Cada vez hay más gente que decide invertir en experiencias y no en bienes materiales. Actividades que enriquezcan nuestra memoria y amplifiquen nuestra madeja emocional. Hay quien le da por lo extremo, en búsqueda del límite y, otros por lo desconocido o, incluso, abandonado. Es el caso de la nueva moda de practicar urbex, explorar lugares dejados y sentir escalofríos cuando traspasas la frontera de lo privado, al saltar una vaya o alfeizar.
Este nuevo ocio está ocupando tiempo en los millennials que, a parte de sensaciones, buscan captar con el móvil la fotografía de lo decrépito, de la ruina, o incluso, los objetos en descomposición por la dejadez. Superando la fascinación en los noventa por las antiguas fábricas ajadas, solitarias y en desuso, ahora los jóvenes, convertidos en una especie de arqueólogos urbanos, buscan inmortalizar edificios abandonados, captar la esencia lo que ya es irreverente pero que un día fue. Descubrir las huellas de la vida huida, evaporada de aquel lugar deshabitado. Los exploradores urbanos seducen seguidores en sus cuentas en redes, a través de sus fotografías.
Lejos de ser demoledores que invaden la propiedad abandonada, la veneran y tienen sus propias normas: dejar el lugar tal y como lo encontraron y no revelar el lugar a menos que ya haya sido vandalizado. Por ello, se preocupan de cumplir las reglas, porque se han producido críticas sobre que la actividad cabalga peligrosamente entre pasatiempo o delito. Se consideran coleccionistas y la mayoría son fotógrafos profesionales, aunque cada vez más aficionados que disfrutan de los hallazgos y de compartir la belleza de la ruina urbana.
Antes de realizar las instantáneas, caminan sobre el lugar, observando cada detalle, cada huella de lo que fue, dejándose seducir por el rastro de su historia. Son los templos de nuestro pasado que describen cómo fuimos o lo bárbaros que seguimos siendo de lo nuestro. Lejos de buscar modernidad, buscan en lo decrépito, la esencia de la belleza. Muchos de ellos practican el turismo del abandono y viajan por el mundo en busca de la mejor pared desconchada o lugar destituido de su uso hasta encontrar la nada.
Los coleccionistas de la historia de lo común, organizan encuentros en redes y compiten por hacerse con el lugar abandonado más bello. Toda una actividad que cada vez seduce a más personas, alejadas de la realidad virtual, conectadas con el viaje sensorial de aquello que ya no existe, sólo en nuestra memoria reconstruida a través de las ruinas. Algunos lo han bautizado con la «mística de los lugares abandonados».
Pasear por ellos y dejar que las emociones se sucedan, provoca un estado de excitación sensorial que genera cierto efecto magnético en quien lo prueba. Sea exageración o no, uno de los urbex españoles que formar el cuarteto en redes llamado Abandoned Spain, compara «a muy baja escala» la sensación de entrar en un lugar deshabitado –“con lo que pudo sentir Howard Cárter al descubrir la momia de Tutankamón después de 3000 años escondida”- Bien podrían ser los arqueólogos de nuestro presente.
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