Los cuentos populares han sido y son un vehículo de penetración de valores que, debidamente adaptados, se transforman en canales de orientación de ideas, creando así corrientes de opinión desde una edad temprana. Actualmente transitamos por un período presupuestario de cuentas y no de cuentos, de relatos políticos a medio gas y de series políticas de medio pelo. De leyes de control promulgadas sin control.
Por ejemplo, en la década de los 30, la Generalitat de Cataluña instituyó una unidad administrativa denominada «Comisariat de Propaganda». Su finalidad última era el control temático de los libros dirigidos a niños. Noventa años después, el debate sigue abierto y los libros siguen siendo material inflamable en manos de doctrinarios y mercaderes de ideas y de pasta gansa. Porque hablando de gansos, siempre habrá un Patito Feo.
Las dos Españas que protagonizaron la Guerra Civil encontraron en los cuentos infantiles el instrumento adecuado de percusión emocional en las primeras lecturas. Y así fue cómo el Patito Feo republicano se enfrentó a las Caperucitas Rojas de guante nacional, siquiera sea en la imaginación precoz de los más jóvenes.
En 1937, la Editorial Estrella publica la obra de El Patito Feo, respetando la cronología y el bosque de personajes del cuento de Andersen, pero cambiando el comportamiento de cada personaje al uso de las necesidades de contexto de la Editorial. El Patito Feo encarna así la conciencia del niño desclasado, de base humilde, esforzado y luchador, que resiste los abusos de un sistema estamental y del fascismo, al que con primacía republicana acaba venciendo.
El contraste de clases no admite ningún escrúpulo retórico en el relato adaptado, pasando a presentar a los personajes como arquetipos modernos de la lucha entre ricos y pobres: «… patos, pavos y gallos se paseaban con desagradable orgullo, considerándose cada uno lo mejor de su casa. Eran, en fin, como esos condes y duques que presumen porque vienen de condes y duques antiguos. /…/ Los jóvenes patos de la granja eran unos estupidillos «pollos-pera». /…/ Todos andaban con mucha presunción, y se saludaban extendiendo un ala, porque decían que eso era a la manera fascista. Y no hacían nada en todo el día como buenos señoritos. /…/ El pato español, llamado duque de Alba, le dijo un día: Tiene aire de campesino sin raza, parece hijo de unos trabajadores cualquiera».
Ante la «perenne injusticia social», el Patito Feo se rebela en la búsqueda de los «ideales republicanos» de la igualdad y de la educación para todos: «Prefirió lanzarse a luchar en la vida por sí mismo, que no sufrir los desprecios de aquellos patos y pavos fascistas, que no tenían más preocupaciones que la de ser elegantes y comer sin trabajar».
Y cierto es que, con predecible moraleja, el Patito acaba triunfando: «Ahora verían todos con envidia que se puede ser de joven una modesta ave parda y llegar luego a ser un magnífico cisne que, como aquellos otros tres del lago, se dedicó mansamente y cada día a predicar la unión de los patos y las aves acuáticas del mundo, para que no hubiera razas fascistas como las de la granja, que despreciaban todo lo que tuviera aspecto de aves trabajadoras y humildes».Como contrapunto del relato versionado de El Patito Feo puede traerse a colación la obra «Caperucita encarnada. Nueva versión del célebre cuento dialogado y puesto en escena por la regidora comarcal de prensa y propaganda de Trujillo, camarada Mercedes Terrones Durán».
A diferencia de la conservación de los personajes en el cuento anterior, en esta adaptación aparecen nuevos protagonistas, como un hada buena, réplica de la Virgen María o un enano diabólico que embauca a la niña para que desobedezca a su madre y transite por el camino más largo, el de la perdición del bosque, en una nítida desemejanza entre la pureza del bien y la hediondez y repulsa del mal.
Pero Caperucita, que conoce las razones de la fe, objeta al enano cuando le compele a ser desobediente: «A las niñas que son desobedientes les ocurren muchas desgracias. Y luego cuando mueren, en lugar de ir al Cielo con la Virgen que es tan guapa y tan buena, a jugar con El Niño Jesús… ¡Se las lleva el demonio al infierno! Donde no hay más diablillos feos y negros que las pinchan!».
En el instante en que el cazador rescata a la abuela y a Caperucita del vientre del lobo, la anciana se lo agradece pero este repele el agradecimiento: «¡Gracias a Dios, señora Micaela! Todas las cosas buenas que nos ocurren a Él se las debemos y únicamente cuando no cumplimos con su Ley nos suceden desgracias».
El colofón de esta narración lo pone el Hada de una manera sorprendente: «Bueno, Caperucita, te repito lo dicho. ¡Hasta la vista! Pero antes de separarme de ti, voy a darte un recuerdo (saca de entre su ropa una caperuza igual a la que lucía la niña en el primer acto, pero azul en lugar de encarnada, y se la da a la niña). Toma, he visto que perdiste tu caperuza, ahí tienes otra para sustituirla. /…/. Efectivamente. Te llamarán «Caperucita azul». Y no olvides que el azul significa obediencia, disciplina, sacrificio, … amor en fin».
La fascinación que producen los cuentos infantiles tienen un efecto sugestivo que se traduce a veces en una confusión entre lo real y lo imaginario. Frente a la manipulación artera de la literatura infantil siempre queda la necesidad de que el cuento represente, por siglos, la tradición invariable que se transmite de boca en boca.
Mientras tanto, en el Congreso de los Diputados, hay Patitos Feos y Caperucitas Rojas en la nueva España binaria que no es otra que la vieja España cainita. Hay cazadores, bambis, lobos feroces y hasta un gato con botas. El Mago de Oz usa ahora mascarilla y los tres cerditos se lavan las manos con gel. El soldadito de plomo hace guardia en la puerta a la espera de su PCR. Y Alicia no encuentra la salida. Nosotros tampoco.
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