¡De ilusiones sí se vive!
Nuestro empeño por relacionar la ilusión, la ensoñación con la falta de madurez, nos lleva a reprimir una parte imprescindible de nuestra existencia.
Dice el dicho popular que “de ilusión también se vive” y cuántos buenos ratos nos hemos llevado transitando por el sendero de las ilusiones. Hay quien piensa que es la guarida de la magia de la vida y, que sin ella, no se hubieran logrado grandes gestas de las que hoy gozamos que fueron consideradas fantasías. La creatividad sin ir más lejos es una madeja que está repleta de ilusiones, igual que la imaginación. Lo llamado imposible es una ilusión que deja de serlo hasta que logramos tejer el camino que lo convierte en realidad.
Esa misma ilusión es la que, mediante los llamados hilos invisibles de cada uno, nos llevan a nuestro niño interior. Por eso los magos siguen captando nuestra atención o los contadores de historias sorprendentes nos dejan siempre con la boca abierta. Si no fuera importante, las ciudades no abrirían museos en su nombre.
Recientemente, Dubai ha inaugurado el museo de la ilusión más grande del mundo. Mohamed El Wahabi, el propietario del museo afirma que “quienes traspasan la puerta pueden aprender mucho sobre la visión, la percepción del cerebro humano y la ciencia a través de exhibiciones personalizadas en las que descubren cómo y por qué nuestros ojos ven cosas que el cerebro no comprende”.De entre las 80 atracciones, la favorita es la llamada ‘clon’, que te permite sentarte en una mesa y jugar a las cartas con cinco clones de ti mismo.
Barcelona cuenta también con su propio museo donde puedes sentirte como Alicia en el País de las Maravillas, sintiéndote diminuto en una habitación, o un gigante. Un juego de ilusiones que a lo largo de los siglos ha maravillado a miles de personas, ya que a pesar de las tecnologías, nadie ha dejado de jugar con el tradicional juego de los espejos deformantes.
La ilusión para nuestra mente o para nosotros mismos no deja de ser un momento de recreo, de pausa, de juego en el que cualquier cosa puede ser posible. En la ilusión albergamos muchas sonrisas, el brillo en nuestra mirada y todos aquellos momentos que nos provocaron magia. Nuestro empeño por relacionar la ilusión, la ensoñación con la falta de madurez, nos lleva a reprimir una parte imprescindible de nuestra existencia e, insisto, contradiciendo al dicho popular, si no se vive de ilusiones, ¿de qué se vive?.
Nuestros ojos no hacen más que recrear ilusiones ópticas que nuestro cerebro interpreta y, en estos museos, descubrimos que, según cómo lo pongamos, la realidad pensada no existe y está fuera de nuestra lógica. ¿Por qué no sacamos de ello la lectura de que todo puede convertirse en una ilusión o interpretación de nosotros mismos con la realidad? Sinceramente, yo soy de las que prefiero seguir viviendo de las ilusiones a que, por miedo a caer en la fijeza de las cosas y conceptos y dejar de jugar, de sonreír, de ser la niña a la que le siguen divirtiendo los espejos cóncavos y no se avergüenza por ello.