¿Cuándo y cómo vamos a adaptarnos a esta nueva normalidad?
El tiempo que dure la adaptación a este nuevo entorno social que nos ha generado el Covid-19 varía según las circunstancias de cada persona.
¡Temática escogida por aclamación popular! Nos planteamos hoy esta pregunta porque son muchos los lectores de The Luxonomist que nos han hecho llegar una consulta en este sentido. Y porque me he dado cuenta de que las inquietudes de los lectores coincidían con las de todos los pacientes que diariamente nos visitan. Y con quienes, de un modo u otro, inevitablemente, también hemos de abordar las especificidades del contexto actual y la repercusión que tienen en cada uno de nosotros.
El último paciente de quien he recibido un mail me contaba que asumía con rigor las medidas de distanciamiento y seguridad que se nos han impuesto. Pero me confesaba al mismo tiempo que se le hacía duro, pues él disfrutaba con un abrazo o, incluso, con un buen apretón de manos. Daba por sentado que esta realidad había llegado para quedarse y me preguntaba directamente acerca de cuánto es el tiempo que vamos a tardar en adaptarnos a esta vida tan distinta a la anterior.
No todas las personas se adaptan igual a entornos cambiantes
Lamentablemente no podemos ofrecer nunca una respuesta concreta, en parte porque nos falta mucha información acerca de cada persona y de sus circunstancias, y en parte porque es aún mucha la incertidumbre que existe ahí fuera en términos pandémicos. Esto es así a pesar de que uno trate de buscar información al pie de las fuentes más solventes, y por lo tanto es un punto de partida que no podemos obviar. Los periodos de adaptación de las personas a entornos cambiantes pueden oscilar entre unas pocas semanas y hasta unos pocos meses.
Y eso es así incluso en momentos vitales en los que cuando uno es bien consciente de cuál es el entorno al que ha de adaptarse: cambios de ciudad, cambios familiares, cambios de vida en muchos sentidos… Todos ellos llevan aparejados siempre algunos enigmas, sorpresas más o menos agradables, miedo e incertidumbre. En este caso, sin embargo, todas las certezas brillan por su ausencia. Aún no son todo datos objetivos acerca de la enfermedad, aún no es todo claro acerca del comportamiento del virus, aún no nos atrevemos a decir si habrá o no otro confinamiento, aún no sabemos cuándo llegará la vacuna, aún no sabemos cuánto durará esto de la mal llamada «distancia social», aún no sabemos qué va a pasar con cientos de trabajadores…
Volveremos a relacionarnos con normalidad
Por eso la respuesta a estas inquietudes solo puede ir en dos sentidos. El primero: adaptémonos sabiendo que es una realidad necesariamente pasajera. El segundo: adaptémonos sabiendo que adaptarse no es solo perder o renunciar, también es buscar otro tipo de ganancias y para ello hay que poner de nuestra parte para crear, construir e innovar.
Siguiendo esas dos premisas, lo importante es seguir las normas, cumplir con las recomendaciones que sean estrictamente sanitarias, aunque conlleven incomodidades y daños colaterales importantes, pero sabiendo que hay manifestaciones emocionales de las que el ser humano no podrá prescindir nunca. Yo estoy convencida de que, por supuesto, volveremos a relacionarnos con normalidad, pero quizá para ello hay que esperar una vacuna eficaz y segura a la que todo el mundo pueda acceder.
Hay que aprender siempre de lo que hemos vivido
Por eso, a mí misma y a mis pacientes, nos ayuda mucho pensar que todo esto es necesario, pero también transitorio. Me ayuda pensar que es útil, que no hacemos tantas renuncias por nada, y que es mejor asumir unos meses de ciertas limitaciones generalizadas a tener que volver al aislamiento duro, ese que tanto daño ha causado a tantas personas. Además, y esta es la parte más complicada, estas inquietudes las trabajamos en sesión siempre desde el aprendizaje y desde la asunción activa de responsabilidades. Aprender de lo que hemos vivido, cada uno dentro de nuestro relato de vida, y hacer por que nos sume de algún modo.
Además, adaptarse puede ser un proceso activo o un proceso pasivo, y de que este sea activo dependen tanto nuestra salud mental como la calidad de nuestras relaciones sociales. No nos escudemos en la distancia física para dejar de expresar o de comunicarnos, para dejar de construir intimidad. Busquemos otras formas de hacerlo, agucemos el ingenio, volvámonos más verbalmente expresivos o aprendamos a comunicar con la mirada. Hagamos más llamadas y recordemos mas veces a los demás lo que no podemos transmitirles con un abrazo.