíticos y hasta esmerados, siempre amenazados por el lúbrico lobo. Cuando en un momento en la vida se abandona la nación de los cuentos para dar entrada a las cuentas, cuando las lecturas en la cama a media luz se transforman en lecturas de contadores para pagar la factura de esa misma dichosa luz, se descubre que el cerdo es animal mugriento y de escasa cotización en el mercado de la carne, frente al lobo, que es animal protegido, por mucho que pueda ser un peligro efectivo para la vida de los seres humanos.
En España hemos pasado de los tres cerditos lanceados por el soplido halitoso el lobo, a ser potencia en exportación de ganado porcino. Y lo que debiera ser orgullo de país y de fauna autóctona, por mucho que tenga destino un matadero, se ha convertido en los últimos días en triste noticia tras conocerse que una política catalana llamaba directamente cerdos a algunos de sus rivales políticos. Francia debe ser nación de Hombres-lobo en París, a mayor gloria de Boris Vian, mientras que en España hemos quedado para Hombres-cerdo en Madrid.
Geroge Orwell pone nombre de animal a la política
Cataluña es tierra de extremada personalidad y de vigorosa conciencia de sí misma, a lo que Julián Marías siempre añadía: “El español a quien le importe Cataluña quiere su perfección, quiere su plenitud, quiere que sea fiel a su destino y que lo tenga henchido y lleno de futuro. Y además está dispuesto a todo menos a una cosa: a renunciar a ella”. Orwell rindió homenaje a Cataluña, sustituyendo pluma por fusil, y desplazando, al cabo del tiempo, candidez por tosca realidad. Testigo de verdades completas, comprobó cómo, desde los dos bandos, se publicaban informaciones falsas sobre batallas que nunca habían tenido lugar, sobre bajas que no existían, mientras se ocultaban otras bajezas.
Y, en su lucha por la verdad, que es guerra contra el totalitarismo, hay un personaje, un cerdo, Squealer de “Rebelión en la Granja”, quien encarna la sátira a la propaganda. “Una revolución empieza con una amplia difusión de ideas de libertad e igualdad. Después viene el crecimiento de una oligarquía que está tan interesada en aferrarse a sus privilegios como lo está cualquier otra clase dominante”. Así se expresaba el propio Orwell en el mayor elogio al cerdo que existe en la literatura contemporánea como es “Rebelión en la Granja”.
Rebelión en la granja, un reflejo de la política actual
Y en honor, y a imagen y semejanza de Orwell, el autor de “Homenaje a Cataluña”, procede un homenaje porcino, para lectura de quienes injurian a cuestas del gorrino. El protagonista de la novela del autor británico se llama Napoleón, como el de Waterloo, y es uno de los verracos jóvenes de la granja. Tanto él como su compañero Snowball son “preeminentes ante los cerdos”, por su intelligentsia y por ser los únicos reproductores, superiores así en raza, la más antigua del Reino Unido, a los demás: “Napoleón era un gran verraco Berkshire de aspecto bastante feroz, el único cerdo Berkshire en la granja; aunque de pocas palabras, tenía reputación de salirse siempre con la suya”.
Napoleón se convierte así en líder-cerdo por razón de su superioridad biológica y, somete a la granja a través de uno de los más atractivos pecados capitales como es la gula, en versión evangélica antes de Ferrán Adriá. Se apodera de la leche ordeñada, arguyendo razones de salubridad, y desde esa apropiación se hace con el poder de la granja. Squealer, el cerdo propagandista, no puede ser más explícito: “Nuestro único objetivo al reservarnos estos alimentos es preservar nuestra salud. La leche y las manzanas (esto ha sido demostrado por la Ciencia, camaradas) contienen substancias absolutamente necesarias para la salud del cerdo. Nosotros, los cerdos, trabajamos con el cerebro. Toda la administración y la organización de esta granja depende de nosotros. Día y noche estamos velando por su bienestar”.
En la granja del nuevo milenio, la administración y la organización de la tierra de Pla también depende de ellos, que día y noche velan por el bienestar de sus ciudadanos, trabajando el cerebro. Eran otros tiempos, al final de la Segunda Guerra Mundial. Son nuevos tiempos y, en cambio, el poder de la granja sigue allí.
La manipulación y la propaganda, como medio para mantener el poder
Y así Napoleón extiende y consolida su poder esencialmente a través de una doble imposición: la emocional y la intelectual. Respecto a la imposición emocional, se invoca una suerte de transformación psicológica del grupo oprimido mediante la manipulación sentimental. Y por lo que se refiere a la imposición intelectual, se produce una deformación de la misma relación de dominación por parte del poder constituido, para que prevalezcan supuestas ventajas de ese vínculo despótico.
En este sentido, ayer en la ficción como hoy en la realidad, se emplea la propaganda oficial para enlazar la manipulación emocional con la intelectual. Y de manera desvergonzada se transforma gradualmente la información para convertirla en dogma, y se amenaza con una regresión a un pasado demonizado que exorciza los sentimientos de los dominados.
La alegoría de Orwell es una representación de máscaras que transparenta, en cambio, una realidad incontrovertible. La realidad de cómo sé construyen círculos cerrados que distinguen sectariamente lo propio y lo ajeno. La realidad de cómo se construyen líderes carismáticos sobre la base de la manipulación emocional y de la psicológica, a través de la propaganda. La realidad de cómo funcionan los mecanismos de perpetuación del poder a través de la extorsión de la voluntad individual.
Ojalá todo fuera una representación teatral y acabase en la lona de un proscenio, como en “Mario y el mago” de Thomas Mann: “Por suerte no entendieron los niños dónde era que acababa el espectáculo y dónde comenzaba la catástrofe, y se les permitió forjarse la bella ilusión de que todo había sido, simplemente, teatro”. Teatro de “La Fura dels Baus”, de “Els Joglars”, de Mary Santpere o de Nuria Espert. Solo teatro y solo en la granja.