Uno de los efectos despiadados del confinamiento en escaladas, curvas, picos, desescaladas, fases y simones, ha sido comprobar cómo el narcisismo de red social ha crecido exponencialmente. Los rasgos narcisistas se han exacerbado a consecuencia del tiempo de espera, de la necesidad de ser visto en estado dinámico por quienes no pueden ser vistos ahora en presencia, por el desasosiego en definitiva.
Hasta hace unos años el narcisismo era una patología, muy vinculada al efecto del nuevo lenguaje en red, pero de un tiempo a esta parte, el narcisismo se ha convertido en una antología antropológica de la más absoluta estupidez. Y es que, con carácter general, los narcisistas tiernos de juventud evolucionan en la edad adulta y diluyen su vanidad. Pero lamentablemente se ha comprobado, cada vez con mayor intensidad, que el narcisismo perdura en algunos especímenes, porque nunca dejarán de ser unos críos malcriados.
Además, hay una tendencia natural a que ese narcisismo retardado, como señalaba Amando de Miguel, se vuelva violento. Son fenómenos insustanciales con una falta de maduración pavorosa y con un grado alto de irresponsabilidad y de desconocimiento. El tiempo que dedican a las fotos no lo dedican a la instrucción de la mente, de modo que el narciso sucumbe a su propia miseria, por mucho que su carácter tienda a rebelarse contra quienes no le contemplan como lo que quiere ser.
Tienden además a tener espíritu gregario a pesar de que sus valores sean mudables, porque ellos buscan en el rebaño el reconocimiento a su egolatría. Por tanto, la conducta exhibicionista se relaciona perfectamente con el gregarismo, esencialmente en grupos políticos, donde el grupo alaba con impostura de borrego al mismo exhibicionista. Puedo entender la presión inmadura de los Me gusta a los 20 años. Cuesta entenderla más a los treinta. A los cuarenta, comienza a ser muy preocupante. El culto a la imagen del narcisista es la historia de nuestros días y así no habrá desconfinamiento que valga, porque detrás de esos confines, no hay más que una fotografía.
El narciso de la tradición clásica nada tiene que ver con el exhibicionista electrónico de nuestra era. Son las redes sociales el espacio omnipresente en el que se produce un intercambio incesante de fotografías, mensajes trabajados con poca ciencia y menos consciencia, cuerpos más o menos trabajados en gimnasios, bicicletas de quita y pon, o en soluciones dietéticas al uso de parafarmacia.
El objetivo es hacer visible una imagen de sí mismo en un territorio ubicuo donde todo el mundo “es” porque se fotografía. Y puedo entender la presión azarosa del joven necesitado de relación con sus contemporáneos. Y, con ciertos límites, del político que busca reforzar imagen en un marco de competencia con sus rivales. Pero lo que realmente me horripila es que estos comportamientos netamente juveniles fascinen a determinados adultos. Y como no tengo dudas de que es así, a la vista de lo que se contempla a diario, cabe afirmar que la inanidad de la imagen por un Me gusta se ha convertido en una enfermedad moral propia de las tecnologías del poder y del poder de las tecnologías.
La cultura del Me gusta es instantánea porque la voracidad de las fotografías en la red es tal que cada imagen necesita para el narcisista una recompensa inmediata. No son jóvenes, son niños. Niños cuya aspiración imperiosa es satisfacer sus aspiraciones caprichosas que no pueden aplazarse. Y como son niños, y malos, computan sus adhesiones de modo que dividen el mundo entre quienes les jalean y los que pasan olímpicamente, no de ellos, sino de su exhibicionismo. Y como son comportamientos infantiloides, inmaduros con delirios que aspiran a obtener respuesta inmediata, no llegan a entender que los megustadores durarán lo que perdure su fama o su posición, porque al día siguiente a que ya no sean nada desaparecerán en busca de otros megustados.
Megustadores y Megustados. Un binomio simple e instintivo que no dejaría de ser una mera repetición histórica del comportamiento humano sino fuera porque el Leviatan de las redes sociales lo ha impuesto a todas horas.
Cuando el ritualismo de la imagen se convierte en lo cotidiano, en lo central, pierde peso relativo el estudio y el análisis. Si en algunos grupos de jóvenes esta conducta se aprecia nítidamente y es susceptible de pensar que se puede diluir con el tiempo, el bochorno ha llegado cuando algunos adultos se han convertido a la religión de Narciso sin ningún pudor ni escrúpulo moral. Han reconocido que tienen “otra vida” en la red, en la búsqueda de la satisfacción inmediata, y han abandonado la “vida real” para esforzarse en la tarea ufana de mostrarse vivos en el mundo virtual.
Incluso la política se ha convertido, por momento, en una insufrible lluvia de meteoritos emocionales e irracionales que destrozan cualquier intento básico de raciocinio. Se dice en las redes y ya está, sea o no sea cierto. Delirante.
Cierto es que con estas conductas crecen los manipuladores, los aprovechados y aquellos que desean atenuar su sentido de culpa y hasta su idiocia perfectamente perceptible. Este nuevo modo de vida es muy atractivo para ellos, pero condenan sin remedio a toda una sociedad porque si todos nos comportamos igual no quedaría nada. Aunque dudo que les importe o que hagan una mínima reflexión porque seguirán afanándose en buscar el ángulo de la fotografía del día.
Con todo, reconozco que puedo estar equivocado en muchos casos y en muchas cosas. Y que las brechas generacionales pueden repercutir ferozmente en la percepción de la nueva realidad tecnológica. Y que, en ausencia de redes sociales, perdíamos también el tiempo en nuestros álbumes de fotografías y en exhibirlos a los demás cuando podíamos. Sea. Pero de lo que no tengo duda, a riesgo de equivocarme, es que el muestrario de valores basados en el esfuerzo, en la capacidad y en el sacrificio están siendo cercenados por las formas circunstanciales y efímeras del nuevo narcisismo.
Mientras tanto, colecciono imágenes. Seré un niño. Pero he dejado de coleccionar cromos intercambiados en un patio de colegio de curas a coleccionar fotografías incalificables de algunas personas conocidas. Y que siga el carrusel en marcha. Que esto no para.
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