¿Qué se esconde detrás del éxito? ¿Existe la soledad del ganador? El patinador español Javier Fernández ha cruzado la línea del gran desconocido, ha traspasado el umbral de la fama tras años de lucha en el anonimato, demostrando, una vez más, que vivimos en una sociedad donde no se admira a sus deportistas, solo se admiran sus victorias. Su reciente bronce olímpico en Corea, sus dos campeonatos del mundo y sus seis europeos consecutivos le sitúan como uno de los mejores deportistas españoles de la historia en una especialidad, el patinaje artístico sobre hielo, considerado como deporte minoritario en España, sin tradición alguna, con solo 19 clubes y apenas 600 licencias federativas, en un país de casi 4 millones de federados.
Pero detrás de las fotos que en estos días hemos podido ver del gran acróbata del hielo, con su medalla, con la bandera y la mejor de sus sonrisas, hay una intrahistoria de lucha, de esfuerzo y de soledad que, a golpe de sacrificio, forjaron el perfil del hoy reconocido campeón. Héroes solitarios, casi clandestinos como Ballesteros, Nieto, Santana o Fernández que, antes de ser campeones del deporte, se vieron en la necesidad de convertirse en triunfadores de la vida.
Dormía en un sofá cama que había en el salón de un minúsculo apartamento en New Jersey, a 6.000 kilómetros de su domicilio en España: así podría empezar la historia de un chaval de 17 años que, un día, decidió dejar su casa, su familia y sus amigos, para viajar a Estados Unidos y aprender el exclusivo oficio de estrella del deporte. Antes de ese momento, Javier Fernández ya había abandonado el lugar donde comenzó su sueño, la nevera de Majadahonda, para trasladarse, con 14 años, al Centro de Tecnificación de deportes de Invierno (CETDI) en Jaca y luego a Andorra donde un cazatalentos, el ex patinador ruso Nikolai Morozov, le ofreció la opción de irse con él a Estados Unidos y darse una oportunidad en el deporte.
No fue sencillo porque Morozov le pagaba el viaje, los patines y las clases, pero el resto debía costearlo sus padres, Enriqueta y Antonio, trabajadores modestos que pusieron a disposición de Javier los ahorros de toda la vida para una aventura de dudoso futuro. Javier viajó a New Jersey y mil veces quiso dejarlo todo, mil veces se propuso regresar a España con los suyos, hasta que dos años más tarde, una leyenda del patinaje de los años 80, Brian Orser, le ofreció viajar a Canadá y dar un salto definitivo en su carrera.
A las ocho de la mañana comienza la rutina de Javier Fernández cada día. No ha sido nada sencillo aclimatarse a unas temperaturas de -27 grados en invierno, pero Toronto ofrece todo aquello que un patinador sobre hielo necesita, incluidas más de 200 pistas para patinar por toda la ciudad. Desayuna en su pequeño apartamento donde ha aprendido a cocinar, lavar y planchar la ropa; coge su bicicleta y, si la nieve lo permite, se marcha al club en el que entrena, el Cricket Skating Crurling club de Toronto, un exclusivo centro deportivo fundado en 1827, en el que la gente llega a pagar 3.000 dólares mensuales por entrenar una hora diaria.
Allí trabaja junto a Brian Orser aspectos técnicos y artísticos, David y Tracy Wilson le ayudan en la coreografía y, poco a poco, van construyendo los ejercicios con los que luego competirá en la búsqueda de las medallas. Por la tarde y tras comer en el propio centro deportivo, Javier regresa a casa para encontrarse con su novia, la patinadora japonesa y bicampeona mundial, Miki Ando, y, en ocasiones, dar buena cuenta de alguna pizza y una partida en la consola.
Javier Fernández es feliz porque en 2015 consiguió que le cambiaran, tras mucho esfuerzo y más de dos años de gestiones, el visado canadiense de turista por el de trabajo, y las becas y ayudas que recibe por sus éxitos deportivos han aliviado su economía y la de su familia. Ya no tiene que preocuparse por los 900 euros que cuestan los patines o los 1.200 de su traje de competición, por los 2.500 euros mensuales que cuesta su estancia e incluso puede pagar, sin apreturas, a entrenadores y coreógrafos.
La vida de Javier ha cambiado y hasta cuando visita España le ofrecen para entrenar el Invernia Valdemoro, sin tener que compartir pista con visitantes o abandonarla precipitadamente para que entrene el equipo de hockey hielo. Lo demás ya lo conocen, campeón del mundo en 2015 y 2016, campeón de Europa desde 2013 hasta 2018, medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Pyeongchang 2018 y una imparable progresión que le sitúa entre los mejores en la historia del deporte español.
Los focos mediáticos iluminan en todo su esplendor la figura de Javier Fernández, la inmediatez del éxito invita al exceso y la exageración, tras haber traspasado la delgada línea de la fama. Cuando las luces se apaguen y se retire el maquillaje, Javier volverá a su rutina, a su bicicleta, a su pequeño apartamento, a lavar y planchar la ropa, a la soledad del triunfador; esa que tantas veces le invitó a dejarlo todo y que, a golpe de sacrificio, le ganó su mejor medalla.
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