Entre las brumas de mi infancia queda la imagen de Dustin Hofmann corriendo por Central Park, huyendo de todo y hasta de sí mismo en Marathon Man (1976) de Schlesinger. Eran los felices años posteriores a la muerte de Franco; y mientras en Estados Unidos se corría para mantener la forma o para huir de una “razzia” de pandillas de barrio, los españoles nos dedicábamos a correr para dejar atrás cuarenta años de funesto recuerdo.
Por aquel entonces no existían tiendas especializadas de calzado deportivo; ni siquiera existían tiendas al uso de material deportivo. Únicamente corrían aquellos españoles que tenían que competir en los campeonatos nacionales e internacionales; con camisetas de tirantes y calzones hasta la rodilla. Hoy ya nadie se acuerda de Mariano Haro, el león de Becerril de Campos; al que tuve la oportunidad de conocer en su pueblo ya jubilado. Me contaba cómo en Tierra de Campos corría todos los días 16 kilómetros para ir a trabajar a Palencia, padeciendo las calamidades del frío en invierno y los estertores del calor en verano.
En el presente continuo de nuestras vidas en red del siglo XXI, por correr se corre hasta en Instagram. Reconozco que yo nunca lo haría, seguramente por pudor o por desequilibrio generacional. Pero en el mundo del paroxismo de la imagen en la que se inmortalizan los platos que se han de comer, los hombros en trance de vacunación, las piernas oblicuas y horneadas de muchas mujeres en la playa, o las reuniones de trabajo con banda sonora, un clásico de la impresión digital es grabarse a sí mismo corriendo.
Más allá de que no sé qué interés antropológico o sociológico tiene, grabarse simultáneamente a la vez que desplazas tus piernas a ritmo de carrera es francamente peligroso. Pero confieso que comienza a ser una plaga; y que no hay runner con dos dedos de frente que no tenga editados sus segundos de gloria. Son tiempos de carreras y no hay límites al exhibicionismo pedestre.
Entre mi grupo de amigos y conocidos habituales, hay una fiebre irrefrenable por las carreras, cuanto más largas y brutales, mejor. Y en condiciones extremas que la satisfacción es mayor: nubes bajas, aguanieve, lodo, sol ardiente. Cuanto más intensas son las calamidades atmosféricas y mayor es la distancia, mayor es el alcance de la aventura. Un orgasmo atlético con mayoría de testosterona masculina.
El subidón del corredor que libera endorfinas y endocannabinoides en contraste con la tendencia sedentaria que tenemos todos los primates, máxime cuando nos han dado al nacer un móvil para no movernos demasiado. No en vano, los simios descansan dieciocho horas al día y ahorran así calorías para la supervivencia y para la reproducción. Y es que, para los humanos, el sofá es una suerte de imán. En él nos apalancamos físicamente con mando a distancia y bebida edulcorada en ristre. Según la OMS, dos tercios de la población mundial no realiza ninguna actividad física necesaria para obtener beneficios para la salud.
Si atendiéramos las recomendaciones de los expertos, la cantidad óptima de ejercicio para un adulto medio al día es de 15.000 pasos; lo que sería el recorrido equivalente a la ronda diaria de un empleado de Correos en el Bierzo. Intuyo que a mi edad las probabilidades de que pueda trabajar en Correos en España decaen y no voy a probar; pero soy de los que ando y corro cuando puedo. Porque no hay duda alguna, burlando los peligros de los excesos, que la actividad física reduce el riesgo de morir.
Según estudios realizados en la última década en Estados Unidos, con 25 minutos diarios de actividad moderada y vigorosa, se reduce ostensiblemente el riesgo de que te dé un jamacuco. Los adultos que estuvieron activos durante, al menos, 100 minutos al día mostraron tasas de mortalidad más bajas, hasta un 80% inferior a la de los adictos al sofá y la televisión. Con estos antecedentes, hay que poner al día la aplicación del móvil o comprarse un podómetro, ese juguete útil que fabricó hace más de cincuenta años un hábil japonés.
Pues bien, pongámonos en nuestras marcas, y preparados, listos y ya. Que quien no corre, no mama. Y que quien parasita en su sillón al calor de una serie de televisión, tiene los días más contados que el corredor de fondo. No hace falta ser el protagonista de Carros de fuego ni enchufarse los auriculares a la música empastada de Vangelis. Ni siquiera hay que ser Sebastian Coe ni Fermín Cacho. Basta con dar impulso a nuestra sangre mediante la fuerza aeróbica de cuerpo.
Paso ligero. Elasticidad, más vasos sanguíneos y menos vasos de alcohol de sobremesa. No hace falta tampoco tener la fuerza motriz de un cazador o recolector de alguna tribu de Tanzania, sino que es suficiente con echarse a la calle al ritmo de tus dos piernas.
En las ciudades, vivimos en zoológicos aunque no lo sepamos y nos comportamos como seres simiescos atrapados en sus jaulas. Para vencer la resistencia de las sociedades estacionarias, ya se sabe, acera y paso de peatones. Pero con precaución, que el exceso de ejercicio produce descenso de libido y no estamos para rebajar nuestra tensión sexual. Lo que faltaba.
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