Es de esos actores que nunca decepciona. Carlos Santos saca siempre adelante con solvencia los retos que se cruzan en su camino. La recreación de Luis Roldán en “El hombre de las mil caras” le posicionó en la órbita de los halagos de compañeros, crítica y público. Este mes estrena “Lo dejo cuando quiera” y está inmerso en la gira de la obra de teatro “Volvió una noche”. Como las promesas hay que cumplirlas, nos sentamos a charlar un rato de todo lo que surgiera en la conversación…
The Luxonomist: Nos debíamos este encuentro…
Carlos Santos: Desde hace tiempo. Yo veía que entrevistabas a todo el mundo y a mí no me decías nada (risas).
TL: Como siempre os gusta conceder entrevistas cuando tenéis novedades, tenía que esperar a que tuvieras algo nuevo que contar. Eso os encanta a los entrevistados…
Carlos Santos: Es verdad, pero yo habría charlado contigo de igual forma, aunque no tuviera nada que promocionar.
TL: Te lo agradezco. No obstante, parece que estamos al día porque las redes sociales nos ayudan un poco a eso…
Carlos Santos: ¿Sabes que, en algunos contratos, ya se pone que debemos compartir nuestros trabajos, estrenos y noticias en los perfiles que tengamos en ellas? Han venido a cambiar la forma de comunicarnos y camino vamos de que lo hagan también con las promociones.
TL: ¿Crees que son un plus en ellas?
Carlos Santos: No lo tengo tan claro. Sirven de cara a los directores de marketing porque, según los seguidores que tengamos, el impacto va a ser mayor. Esa parte de la promoción la tienes cubierta, pero yo creo que la de siempre es la más efectiva. Si yo comparto que estreno una película mañana, hay 20/30 retuits, pero si enseño el trasero hay dos millones. Por eso te digo que tengo mis dudas acerca de esa efectividad. Twitter ha venido a cambiarlo todo y hemos sustituido las cartas de admiración, por ejemplo, por los tuits.
TL: ¿Eres de los que mandas cartas a quien admiras?
Carlos Santos: De adolescente, con 13 o 14 años lo hice. Mandé cartas de admirador. Se la envié a Kenneth Branagh, a quien admiro muchísimo.
TL: Te entiendo perfectamente. A mí me apasiona y tengo una foto con él…
Carlos Santos: Me acabas de dar una envidia mortal, en este momento empiezo a odiarte. He intentado ir a verle más de una vez al teatro a Londres y nunca he conseguido entradas. No me digas que tú sí…
TL: Pues sí, le he visto más de una vez. A él, Jude Law, Kristin Scott Thomas, Angela Lansbury, Hugh Jackman, Judy Dench… Es el pequeño capricho que me permito cada año…
CS: Te sigo odiando pero… ¿A que no tienes un like de Diana, de “V”? Pues yo sí (risas). Si a mí me dicen de niño, cuando veía la serie, que con el paso de los años me iba a dar un like en Twitter esa mujer… ¡Muero!
TL: ¿Desde niño querías ser actor?
CS: No, de niño quería ser muchas cosas, todas relacionadas con el arte. Cantaba con mi abuela, con mi madre. Con 7 u 8 años escribía cuentos. Durante unos 5 meses escribí un diario, pero me aburrí. Tenía unos 10 años pero cuando lo leo, porque todavía sigue por ahí, me acuerdo perfectamente de todo lo que escribí y de cuándo me pasó. Yo tengo vídeos grabados por mi hermana con una cámara de vídeo, de cuando tenía unos 18 años, en los que interpretaba monólogos. A veces me pregunto cómo me acuerdo de todo eso cuando ni quiera recuerdo lo que comí ayer.
TL: Porque lo que solemos recordar es aquello que nos ha marcado…
CS: A mí con Kenneth Branagh me pasó una cosa muy parecida a lo que cuenta él que le ocurrió cuando vio a Derek Jacobi por primera vez. Yo estaba en la playa, con 13 o 14 años y pasó un coche de esos que anunciaban las películas y “cantaba” que esa anoche se proyectaría “Enrique V” de Shakespeare. Dos años después, estando en el mismo lugar, me dijeron que la ponían en la tele. No salí con mis amigos y me quedé a verla, en una tele enana de playa. Me acuerdo perfectamente, en el monólogo de San Crispín, levantarme de la silla, acercarme a la tele y casi suplicar que me dieran una espada para irme a conquistar Francia. Ese momento fue de enamoramiento total de ese increíble actor. Gracias a él descubrí a Shakespeare y me leí entera toda su obra de un tirón.
TL: A eso se le llama vocación…
CS: Sin duda, pero hace falta una espita que la despierte, algo que te impacte y te remueva. Es el despertar de algo que estaba ahí latente y que ni siquiera tú sabías el motivo. Hasta ese momento, nunca me había planteado ser actor.
TL: Fue determinante ese momento en la playa, ya ves…
CS: Yo toco la guitarra desde los 8 años y compongo desde esa misma edad. Me subí a un escenario antes a tocar que a actuar. En segundo de BUP es cuando ya pasó algo al representar una obra de Cervantes.
TL: ¿Tus amigos te veían como el friki de la pandilla?
CS: No, qué va. Yo me llevaba bien con los empollones redomados, con los que me ponía a hablar del programa ‘¡Qué grande es el cine!’. Y con los macarras charlaba de Nirvana o The Cure (risas). Le daba todo.
TL: ¿En casa sentó bien que te dedicaras a la interpretación?
CS: Mi madre vino a ver las obras de teatro que hacíamos. El día que le dije que quería ser artista, después de un primer momento de pequeño impacto, reconoció que me iba a costar lo mismo trabajar como médico que como actor. Y que, como ser actor me gustaba, estaba convencida de que lo haría con más entrega y pasión. La verdad es que nunca me pusieron pegas.
TL: ¿Nunca te has arrepentido de no haber pasado por la Universidad?
CS: ¿Tú qué crees? ¡Jamás! He dudado, a veces, si me gusta todo lo que envuelve esta profesión, pero no desarrollarla y vivirla. Hay cosas que no me gustan de esta profesión y que la hacen muy horrenda. En este trabajo lo que hacemos es jugar y eso deja de incentivarte cuando te encuentras con egos de gente y con cosas feas que no tienen nada que ver con ella. Los egos y las envidias te hacen dudar de si todo lo de esta profesión está bien. Lo que pasa es que, luego, lo de ‘¡5 y acción!’ o ‘se levanta el telón’… hace que te olvides de todo.
TL: ¿Gestionas bien la exposición mediática que supone tu trabajo?
CS: No me cuesta enfrentarme a ella, porque tímido no soy, pero tampoco me expongo excesivamente ni en redes sociales, ni tampoco en los medios para contar mi vida y mis cosas. Tampoco soy de los que se lleva el personaje a casa, así que puedo disociar perfectamente la profesión de la vida personal, lo que no quita que, a veces, arrases el agotamiento emocional que te haya podido generar un personaje.
TL: Me cuesta creer que fue fácil no sentirte Luis Roldán después de rodar. El físico fue muy determinante…
CS: En ese caso fue más complicado por lo que dices. Es más, yo dormía con una gorra en la mesilla. No quería verme con su rostro fuera del set de rodaje ¡Diez kilos más y la cabeza afeitada! No quería que mi chica me viera así al abrir los ojos cada mañana. La gorra aliviaba un poco el aspecto. También es verdad que ese personaje, al final, me dio muchas alegrías y eso lo compensó todo.
TL: ¿Alguna vez has dejado de aceptar una película por no trabajar con alguien?
CS: Nunca me ha pasado, pero puede que llegue a hacerlo si se da el caso. Pienso que siempre hay que sumar. Es importantísimo trabajar con buenas personas porque, como dijo Verónica Echegui en los Gaudí, “esto se hace con amor o no tiene puñetero sentido”. Este trabajo, como el tuyo, es vocacional y, si no es así, se convierte en una tortura.
TL: ¿No te imaginas en otro lugar?
CS: La música está ahí. Yo sigo haciendo cosas con mi banda de música. No será un plan B que se convierta en A pero, a mis 41 años, ya no me imagino haciendo otra cosa. Años atrás, tal vez, podría verme en otra profesión. Me gustaba mucho ser periodista ¡fíjate! Por el hecho de contar historias y también arqueólogo por ser Indiana Jones. Cuando me di cuenta que él nunca lo iba a ser, es cuando me dio por el periodismo, pero tenía que irme fuera a estudiar.
TL: ¿Habrías sido un gran periodista?
CS: No lo sé, no me lo he planteado nunca. No sería periodista de entrevistas, sino reportero de irme al Líbano y contar cómo caían las bombas. Un Arturo Pérez Reverte, porque lo mío es la marcha. Si fuera oficinista, seguramente sería un desecho de la humanidad. Yo necesito la actividad.
TL: ¿Los actores estáis hechos de otra pasta?
CS: No tengo la menor duda. En contra de lo que pueda parecer, somos muy sensibles. Hay un extra de sensibilidad en nosotros. Para interpretar algunos personajes, hay que pasar por ellos. Meryl Streep hizo “La decisión de Sophie” y pasó por ella. Ya sabe lo que es ese sufrimiento, porque lo arrancó de su interior. Yo he vivido experiencias con personajes que nada tienen que ver con las de mi persona… y sé lo que es pasar por ellas. La cualidad más importante de un actor, al menos para mí, es la empatía. No concibo a un actor que no sea empático, porque es imprescindible ponerte en la piel del otro”.
TL: ¿Sueñas con el papel de tu vida?
CS: No. El papel, que más ganas tenía de hacer, lo pude interpretar. Fue un “Hamlet” y, aunque solo lo interpreté en dos funciones, fueron muy intensas. Llegué a dirigir la función, la hicimos en un castillo y fue una aventura estupenda. Sigo queriendo hacer un “Hamlet” de martes a domingo, pero el medio gusanillo ya me lo quité.
TL: ¿Imaginaste llegar a lograr lo que hoy tienes?
CS: No. Siempre he sido soñador, pero responderte a esto es fácil. Cuando me pasan cosas siempre pienso ¡madre mía, si le contara al Carlos de los 18 años que le iba a pasar esto! Hablamos de tener un Goya, de una entrevista en Antena 3 con el coche fantástico (risas), de rodar “El Crack” con Garci, la persona con la que aprendí a ver cine en aquel programa de televisión. Esta profesión me ha dado cosas maravillosas y esta película va a ser mi punto de inflexión personal.
TL: ¿El niño Carlos, que tocaba la guitarra con 8 años, se reconocería en el actor que hoy eres?
CS: Sí. Fliparía como lo hago yo cuando pienso en las cosas con las que soñaba y que, en cierta medida, se han cumplido con creces.
TL: Solo te falta conocer a Kenneth Branagh…
CS: Pero también se cumplirá porque me lo vas a presentar tú…
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