Se puede decir que nos conocemos de toda nuestra vida profesional en Madrid. Eso nos he permitido vivir también muchas situaciones personales, que son las que han conseguido que hoy sigamos siendo amigos. Se prodiga poco en entrevistas porque a él lo que le gusta es hacerlas. Polivalente como el que más, Carlos Herrera ha encontrado en la radio ese remanso de paz que todo periodista anhela cuando lleva mucho recorrido. Y, en ese medio, ha conseguido el reconocimiento. El último EGM le ha dado una gran alegría y, aunque él no se lo cree, está considerado como uno de los periodistas más influyentes del panorama nacional…
The Luxonomist: Te veo muy bien. Bueno, siempre estás bien…
Carlos Herrera: Estoy ya con una edad y la vista cansada. Mira, me he tenido que poner estas gafas progresivas para poder ver desde todas las distancias (risas).
TL: ¿Y cómo se ve la vida a través de esa vista, que a todos nos llega con la edad?
CH: Se ve bien, con más cansancio porque no solo está cansada la vista. Se cansan otras cosas, lo que se viene llamando “fatiga de materiales” (risas), pero veo la vida con optimismo porque, el no hacerlo así, es dramático y entras en una espiral depresiva que no es nada aconsejable.
TL: No te imagino yo en esa tesitura, porque tú has vivido siempre con mucha intensidad…
CH: Eso, cuando se dice, suena a ¡te lo has pasado del carajo!
TL: Y así ha sido…
CH: Vamos a ver. He vivido con intensidad porque, los 60 minutos de una hora, he procurado que fueran utilizados en cosas, no siempre buenas seguramente, pero he hecho lo posible por exprimir el tiempo. Tú sabes que yo soy mucho de quedadas. Y si te digo “quedamos a las 12:08 y puedo estar hasta 12:42” lo llevo a rajatabla, porque soy de aprovechar mucho los huecos del tiempo.
TL: A eso me refería, que aprovechas la vida hasta el último suspiro. Por cierto, me vienen ahora a la cabeza tus colchones de agua ¿Los sigues usando?
CH: Vamos a explicar esto bien, porque va a parecer que tú y yo nos dimos un revolcón en un colchón de agua (risas).
TL: No, eso nunca ocurrió…
CH: Nada más lejos porque eres etérea, no porque no hubiéramos querido los demás (risas). Yo, en el año 80 y algo, me compré un colchón de agua que, en ese momento, era lo más de lo más. Y la verdad es que me duró hasta no hace mucho.
TL: ¿En serio? Pues yo pensé que se te habrían pinchado unos cuantos (risas)…
CH: Se pinchó varias veces, pero lo arreglé (risas). Ahora ya utilizo uno normal porque, un buen día, la señora que dormía conmigo me dijo que parecía que iba en barco (risas), así que ya lo jubilé.
TL: Nunca me habían llamado etérea. Y eso que los mejores piropos siempre me los has dicho tú…
CH: ¿Te acuerdas de los que te decía? Recuérdame uno, que no fuera políticamente incorrecto.
TL: Sí, claro que me acuerdo ¿Uno? “Para tocarte a ti hay que pedir permiso a Bellas Artes” (risas)
CH: Pues sí es bonito y, también, es real. Tú, que siempre has sido distinguida, muy limpia, monísima, con ojos claros, rubia estupenda, elegante, agradable y muy señora, me provocabas esos piropos. Y no hubo más porque no quisiste.
TL: O sea, que me estás diciendo que me he perdido muchas cosas en la vida…
CH: Pues, ya que me lo preguntas, desde luego sí (risas). Te lo he dicho muchas veces.
TL: Ya no hay marcha atrás, así que sigamos con lo nuestro que yo no soy el centro de esta conversación ¿Te estás ganando el cielo con tanto Camino de Santiago que te haces todos los años?
CH: El mejor camino de Santiago es el que haces por dentro de ti mismo, cuando vas caminando, y es una experiencia que algunos se la toman como un “tour de force” y agotarse, pero no hace falta eso. El camino, para mí, es la excusa para estar tú solo unos cuantos días. En ese tiempo, aunque vaya acompañado de otros, yo miro para adentro, pienso en lo que hice bien, en lo que debo cambiar, con este tío me porté mal, debo arreglar eso…
TL: ¿Es un acto de conciencia?
CH: Sin duda. Descansar mente y cuerpo, caminas por el campo, ves amanecer en esos lugares tan maravillosos, comes bien, paras en sitios agradables y, luego, llegas a tu Galicia y ya mueres allí. Yo he hecho tu tierra por todos los caminos habidos y por haber, solo me queda uno, el camino primitivo que va desde Oviedo, pasando por Lugo, hasta que llegas a Santiago. Y ese es el que voy a hacer.
TL: ¿Cómo se te ocurre hacer un tramo todos los años? ¿Necesitabas purificarte de alguna manera?
CH: Siempre me ha gustado caminar por el campo, tú lo sabes. Hace veintipico años, le dije a Mariló: “Me voy a tu pueblo y voy a hacer el camino desde Estella”. Lo empecé a hacer y, cada año, necesito esos diez/quince días en los que me pierdo y doy señales de vida de vez en cuando.
TL: Muy pocas, doy fe…
CH: (risas) Es verdad. Guardo el teléfono y son días maravillosos.
TL: Los años te han vuelto más selectivo en todo…
CH: Eso es verdad, incluso en lo relativo al teléfono, pero siempre procuro ser cortés y responder las llamadas.
TL: ¿Qué queda del niño de Almería en el Carlos de hoy?
CH: Yo creo que muchas cosas. Yo me crié en Barcelona y, hace un tiempo, fui al pueblo en el que yo, siendo chiquitín, pasé un verano. De niño estuve malo, muy enfermo, para quitarme de en medio ¡no te digo más! Mira lo que se habría perdido la humanidad (risas). Los médicos les dijeron a mis padres que teníamos irnos a un sitio donde pudiese respirar aire limpio y nos fuimos a ese pueblito. Hacía mucho que no iba y volví. Y ¡fijate!, en la escalera de esa casa pequeña del pueblo, yo creí ver a un niño de cinco años que me estaba esperando. Un niño con los ojos negros, redondos, pantalón corto y el pelo siempre de punta, que me cogió de la mano y me llevó a dar una vuelta por los alrededores del lugar. Con ese niño de cinco años, me gusta encontrarme de vez en cuando porque recupero muchas de las cosas, me identifico mucho con todo lo que sigue siendo proyectado ahora.
TL: ¿Te recuerdas como un niño feliz?
CH: Sí, absolutamente.
TL: ¿Y cómo adulto?
CH: (Suspiros) Sí… Bueno, la felicidad completa es una horterada y no existe. La felicidad está en la búsqueda de esa felicidad. La carrera de obstáculos de la vida tienes que sortearla de la mejor manera posible.
TL: En esa travesía vital, si vuelves la vista atrás ¿qué es lo que más recuerdas?
CH: El ambiente que rodeaba a ese niño de cinco años del que hablábamos. Mi familia me ha querido siempre mucho. Fuimos una familia de emigrantes. La emigración, sobre todo en Almería, afectaba a familias completas. Primeros se iban unos y luego se iban sumando, hermanos, tíos.. El núcleo original de mi familia, con el que yo viví y que condicionó en buena parte mi carácter, como soy, mis costumbres y tradiciones, muchas veces acudo a él.
TL: ¿Nos hemos perdido un gran médico?
CH: Habría sido un médico muy malo. Mi padre sí era bueno. Yo habría explicado muy bien las patologías, pero el diagnóstico habría sido horroroso. Yo confundo una fractura de fémur con una bronquiectasia (risas). Hice Medicina porque en casa tenía que hacer la carrera de mi padre. Mi madre siempre me decía: “así los enfermos de papá los puedes llevar tú” (risas). Yo le decía: “mamá, cuando yo acabe la carrera, de los enfermos de papá no queda ni uno”, o porque se han curado todos o porque son palmolive (risas). Yo tardé mucho en acabarla, iba haciendo asignaturas sueltas. Yo trabajaba en la radio ya en primero o segundo de Medicina…
TL: Nos hemos ganado, entonces, un gran profesional ¿Te lo consideras?
CH: Yo lo intento, pero soy un periodista normal. Le echo horas, tengo mucho respeto a mi profesión, soy responsable en ella, sé que lo que manejo es información y tengo mucho cuidado con todo eso. Una palabra tuya puede fastidiar a una persona o puede complicarle la existencia a una empresa, con lo cual tienes que ser prudente, elementalmente prudente. Respeto mucho el micrófono. Por eso, al margen de la línea editorial que tú tengas, procuro que en mi programa aparezcan el mayor número variado de voces. En eso estoy.
TL: ¿Lo has conseguido?
CH: No me quejo.
TL: Con todos los palos profesionales que has tocado, has dado la sensación de dominarlos, de que te resultan fáciles…
CH: En contra de lo que parece Amalita, a mí me cuesta mucho trabajo hacer las cosas, porque tengo que fijarme bien, analizarlo todo bien, aunque sí creo que tengo facilidad para la comunicación. Un gran profesional del medio me dijo un día: “la radio es que tú digas “buenos días” y que haya alguien que se lo crea”. Por eso, siempre que hables, hay que hacerlo a una persona. Yo, casi todos los días, procuro hablarle a alguien, explicarle a alguien, que está afeitándose, en la cocina, el coche o en un ascensor, lo que ocurre. Nada es fácil, ningún trabajo lo es.
TL: Con el tiempo has conseguido el respeto y el reconocimiento ¿Has recibido muchas presiones?
CH: Todos los que nos dedicamos a este trabajo, antes o después, hemos recibido algún tipo de presiones. Yo distingo. Hay presiones legítimas. Te pongo un ejemplo: un presidente del Gobierno, en persona, descolgó el teléfono y me llamó a mi móvil y me dijo textualmente: “Carlos, la información que has dado esta mañana, quiero explicarte por qué creo que no es correcta porque te falta un elemento fundamental para analizarla y es este. Y te lo doy a ti”. Yo se lo agradecí ¿Eso es presión? Yo creo que no, sino que es el legítimo derecho que tiene una persona para aclararte una información que puede afectarle. Presión es si, ese mismo presidente, hubiera llamado a mi jefe y le hubiera dicho: “O echas a ese tío de ahí o mañana te retiro las ayudas” o lo que sea… y no lo hizo. El que esté libre de algún tipo de presión, que levante la mano.
TL: ¿Sigues teniendo cosquilleo en el estómago antes de hacer una entrevista?
CH: Claro, siempre ¡Ay del día que eso no ocurra! Ese día estás perdido. El oyente o el espectador tiene un olfato especial para darse cuenta cuándo no le guardas el debido respeto. Y, cuando eso ocurre, te dejan.
TL: ¿Te imaginas no haciendo esto?
CH: (Suspiros) Vamos a ver. Yo tengo una edad, aunque sé que tengo un inmaculado aspecto aniñado (risas) y que parezco recién salido de una facultad, pero ese tiempo mío de levantarme a las 3 de la mañana y hacer un directo diario de 6 de la mañana hasta la 1, toca a su fin antes o después. Eso no quiere decir que no siga haciendo cosas o me dedique a lo que sé hacer, que es nada más que esto, pero en otro formato.
TL: Siempre encontrarás una salida airosa…
CH: Sé hacer muy bien el arroz y, como decía Machado en la copla, refrescar manzanilla (risas)
TL: ¿Tus hijos han mejorado la estirpe Herrera Montero?
CH: Sin duda. Tengo dos hijos a los que, además de querer mucho como todo padre, tengo por ellos una gran admiración. Siendo jóvenes veinteañeros, cada uno en su especialidad han conseguido hacer lo que les gusta y hacerlo muy bien. Además tienen una buena proyección, respetuosa con ellos mismos. Mi hija, que tiene 24 años, con su profesión ha conocido ya el mundo. Ha vivido en Ciudad del Cabo, Milán, Nueva York, Los Ángeles, Miami y Londres. Y ha conocido otro medio mundo. Eso es una maravilla.
TL: ¡Quién te lo iba a decir a ti!
CH: La primera vez que yo me subí a un avión tenía 18 años. Fue para irme con un amigo mío a Mallorca y volvimos con las típicas ensaimadas como todos los turistas (risas). Son vidas y situaciones muy distintas. Y mi hijo Alberto es también un excelente profesional. Con unos amigos ha montado una oficina, que les va muy bien. Es un tipo con ideas y muy trabajador.
TL: ¿Has hecho una buena labor como padre?
CH: Hay que preguntárselo a ellos y a Mariló fundamentalmente, pero yo creo que sí. La presencia de su madre fue básica. Las madres están más presentes que los padres siempre. La madre es la que va a la reunión del colegio, a la de profesores, a la fiesta de fin de curso, además trabaja y se encarga de que no falte nunca nada. Mariló ha estado muy encima de los dos.
TL: ¿Con los años te has vuelto caprichoso?
CH: No lo he sido nunca y, si en algún momento se me antoja algo y me lo puedo permitir, pues me doy el capricho… pero son muy normales, pequeños placeres de la vida. Ya me conoces.
TL: ¿Dónde busca el ocio alguien que, en cierta medida, se lo proporciona a los demás?
CH: Mi ocio, tú lo conoces, es estar en mis lugares elementales como son Sevilla y Sanlúcar de Barrameda. Me gusta salir a dar una vuelta por Sevilla todos los días, una hora caminando. Me gusta la música, ver atardecer en Sanlúcar y me gusta la cocina, me entretiene y me relaja mucho.
TL: ¿Cómo sería un domingo 10 para ti?
CH: Los domingos me levanto tarde, a las 7:30 de la mañana, que para mí es tarde, y me gusta salir a caminar pronto. Me gusta ir al mercado, hablar con los placeros, ver qué tienen para hacerme algo de comer y volver a casa. A las 11 ya estoy en casa, cocino y me relajo. Por la tarde me gusta ver “Cine de barrio”, aunque Concha Velasco nunca me ha invitado a ir…
TL: Eso hay que solucionarlo ya…
CH: ¡Ea!..pues díselo. Ya ves que soy un clásico con mis gustos. Lo que ya no hago es salir de noche. Nunca he sido de trasnochar porque a mí me gusta mucho madrugar y, aunque ya no lo haga como antes, soy muy disfrutón.
TL: ¿Hay algo que se haya quedado en el camino?
CH: Seguramente sí, aunque no lo diré, y también cosas que nos hubiera gustado que pasaran, cosas que hubiéramos querido vivir y que no hemos podido disfrutar. Cuando no llegas, porque la vida no te ha dejado llegar o no te ha dado la oportunidad, no hay que castigarse. Me conformo con otra cosa.
TL: ¿Has conseguido ser la mejor versión de ti mismo?
CH: Es una pregunta trampa, porque tiene varias puertas y debes abrir la apropiada. Todos tenemos facetas y caras que dependen del día dan una imagen u otra. Yo he procurado, a lo largo de mi vida, que todos mis movimientos no sean agresivos para nadie.
TL: Espero que no tardemos mucho en charlar de nuevo…
CH: Eso depende de ti.
TL: No me digas eso porque tú eres muy poco dado a dar entrevistas…
CH: ¿Cuánto tardé en decirte que sí a esta?
TL: La verdad que nada, un WhatsApp…
CH: ¡Ea! Pues ahí lo tienes. Cuando quieras seguimos.
*Localización: Cadena Cope Madrid *Próxima semana: Hombres G.
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