Enamorarse. Es una de las emociones más fuertes que podemos llegar a sentir y no siempre placenteras. Enamorarse. Lo hacemos, lo queramos o no, porque es un sentimiento que nos atrapa y arroja a las fauces de la no razón. El mito de Cupido llega este viernes a nuestras casas, arropado por las cientos de campañas con corazones y escaparates llenos de angelitos que te recuerdan si hay o hubo amor en tu vida. Ese avasallamiento de campañas de marketing para San Valentín, yo lo he bautizado como: La semana del amor. Igual que los pequeños tienen la semana blanca y los creyentes la Santa, el consumo capitalista brinda siete días al amor.
Aceptemos o no el juego, durante ese tiempo paseamos inconscientemente por aquel tizón que, según los científicos, nos arrolla tres veces en la vida. Contabilizan que nos vamos a enamorar en tres ocasiones. El primero basado en el ideal romántico de Disney y toda la carga de creencias que nos lleva a enamorarnos más del propio amor que de la persona que tenemos delante de nosotros. Dura poco, pero nunca se olvida por la carga que depositamos sobre él.
El segundo llega de la mano de la complejidad y el tormento. Algunos lo relacionan con haber encontrado a tu alma gemela que viene para revolverte y transformarte. Un amor tan apasionado como sufrido que tampoco olvidas y que te despoja de cualquier ilusión ilusoria del amor. Y tras un período de negación o de huir del amor, aparece, según los expertos, el tercer enamoramiento, el más pausado y más real de todos. Donde los conflictos ceden a la comprensión y aceptación del otro.
Enamorarse. Sea como fuere y lo queramos o no, el pequeño ángel terminará apuntándonos con su arco para lanzarnos otra flecha en nuestro corazón. Será entonces cuando vuelvan los síntomas del enamoramiento que, como el catarro, la mayoría sabemos reconocer: dificultad para concentrarse en otra cosa que no sea el ser amado, pérdida de apetito, pupilas dilatadas, alteración en el sueño y el pulso.
Enamorarse. Es un virus por el que todos pasamos, aunque hay quienes lo resuelven mejor que otros, pero está en la esencia de vivir y de nosotros. No me extraña que nuestro Santo sea San Valentín, porque una vez la flecha te ha atravesado por primera vez, es de valientes abrirse al amor. Por eso, en esta semana del amor, tengas o no pareja, estés enamorado o no, huye si quieres del acoso marketiniano, pero no del amor.
Puede que de todos los enamoramientos y, sin pretender ascender el mito de Narciso al ideal, el más necesario y saludable es el de nosotros mismos. Enamorarse de uno es tan necesario como imprescindible. Es el camino más largo de todos y del que más nos cuesta, pero debemos aprender a querernos, aceptarnos. La diferencia con el resto de enamoramientos es que estamos condenados a seguir juntos. Por eso, no hay remedio mejor que quererse, mimarse y terminar siendo el mejor amor de tu vida. Ese San Valentín eres tú.
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