En los Andes, a 3.000 metros de altura, en la aldea de Churcampa ,una mujer a punto de dar a luz se agarra de pie a una cuerda colgada del techo. A la vez, su marido la sostiene por detrás mientras la parturienta se balancea en cada contracción. El «efecto Churcampa» se ha extendido por todo el territorio peruano, de sierra a selva pasando por la costa. Lo ha hecho de modo y manera que la experiencia de la atención vertical del parto ha permitido reducir ostensiblemente la mortandad materna en los últimos años.
Este episodio no es extraordinario, y aunque parezca singular y extemporáneo, representa un avance notorio en el Perú indígena. Así leí la noticia y así me vino a la memoria cómo en tiempos remotos la posición sedente era la que se usaba con más frecuencia.
En el Éxodo, ya Moisés cita la silla de parir, que también era conocida en Babilonia. Según el papiro de Westcar, ya los egipcios usaban con tal fin una estructura compuesta por tres ladrillos, en las «cámaras de parir», llamadas Mamisis, que se instalaban en la época junto a los templos. En casos de emergencia, y si no existía una silla próxima, se sustituía por un sillón sin respaldo, encajando a la mujer semisentada que era sostenida por tres acompañantes, de los cuales uno de ellos friccionaba el vientre mientras que los demás le sujetaban la espalda.
Hay alguna variedad posicional en el propio Génesis en la que la mujer paría sobre las rodillas de un hombre o de una mujer, bien en silla o en tierra. Esta tradición era común en Holanda donde se optaba por un hombre robusto para asiento de parturientas. A diferencia lo que ocurría en Japón, donde ante la misma técnica se escogían hombres experimentados y de edad avanzada.
Con todo, en la historia de la humanidad, no han sido infrecuentes los partos en posición decúbito supino (Sioux), posición dorso-sacra, recomendada por Ambrosio Paré, posición decúbito lateral y posición decúbito prono (indígenas de Angola). Así hasta encontrar ejemplos históricos de parto en actitud erecta, al estilo y uso del nuevo Perú, que fue la que adoptó en la mitología la incestuosa Mirra para alumbrar al ser más hermoso de toda la historia llamado Adonis.
Aunque lo más parecido que recuerdo a la «experiencia Churcampa» es el nacimiento de Gautama Buda. Su madre Maya, de pie y asida con su mano derecha de la rama de un árbol, alumbró con normalidad al niño-Dios. Pero para partos inusuales, el de Juana la Loca que dio a luz al Emperador Carlos I de España y V de Alemania en un retrete.
No es el único episodio memorable en el parto de nuestras reinas, aunque el caso de Eugenia de Montijo es excepcional por la temperancia que demostró en pleno proceso. Ante la presencia de varios observadores oficiales, divisó junto a su lecho a un personaje non grato. Detuvo entonces totalmente el parto y desaparecieron como un ensalmo repentinamente las contracciones. Fue expulsado el caballero y al instante se iniciaron nuevamente las convulsiones.
Ejemplo también de ataraxia fue el parto de Isabel la Católica que se hizo cubrir la cabeza con un velo y no dio lugar a que nadie escuchara una sola palabra ni un solo gemido de dolor. Capítulo aparte merece el uso beneficioso de la nicotina en el momento del parto. A ella se acostumbró doña María Amalia de Sajonia, esposa de Carlos III, que en sus trece partos vociferaba implorando que le permitieran fumar un cigarrillo.
Cuestión que ha provocado no escasas especulaciones es la relativa a la elección de sexo. Durante mucho tiempo se entendió que, para tener hembra, había que situar la cabecera de la cama orientada hacia las montañas, fornicando en bajamar y en los menguantes de luna, en todo caso en posición horizontal.
A cambio, si el objetivo era el varón, la cabecera debería estar orientada hacia el mar, practicando sexo en época de luna llena, en cuarto creciente o de madrugada y siempre en pleamar, con la singularidad de que los dos amantes debían tener las orejas en contacto. Si el embarazo era gemelar, se infería que era debido a que la mujer había sido «cubierta» dos veces en la misma hora.
En los casos de retraso en el parto, han sido múltiples las soluciones que se han buscado para facilitar la expulsión del feto. Desde la tierra cogida debajo de los árboles donde se abrigan las serpientes en Ceilán; hasta la provocación del estornudo, aspirando pimienta, castoreo o eleboro. Incluso se ha recurrido a la incitación del vómito, puesto que incrementa la presión intra-abdominal. Pero, por muy extravagante que ahora parezca, hubo un tiempo en el que se aconsejaba llevar una liebre viva al parto, que se colocaba en España en el pecho de la mujer.
En Austria y en Suiza, por su parte, era costumbre aplicar en las parturientas una piel de serpiente sobre el vientre. En Francia, y por influjo de la famosa comadrona Bourgeois, se colocaba una piel de cordero de color negro, recién desollado, en el bajo vientre y región lumbar de la parturienta. Así, en el cabo de la piel se aplicaba otra de una liebre, con la sangre de ambos animales que se esparcía por la matriz por su efecto tonificante.
En la época en que la parturición estaba inmersa en las amenazas de los mitos y de las fábulas, no era infrecuente la utilización de amuletos para purgar exorcismos. Comenzando por la diosa de los partos, Isthar, que llevaba siempre un cinturón de piedras prendido a sus caderas. Así fueron usuales los amuletos minerales, tales como la piedra de sangre, el jaspe, la belenita, el erizo de mar, el diente de cerdo o de jabalí colgado en el cuello; la colocación de las llaves de la puerta de la casa debajo de la almohada o la rosa de Jericó.
En el Maestrazgo español ha sido costumbre durante muchos siglos anudar un pañuelo rojo al muslo izquierdo de la parturienta. En las alcobas de nuestras monarquías, era tradición invocar a la Santa Cinta de la Catedral de Tortosa. Esta fue empleada por primera vez en el parto de doña Isabel de Borbón y de Médicis, esposa de Felipe IV; hasta la última vez que se tiene constancia que fue utilizada por la reina María Cristina de Habsburgo-Lorena, al dar a luz al rey Alfonso XIII.
Costumbres, supersticiones, experiencia, instinto. La cultura de las diferentes civilizaciones late en cada época a través de leyendas, de mitos, pero también del incesante deseo del ser humano de conservar la salud y combatir el dolor. Y, para mujeres y hombres de fe, siempre quedará San Bartolomé: «En la casa donde asistes/no caerá piedra ni rayo/ni morirá mujer de parto/ni criatura de espanto».
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