Dicen que 20 años no son nada. Y cuando charlas con José Corbacho y parece que retomas la conversación inacabada del día anterior, eres consciente de que no hay nada mejor que los recuerdos y la amistad sincera a prueba de distancias. Después de dos décadas aún hay temas de conversación y confidencias desconocidas. Acaba de estrenar Mala persona y ha vestido los hábitos en el cine por primera vez en su carrera…
The Luxonomist: Solo me faltaba verte vestido de sacerdote y hablando desde el púlpito…
José Corbacho: Es mi primer cura, por eso me hace mucha ilusión. Aunque fíjate, un amigo me recordó el otro día que ya había interpretado a uno. Fue cuando empezaba con La Cubana y casaba a la gente en la obra La tempestad. Pero ¡claro! de eso hace ya cuarenta años. En el cine son mis primeros hábitos.
TL: ¿Qué tiene de bueno el Padre Héctor?
José Corbacho: Yo creo que muchas cosas. Es una persona que escogió una vocación, probablemente en sus tiempos jóvenes. “Una llamada”, como dirían Los Javis. Es un cura de barrio periférico, al que le honra estar muy implicado con los problemas de sus vecinos. Son curas que ya están haciendo el viaje de vuelta y que también tiene sus dudas. Y eso les hace no tener filtro y decir las cosas como las sienten.
TL: ¿Mala persona, en el fondo, es una historia de amor?
José Corbacho: Tiene mucho de comedia romántica. Al final, la decisión que toma el protagonista es absolutamente por amor. Es una comedia romántica con un tono muy transgresor, irreverente y gamberro. Es algo que me gustó desde el principio.
TL: ¿Crees que todos tenemos una cara B que sale a relucir tarde o temprano?
José Corbacho: A veces sale a flote o no. Hay gente que tiene una cara B que nunca le ves, la oculta, y seguramente tiene que ver con la vida privada y la intimidad. En el caso del protagonista de Mala persona, su cara A y B están fusionadas porque todo lo hace por amor. Por eso le perdonas todo. Tenemos tendencia a perdonar lo oscuro de una persona si es por una buena causa. Y esa también es una motivación muy delicada. Me gusta pensar que las personas somos ricas en matices y tenemos diferentes aristas.
TL: Defíneme tu concepto de mala persona.
José Corbacho: Evito ser prejuicioso y lucho contra los prejuicios constantemente, pero en realidad hay ciertas cosas que me siguen llevando a la desconfianza. Por ejemplo, la falta de sentido del humor. No sé si no tenerlo es síntoma de mala persona, pero sí reconozco que no me fiaría de alguien que no lo tiene. Desconfío de la agente que alardea de no tener sentido del humor. Luego no me gusta la gente con soberbia, déspota, la que desprende malas vibraciones, toxicidad…
TL: ¿De niño eras el teatrero de la pandilla?
JC: Según mi madre sí (risas). Mi madre siempre decía que hacía el payaso, en el mejor sentido de la palabra. Y la verdad es que está todo corroborado en las películas de super 8 y en las fotos que guarda en álbumes donde salgo siempre haciendo gestos y muecas. Yo creo que esa actitud es algo que me ayudó a tirar para adelante porque, por problemas de salud, siempre estaba con médicos y hospitales para arriba y para abajo. A los 7 años empecé a hacer teatro en el colegio y a aprenderme textos. Creo que eso fue determinante.
TL: ¿Qué queda del Corbacho de Homo zapping en el profesional consagrado de hoy?
JC: Lo de consagrado lo dices por el padre Héctor ¿no? (risas). Queda algo muy importante: las ganas de jugar. Quiero seguir pensando que esta profesión es un juego. Y, por supuesto, la ilusión. Lucho contra la apatía que puede generar un proyecto o algo. Esto es lo que me gusta, lo que me apasiona y tengo la gran suerte de poder vivir de ello. Quiero pensar que quedan cosas y que las que no están es porque se han cambiado por otras. Hay más experiencia, capacidad de tomar decisiones importantes y, sobre todo, gestionar mejor el tiempo.
TL: ¿Eres de cocinar la vida a fuego lento?
JC: Depende del día. A veces soy de puchero de dos horas y, a veces, de fast food. La vida hay que cocinarla según viene y cogiendo los ingredientes que hay ese día en el mercado.
TL: ¿Lo mejor siempre está por llegar?
JC: Yo pienso que sí, aunque creo que todo lo que he hecho hasta hoy es la consecuencia de las alecciones de antes.
TL: ¿A qué momento de tu pasado regresarías?
JC: Siempre a la niñez, siempre. La niñez de patio de colegio, de amigos, de excursiones, de primeros besos cuando aún no sabes ni lo que significan. Me lo pasé muy bien y ahí es donde jugaba de verdad.
TL: ¿Tu mayor conquista?
JC: No sé si es una conquista, pero estoy muy contento de ser padre. Ya sabes que fue una elección, porque mi hijo es adoptado. Fue un niño muy querido y muy luchado. Le conoces desde muy pequeño, tenía un año cuando me lo llevaba al festival de Málaga y hacíamos las entrevistas allí en los jardines delante del hotel (risas). Ahora ya tiene 20 y es un chico estupendo.
TL: ¿Recuerdas ese momento de absoluta felicidad?
JC: Cuando mi mujer accedió a ser mi mujer (risas) Ese momento de petición de mano y de “quieres salir conmigo”, que decimos los románticos. El momento en que tu pareja de hecho se convierte en un hecho de verdad.
TL: ¿Qué no le perdonarías nunca a un amigo o a alguien a quien quieres?
JC: Perdono todo. A veces me pongo en el otro lado, porque como buen sagitario, soy un desastre. Me han perdonado tanto que no sería justo que no hiciera yo lo mismo.
TL: ¿Qué le preguntarías a tu yo de dentro de veinte años?
JC: Le preguntaría algo muy concreto. Se acaban de cumplir cuatro años, dentro de 20 serían 24, que mi hermana me dio uno de sus riñones. Le preguntaría cómo va el riñón de mi hermana. Lo que hemos vivido los dos ya nos une para toda la vida, es un pegamento especial.
TL: Si te dijesen que eres inmortal y que ninguno de tus actos va a ser castigado. ¿Qué es lo primero que harías?
JC: ¡Madre mía Amalia, qué cosas me preguntas! Me estás poniendo en bandeja una maldad (risas). Como sería inmortal tendría tiempo, eso para empezar, así que intentaría hacer una redistribución de la riqueza absoluta. Le quitaría dinero a quienes lo han disfrutado y se lo daría a los que nunca lo han tenido. Me llevaría miles de años, pero es la ventaja de ser inmortal.
TL: ¿Un personaje histórico con el que te sentarías a cenar?
JC: ¡Uy, un montón! Pero tengo especial debilidad por Cleopatra, aunque me ha venido a la cabeza ahora Jesucristo. Igual es influencia del padre Héctor (risas), pero Cleopatra me contaría cotilleos de Julio César y de Marco Antonio. Podría ser una cena muy interesante.
TL: Diez segundos para un deseo. ¿Qué pides?
JC: Felicidad. ¿Te parece poco?
TL: Te da un ataque de risa en una situación inapropiada o en un lugar del que no puedes salir. ¿Cómo lo solucionas?
JC: Intento no controlarme. La risa hay que liberarla siempre. Seguiría riéndome sin control y sin poner límites a la risa.
TL: Si pudieras saber una sola cosa del futuro. ¿Cuál sería o qué preguntarías?
JC: Básicamente, sobrevivir a mi madre para que no tuviera que pasar por el trance de perder a un hijo y que mi hijo me sobreviva a mí para que la ley de vida siga su curso.
TL: ¿Un día perfecto?
JC: Cuando veo que mi trabajo, que es hacer reír a la gente, cobra sentido.
TL: ¿Cuál es ese tema del que te avergüenza saber tan poco?
JC: ¡Buuufff! Un montón. Y cada vez, también te digo, que sé menos. Es como esa frase de “cuando sabíamos las respuestas, nos cambiaron las preguntas”. Sé un poco de todo, pero soy un ignorante en muchísimas materias.
TL: ¿Tu mal chiste favorito?
JC: ¡Madre mía! Hay tantos que son tan malos y es un placer pecador contarlos. No tengo un mal chiste favorito, tengo muchos malos chistes muy favoritos (risas), que además uso.
TL: ¿El lugar más loco en el que has terminado después de una noche de fiesta?
JC: Ha habido bastantes, pero probablemente el más loco fue en Cuba. Estábamos haciendo teatro en La Habana. La noche se fue complicando y, sin saber aún hoy cómo ni por qué, acabamos conociendo a Fidel Castro. Un giro de guión inesperado y fuimos al cuartel de la revolución. Cuando lo recuerdo siempre pienso ¡Qué loco fue aquel momento!.
TL: Esa pregunta que no te he hecho y te habría gustado responder…
JC: (risas) Algo de nuestros recuerdos, de momentos compartidos. Si no lo hubiéramos hecho en alguna de las preguntas anteriores, sí lo habría echado en falta, pero todo bien ¡como siempre! No nos hemos perdido nada, ni dejado nada en el tintero.
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