Madres, mujeres y vida. Un trío antológico que confecciona el denso tejido de la obra completa de Pedro Almodóvar. Tras el confinamiento, la semana pasada el manchego comenzó en Madrid un nuevo rodaje, preñado de sus obsesiones vitales, con el título de “Madres paralelas”. Y volverán a la pantalla sus musas y sus fantasmas, y con ellas la música inolvidable de toda una generación de españoles que empezamos a saber quién era este tipo en los lejanos inicios de los ochenta. La música de nuestras vidas.
Cada banda sonora, pero sobre todo cada canción, es un puñal en nuestra alma siempre en construcción, una mirada a la reja de nuestros sentimientos, una piedra que cae en el pozo de nuestros olvidos. Los silencios obligados, la ausencia, la soledad del ser único, la maldición del rebelde, la eterna insatisfacción, el amor prohibido. Todo eso y mucho más encierra esa música que, debidamente ordenada, es la biografía de Almodóvar. Con todos sus aciertos y errores, pero también la biografía emocional de muchos españoles que decidieron romper barreras allí donde solo había murallas. Porque a diferencia de ese narcisismo voluptuoso y esteticista de sus decorados, que son color de alma que revienta, las canciones son directas, porque son folclore y vida en la mayor parte de los casos.
En esa vida del blanco y negro al color, de la cabina al Instagram, del amor físico al amor virtual, son diez las canciones que resumen, en mi opinión, la historia íntima de mi generación, ya perdida en los senderos de la modernidad. Por empezar, comenzaré casi por el final, aunque sea la década de los ochenta. “Encadenados” de Lucho Gatica en “Entre Tinieblas” (1983), un bolero mexicano sobre el delirio y el desengaño: “volver es empezar a atormentarnos/a querernos para odiarnos/sin principio ni final”. La melodía de este lamento se deja escuchar en un desparrame psicodélico de monjas con inclinaciones lésbicas, de aficiones psicoactivas entre “Sor Rata de Alcantarilla” y “Sor Pérdida”, sin hacer de menos a “Sor Estiércol”.
Después llegará “Matador” (1986) en la que se da voz a la canción de Mina “Espérame en el cielo”, una melodía endulzada sobre el amor después de la muerte: “Nuestro amor es tan grande/ y tan grande que nunca termina/y esta vida es tan corta/que no basta para nuestro idilio”. La canción pone punto y final a una película “noir”, que hace pornografía de la tauromaquia, muy lejos de los nuevos impulsos sociopolíticos en la España actual. La canción redime el drama, lo voltea con un pase de pecho terminal hasta dar conciencia de amor a una relación “fou”.
A ese amor pleno, verdadero, de pantalla gigante en cines de tarde de domingo se refiere también la canción “Lo dudo” de Los Panchos en “La ley del deseo” (1987) que como trío que eran, pero musical, hasta tres veces dudan del provenir del amor con otro: “Lo dudo, lo dudo, lo dudo/que halles un amor más puro/como el que tienes en mi”. Irrumpe en pantalla por primera vez un actor hermoso como un ángel afligido, de nombre Antonio Banderas. El mismo que, más de treinta años después, representó el “alter ego” inconcluso del manchego en “Dolor y Gloria”, porque con todas sus aristas, Banderas irriga su sentimiento como lo haría Almodóvar, si quisiera hacerlo por él mismo.
Y así llegamos al final de los ochenta, con una leyenda, quizá merecida, quizá sobrevalorada, del cine nacional como “Mujeres al borde de un ataque de nervios” (1988), con una frenética Pepa malherida de amor y de gazpacho en su punto de sal. “Soy infeliz” de Lola Beltrán pone acordes a una comedia depresiva pero, a diferencia de películas anteriores, se agarra afanosamente al guion, como si la canción estuviese compuesta expresamente para la película: “Soy infeliz si porque tú no me quieres, piensas que yo he de morir”.
A los noventa llega Almodóvar haciendo ruido de “Tacones lejanos” (1991) y dando luz a quien es luminaria por sí misma como Luz Casal con “Piensa en mí”, probablemente la canción que condensa toda su obra en un prodigio de voz inigualable. La canción es oda de mujer, por madre y por amante, es amor pero también es odio, es encuentro pero es pérdida y olvido: “Cuando quieras/quitarme la vida,/no la quiero para nada,/para nada me sirve sin ti”.
Ese desgarro de amor vivido penetra en la letra de “En el último trago” de Chavela Vargas en “La flor de mi secreto” (1995), un amor abatido que hace llorar sin paliativos: “Nada me han dado los años/siempre caigo en los mismos errores”. El eterno retorno al amor imposible.
El nuevo milenio nos regala un concierto de Caetano Veloso en “Hable con ella” (2002), probablemente la mejor película del director, a mayor gloria de Rosario y de Leonor Watling, pues hablando de gloria, la que aguarda a Rosalía cantando “A tu vera” de la madre de Rosario, de Lola, la de verdad. Todos los sentidos se estremecen al escuchar “Cucurrucucu Paloma” entre un público extático donde Almodóvar sitúa a dos personajes resucitados como Marisa Paredes y Cecilia Roth, Huma Rojo y Manuela respectivamente. Pasión y muerte como nunca.
Al menos, en “Quizás, quizás, quizás” de Sara Montiel en “La mala educación” (2004) hay margen para la esperanza o para el autoengaño, que a veces el amor no es sino un espejo de expectativas mal entendidas: “Siempre que te pregunto/Que cuándo, cómo y dónde/Tú siempre me respondes/Quizás, quizás, quizás”.
Y todo ello nos lleva a “Volver” (2006), porque que, como en “Dolor y Gloria“ (2019), Almodóvar regresa a su infancia y ajusta cuentas, aunque siempre pienso que no le salen. Y no por la película que es excepcional, sino porque aquel trabajador de Telefónica que quería ser director de cine tiene una gran fondo de armario emocional plagado de heridas que, a pesar de la madurez, todavía supuran.
Y la misma Penélope que canta “Volver” entre fantasmas familiares y secretos inconfesables, es la que baja al río para que su voz resuene, como un torrente de vida, con Rosalía en “Dolor y Gloria” para cantar un “A tu vera” que habría hecho llorar a la más grande, a Lola Flores. De amor se puede morir, pero siempre eternamente a tu vera. La misma vera que nos ha acompañado durante cuarenta años en sus películas y que nos ha enfrentado a nuestros fantasmas pero también a nuestras angustias y a nuestras alegrías.
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