Humor y ética. Cuando la crisis agrava el dilema

El sentido del humor puede ayudarnos a vencer el miedo o la angustia, pero ante situaciones difíciles hay que poner límites.

Mario Garcés. 15/04/2020

La civilización, por desgracia, ha hecho bandera en muchas ocasiones de los dogmatismos, de la violencia y del fanatismo antes que del propio humor. El dogmatismo es gravedad intolerante, una bruma de consignas irrebatibles, cuando el humor es una forma de tolerancia democrática. Porque el humor humaniza democráticamente en la medida que es conciencia de lo que somos y del otro, en un ejercicio de descomposición del dogma.

La contradicción, la incongruencia, la disonancia y hasta la paradoja son inmanentes al sentido del humor. El que carece de sentido del humor carece de inteligencia y solo puede refugiarse como un convaleciente intelectual en los axiomas de otros. Bernard Shaw dijo en una ocasión que «cada broma es algo serio en el seno del tiempo, y cuando algo parezca cómico, búsquese en ello una verdad oculta».

El que carece de sentido del humor carece de inteligencia

El poder analgésico

En estas horas de tensión y frustración, el humor es un analgésico que contrarresta emociones negativas como pueden ser el miedo y la angustia. El humor es un vehículo de transmisión de amistad, sin incurrir en el sentimentalismo mórbido, porque, en suma, es una alternativa al fracaso de nuestros sentimientos destructivos.

El humor, ahora y siempre, permite alcanzar distancia y perspectiva sobre la lacerante ansiedad, la perturbadora impotencia y la inevitable vulnerabilidad. Para tener humor, hay que aceptar el mundo como es, una realidad mutante que evoluciona constantemente. El humor y la estética componen una forma de ética moderna que acompaña a los seres humanos toda su vida, aspirando a ser los dueños duraderos de esa realidad.

Es un formidable instrumento de progreso y cultura, porque es uno de los cimientos de todo buen humanismo liberal que se precie. De allí que quien no ejerce el sentido del humor, no lo tiene o sencillamente lo tiene defectuoso, es un problema en la escala del desarrollo humano.

«El humor es un analgésico que contrarresta emociones negativas como pueden ser el miedo y la angustia».

El humor, a pesar de lo que defendieron Platón o Hobbes, nunca se puede fundar en una superioridad de quien cree que podemos hacer mofa de las debilidades y defectos de los otros. En ese caso, el humor y su instrumento, la risa, abonan un sentimiento de superioridad inmoral.

El humor tiene razón de inteligencia y sentido ético cuando toma base en la incongruencia que nos sitúa ante un hecho inesperado y nos permite distorsionar la realidad para huir de la angustia. De hecho, el humor alivia la tensión nerviosa y psíquica. Y también propende siempre al equilibrio, asegurando su restablecimiento cuando se ha podido producir una fractura como resultado de la tensión nerviosa y del esfuerzo.

La risa consigue aliviarnos cuando nos enfrentamos a situaciones tensas o difíciles

El humor es una forma de comunicación crítica

En cambio, el humor es fruto también del contexto, de su época, y, por consiguiente, es un asunto muy complejo, donde no solamente intervienen derivadas morales sino también jurídicas. El humor es un secreto y revelar su alcance y sus limites es un secreto mayor. La complejidad del humor exige un esfuerzo de comprensión para saber a qué nos enfrentamos, y quiénes son los sujetos activos y pasivos de esa interacción compleja hombre/sociedad.

Porque el humor en sus diferentes manifestaciones es una forma de comunicación crítica donde todo se juzga al derecho, pero al revés al mismo tiempo. Por eso mismo, el humor es educación y comprensión. A la par que es un recurso imprescindible para desprenderse de lo obvio, por mucho que lo obvio seamos nosotros mismos.

«Soy de los que defiende a ultranza el valor creativo, honesto y hasta humilde del humor»

Por ello, y también en este momento, convendría tomarse en serio el humor. Y más cuando, como señala Koestler, los seres humanos no son «acróbatas de la emoción», de modo que no se puede saltar sin red de un trampolín a otro. Hay un balancín que se llama «pensamientos» y otro que se llama «sentimientos» y poner un pie en cada uno de ellos sin caer es una misión prácticamente imposible.

El humor es pensamiento especial, pero es pensamiento con el que la persona tiende a abstraerse de lo habitual, de lo convencional a través de la imaginación para acabar cuestionando lo cotidiano. Es una forma de vínculo directo con la inmediatez del mundo real, con la experiencia, pero también con la vida interior de cada uno.

El humor depende de cuatro factores: un contexto, un estado de ánimo, un estado de salud y un grado de agotamiento

La ética negativa

Ha habido también quien ha hablado de la ética negativa del humor basada en la insinceridad, en el hedonismo y en la irresponsabilidad. Todo ello provocando un juego de comunicación hostil e irreverrente, que fomenta el descontrol propio y ajeno. Y es aquí donde el dilema se vuelve más complejo. Porque soy de los que defiende a ultranza el valor creativo, honesto y hasta humilde del humor. Pero, al mismo tiempo, considero que hay ejemplos que precisamente no hacen ningún bien al efecto aperturista que debe tener en la mente y en la conducta colectiva su ejercicio práctico. Lo hago con la satisfacción de mi pudor, de mis límites morales y de mis convicciones, de modo que esta reflexión surge de mi integridad. Y admito que no se comparta.

Viene al hilo de una frase guionizada de una serie de televisión donde uno de los actores exclama: «Los niños son putas bombas que se cargan a una anciano con saludarlo». Sinceramente, no le veo la gracia. Y no le veo la gracia porque en la educación ética del humor es condición necesaria la percepción de lo gracioso. Y se hace a través de cuatro factores esenciales: el contexto social, el estado de ánimo actual, el estado de salud y el grado de agotamiento.

Pues bien, en el marco de referencia de la interacción del humor en estos momentos, la frase podrá ampararse todo lo que se quiera en la libertad de expresión. Pero es un ex abrupto innecesario en la ética de esta sociedad en este momento, que no pasa el filtro de ninguno de esos cuatro factores. La intemperancia de la ocurrencia, el despropósito de la situación no pueden llevar a defender esto. No he sido nunca un moralista, ni un pagafantas, pero mis escrúpulos me llevan a poner ciertos límites a mi conciencia. Y no voy a pedir disculpas por ello.

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