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Ponernos en la piel de los demás

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En un momento histórico en que la mascarilla puede pasar a convertirse en un mero fetiche carnavalero y dejar atrás la oscura historia de nuestro último año en la Tierra, confieso que ignoro qué hacer con los innumerables recipientes de gel de manos que he ido atesorando a lo largo de los últimos meses. Geles hidroalcohólicos biocidas y antisépticos para manos para reducir la exposición a los patógenos de la piel. Si hace dos años, alguien en una conversación cabal y vertebrada hubiera descerrajado la frase anterior, seguramente hubiera sido observado de soslayo como un hipocondríaco o como un furtivo de frenopático.

En cambio, a lo largo de los últimos quince meses, nos hemos convertido en especialistas de geles y soluciones líquidas. Tal es así que hemos utilizado geles de todo tipo, desde los más líquidos hasta los más lechosos y espesos; y nuestras manos han estado más lubricadas que nunca. Con todo, conservaré los restos no utilizados en una caja de recuerdo para no olvidar lo que ha ocurrido, que el hombre tiene memoria de pez, si es que tiene memoria.

En los últimos tiempos hemos tenido las manos más lubricadas que nunca. Foto: Piqsels

No hay piel que huela siempre igual

Llevo un tiempo, además, que reconozco que me cuesta ponerme en mi propia piel. De modo que difícilmente puedo aspirar ocasionalmente a ponerme en la piel de otros, sobre todo, de algunos reptilianos humanos. Pero hablando de pieles, y no precisamente de abrigos de piel, el cuero humano ha servido muchas veces como vehículo para la datación de edad de cada uno. He practicado la prueba del carbono 14 más de una vez en algunas personas y apenas he errado. Cuello y manos fruncen pliegues que anticipan la edad y que nos sitúan en nuestro inapelable intervalo de existencia.

Pero es que hasta el olor cutáneo existe, porque no hay piel que huela siempre igual, por mucho que la profilaxis corporal sea plena. Ya se sabe que la piel no es inodora como tampoco es incolora. Según un estudio científico que leí recientemente en una revista inglesa, sin riesgo a error, los individuos se clasifican según su aroma corporal en tres intervalos de edad: joven (20-30), edad media (45-55) y edad avanzada (75-95). Parece ser que, según el estudio, hay etapas no clasificables aromáticamente. El día que leí el estudio no dejé de olisquearme porque me habían categorizado entre los medievales, y es lo más próximo que tenía de volver a la Edad Media.

El cuello y las manos denotan nuestra edad a través de sus pliegues. Foto: Piqsels

La carne se hace vieja como la piel

Recomiendo por enésima vez que quien no se haya duchado convenientemente no se rocíe con lociones a granel. Hay quien piensa que la ausencia de higiene se compensa con aplicación masiva de líquidos embriagantes comprados al por mayor. Sufrí en mi más tierna infancia el impacto de la combinación de suciedad y colonia, y creo que no lo he superado. Muy fuerte. Del mismo modo que vengo a reconocer que en algún momento de mi última década en la Tierra he llegado a oler en determinadas situaciones la piel de algún ser humano a mi alrededor y he caído en la cuenta de que el tiempo pasa.

En fin, que la carne se hace vieja como la piel. Y, es más, de hacer caso a un buen amigo socialista, me decía hace unos días que los perros jóvenes tienden a atacar a los perros viejos, porque huelen su estado de decrepitud. Ahora que lo pienso, no es distinto en el mundo de los seres humanos donde los jóvenes abaten sin contemplaciones a los mayores en las actividades profesionales y empresariales, quizá guiados por el exceso de pituitaria.

La piel, a diferencia de las joyas, no es para siempre. Foto: Piqsels

El valor de una persona no debería tener color

Los seres humanos somos los únicos primates que tenemos diferentes tonalidades de piel. Son los melanocitos, y no son un grupo musical, los que producen un pigmento protector oscuro, que es la melanina, cuando nos exponemos a las radiaciones del sol. Por eso las poblaciones más próximas al ecuador tienen la piel más oscura mientras que las que viven en la estrechez inmensa de los polos la tienen muy clara. Siendo así, quizá carezca de sentido la teoría de las razas en el mundo, y, con ello, se pueda poner fin a los prejuicios consiguientes.

En el mes europeo de la diversidad, a Correos en España no se le ocurrió otra feliz idea que emitir sellos con diferentes tonalidades del color de la piel de los hombres y mujeres bajo el lema «El valor de una persona no debería tener color» (equality stamps). Pues bien, no sabemos si quien tuvo la idea era un asiduo compulsivo de «Lo que el viento se llevó» porque el sello de color negro tenía un valor de venta menor que el de todos los demás. Un estrambote en una entidad como Correos que no se merece tanto desatino.

Los seres humanos somos los únicos primates con distintos tonos de piel. Foto: Piqsels

A medianoche a dormir que la piel necesita descansar

Y ahora un consejo para una buena amiga, la piel, a diferencia de las joyas, no es para siempre. Diariamente perecen 30.000 células de nuestro pellejo, o dicho de otro modo, cada mes renovamos íntegramente nuestra piel y nosotros sin saberlo. O, en otra magnitud, el día que cumplamos 75 años, podremos decir que hemos autofabricado 46 kilogramos de piel muerta hasta entonces. Y puestos a tostarnos al sol, la culpa la tiene Coco Chanel cuando en 1923 se hicieron públicas unas fotografías de ella tras pasar unas vacaciones a bordo de un yate en el mar, con unos hombros deliciosamente bronceados.

Así dio por inaugurada la época de la tanorexia, aunque la adicción al sol tiene científicamente un factor encadenante que le asimila con los opiáceos. Según la ciencia médica al receptor de sol le permite liberar endorfinas u hormonas del bienestar, pero, a cambio, se expone a otros riesgos evidentes. En todo caso, a mi buena amiga le recomiendo que no coma más allá de medianoche, porque, según un estudio de la Universidad de California, la ingesta a esa hora produce una alteración de las enzimas que nos protegen de los rayos UVA. A medianoche a dormir que la piel necesita descansar y renovarse.

Mario Garcés

Político, jurista y escritor. Inspector de Hacienda de profesión, ha sido Subsecretario del Ministerio de Fomento y Secretario de Estado de Servicios Sociales e Igualdad.

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