Es cordial, cercano y accesible, pero se prodiga lo justo porque la discreción es una de sus señas de identidad. José Luis Rebordinos es el director que más tiempo lleva al frente del Festival Internacional de Cine de San Sebastián. Doce años jalonan una brillante trayectoria en la que ha vivido momentos extraordinarios; otros con asignaturas pendientes que espera aprobar y anécdotas que darán para escribir un libro.
No sé si nos hemos perdido un buen pedagogo, pero sí hemos ganado un hombre que ama el cine desde niño. Ha sido reconocido con nuestra Medalla de Oro de las Bellas Artes y nombrado Caballero de la Orden de las Artes y de las Letras de Francia. Profeta dentro y fuera de su tierra…
The Luxonomist: Director del Festival Internacional de Cine de San Sebastián. ¿Es casi el equivalente a un ministerio?
José Luis Rebordinos: En mi caso, no. Somos el más pequeño de los grandes festivales y no tenemos tanta influencia. Mi amigo Thierry Frémaux, director del Festival de Cannes, sí es casi como un ministro.
TL: ¿Desde niño ya eras el soñador de la pandilla?
José Luis Rebordinos: No sé si era el soñador, pero siempre he tenido muchos sueños. Ahora, a mis 61 años, los sigo teniendo.
TL: ¿Nos hemos perdido a un gran pedagogo?
José Luis Rebordinos: ¡Jajajaja! No lo sé. Sólo sé que me gusta poder charlar con la gente joven, trasmitirles mis conocimientos y experiencias, y aprender también de ellos. Sigo pensando que la educación nos hace a los seres humanos más libres y a las sociedades mejores.
TL: ¿Recuerdas la sensación del momento en el que te ofrecen la dirección del Festival de Donosti?
José Luis Rebordinos: Sí, lo recuerdo perfectamente. En ese momento tenía claro que no iba a aceptar. Por motivos personales no me interesaba el puesto. De hecho, tardé bastante tiempo en aceptarlo.
TL: ¿En algún momento has pensado: ¿Quién me ha mandado a mí meterme en esta locura?
José Luis Rebordinos: Sí. Una persona muy cercana de mi equipo, a quien quiero mucho, intentó convencerme de que no aceptara el puesto. Me dijo que iba a ser menos feliz. No sé si he sido menos feliz, pero me he complicado mucho la vida y me he dejado cosas importantes en el camino, como por ejemplo parte de mi salud. En las dos primeras ediciones, en los dos o tres meses previos al Festival, tuve la tentación de no repetir. Pero con el paso del tiempo me siento más cómodo y tengo claro hasta cuándo y cómo quiero seguir.
TL: ¿El mejor momento que recuerdes de esta aventura?
JLR: Muchísimos momentos buenos. Han sido muchos más que los malos. Si no, me habría marchado. Tengo un recuerdo maravilloso de nuestra visita a la Escuela de Educación Secundaría Nº37 de Mar del Plata hace unos años. Junto a la Diputación Foral de Gipuzkoa, participamos allí en un proyecto de Cooperación Internacional. Gracias a él, esta escuela en la que la mayoría del alumnado tiene escasos recuerdos económicos, tiene cámaras de cine, kits de sonido e iluminación, programas de edición, etc. Con ellos las niñas y niños llevan 5 o 6 años contando sus historias. Aquel momento fue mágico. Y, a veces, proyectos como éste no se hacen para salir en una foto. 6 años después seguimos allí, sin hacer ruido, junto a la Diputación Foral de Gipuzkoa.
TL: ¿Y el que no te habría gustado haber vivido?
JLR: La muerte de mi compañero José Ángel Herrero-Velarde, El Notario, el más “viejo” de mi equipo. Alguien a quien le debo muchas risas y muchos buenos momentos. Parte de quien soy se lo debo a él.
TL: ¿Esa celebridad que se te resiste?
JLR: Muchas. Me hubiera gustado Clint Eastwood pero ya es tarde; y seguiré peleando por tener a Julianne Moore. Mi admiración hacia ella es infinita. Se me resistía también Hayao Miyazaki pero finalmente lo he conseguido.
TL: Volvamos la vista atrás. ¿Un olor de la infancia?
JLR: El del guiso de lentejas que hacía mi abuela, cuando todavía estaba en el fuego.
TL: ¿Hay un pensamiento recurrente al despertarte cada mañana?
JLR: No. Aunque es verdad que cada mañana pienso en qué agenda me espera ese día.
TL: ¿De qué te aburre hablar?
JLR: De nada. ¡Jajajajaja! Es que me gusta muchísimo hablar.
TL: ¿Si escribieran el libro de tu vida te gustaría saber el final?
JLR: No especialmente. Lo que sí me gustaría es ser consciente de que me estoy muriendo y poder despedirme con tranquilidad y con humor de las personas a las que quiero. El humor no tiene que faltar nunca. Ni en la propia muerte.
TL: ¿Piensas lo que harás cuando la jubilación llame a tu puerta?
JLR: Sí. Muchísimas cosas. Leer, pasear, escribir… Y, tal vez, seguir colaborando con algún festival, si me quieren en él.
TL: ¿El niño que fuiste se reconocería en el hombre en el que te has convertido?
JLR: Sí, creo que soy el mismo. Eso sí, con la maquinaria mucho más estropeada.
TL: ¿La felicidad perfecta?
JLR: Un buen libro, una buena película, cocinar… junto a las personas a la que quiero.
TL: ¿Lo mejor que se te da hacer?
JLR: Creo que las relaciones públicas. También soy imaginativo, pero siempre necesito a alguien cerca con sentido común, que en algunas ocasiones me baje a la Tierra.
TL: ¿Quién o qué ha marcado realmente tu vida?
JLR: Mi abuela, mis padres, mi barrio, la clase social a la que pertenecí y a la que sigo perteneciendo con mi corazón y mi cerebro.
TL: ¿Qué te pone de buen humor?
JLR: Los chistes de mi amigo Joxean Fernández y cualquier momento que paso con la gente a la que quiero, sobre todo, si por un rato consigo olvidarme del resto del mundo.
TL: Esa canción con la que, cuando la escuchas, se te mueven los pies sin remisión.
JLR: ¡Jajajaja! Soy nulo bailando, pero hay canciones que siempre serán parte de mi vida como el Rock ’n’ Roll Suicide, de David Bowie; Un beso y una flor, de Nino Bravo; o los 3 Chapters de América Latina de Gato Barbieri.
TL: ¿En qué eras brillante en el colegio?
JLR: En general era un alumno brillante. La literatura me volvía loco y me sigue volviendo. Era malísimo en todo lo que tuviera que ver con deportes.
TL: Esa obra de arte que te gustaría tener expuesta en casa.
JLR: Cualquier cuadro de Bacon o, en un registro completamente diferente, Thérèse soñando, de Balthus, del que por cierto tengo una reproducción en casa.
TL: ¿Un talento que se te resiste por mucho que lo intentes?
JLR: La música.
TL: ¿Cuál es la compañía perfecta para irte de fiesta?
JLR: Soy muy poco de fiestas. Prefiero los pequeños encuentros con gente a la que aprecio, en mi casa o en alguna de sus casas.
TL: ¿Esa palabra que nunca regateas y más usas?
JLR: Gracias.
TL: ¿Qué ves cuando te miras al espejo?
JLR: Un hombre tranquilo, sereno, feliz, que empieza a recorrer la última parte de su vida.
TL: ¿Ese bien que más valoras?
JLR: El amor y la amistad.
TL: ¿Tu mayor decepción?
JLR: Muchas. La situación mundial con miles y miles de personas muriendo debido a la pobreza, ante la indiferencia del resto del planeta. En nuestra sociedad, el odio que lo impregna todo. La intolerancia. La incapacidad para tener empatía con el que piensa de manera diferente.
TL: ¿Hay alguna situación en la vida en la que, por algo, te pones pesado?
JLR: Creo que en general soy bastante pesado. Soy muy apasionado y defiendo con vehemencia las cosas en las que creo, pero, sinceramente, siempre desde el respeto al que piensa de una manera diferente y siempre que ese otro respete los derechos de los demás. Por eso, siempre seré intransigente con el fascismo, sea de un signo político o de otro.
TL: Una película en la que te gustaría quedarte a vivir.
JLR: ¡Jajaja! Odio cuando en una crítica leo que alguien quiere quedarse a vivir dentro de una película o cuando alguien dice que una película le ha cambiado la vida. Hay películas muy importantes para mí, pero no me quedaría a vivir dentro de ninguna. Prefiero vivir en este mundo, con sus luces y sus sombras. Y tampoco ninguna película me ha cambiado la vida. Pero hay para mí películas mágicas que me han hecho disfrutar y reflexionar como ‘Mi vecino Totoro’, de Hayao Miyazaki; Gertrud, de Carl Theodor Dreyer; Viridiana, de Luis Buñuel; cualquiera de Yasujirō Ozu, y tantas y tantas otras…
TL: Esa experiencia gastronómica inolvidable.
JLR: Soy un gran fan de la gastronomía. Aparte de considerar comer un gran placer (también cocinar), pienso que representa un “saber” importante relativo a las personas y a los pueblos. Nunca olvidaré mi cena en El Bulli. Estratosférica. Ni cualquier visita a Mugaritz, Azurmendi o Hika. Y más de una comida y cena que han tenido lugar en Tokio, algunas en restaurantes muy modestos, inolvidables.
TL: La pregunta que no te he hecho y te habría gustado responder.
JLR: Ninguna en especial, pero me ha gustado las que me has hecho en esta entrevista. Me cuesta hablar de temas personales. Prefiero no hacerlo, pero cuando aquí te has acercado a ellos, ha sido en base a preguntas muy inteligentes, muy elegantes y nada agresivas. Gracias.
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