Hace treinta años, Michael J Fox, (59) la estrella de la saga “Regreso al futuro”, se enteró de que padecía Parkinson. Esto supuso un shock devastador y el principio de un largo combate que el actor, optimista, cuenta en un impactante libro que está preparando estos días.
A pesar de su enfermedad, Fox mantiene sus rasgos juveniles y una brillante mirada. Su elocución es a menudo desbordante y sus gestos desordenados pero se reconoce su agilidad. La misma que desbordaba sobre su monopatín en la saga de películas citadas. “Mirad, mis manos han dejado de temblar!”, dice con entusiasmo mientras se le entrevista y antes de que los medicamentos que toma empiecen a hacer efecto. Para probar que no miente, se levanta de la silla y empieza a chasquear los dedos. En 2018, una caída pudo hacerle caer en la depresión. Fue un estúpido accidente mientras se recuperaba de una operación para estirparle un tumor de la espina dorsal. Pero parece que se ha recuperado del todo, su estado es bueno, y él se muestra optimista.
Se encuentra bien, duerme perfectamente por las noches y le encuentra distintos sentidos a la vida. La enfermedad de Parkinson es imprevisible y toma de doce a quince pastillas al día, aunque cuando toma demasiadas pierde el control de sus gestos. Cada vez que ve a su anciana madre procura no desestabilizarla, es todo una cuestión de cálculo. Cuando se desplaza mide mentalmente el espacio que le separa de la gente y procura no estar muy cerca de ellas. En cierta medida, el Parkinson le ha enseñado a guardar la distancia social frente al Covid.
Con rigor, Fox dice que cada pequeño paso es una victoria. Regresar a su apartamento neoyorquino desde su despacho, que se encuentran ambos en el mismo edificio, es todo una aventura. Cada mañana, al levantarse, necesita una hora para ponerse en marcha. Y teniendo en cuenta que su escritura es terrible, utiliza a su asistente para dictarle el libro, aunque a veces con problemas, porque las ideas fluyen a su mente más deprisa que salen por su boca. A veces, Fox memoriza las escenas de manera casi fotográfica, no da más de sí. De repente, tomó su jubilación como actor el año pasado, aunque no está negado para el retorno en cualquier momento.
Acepta reflexionar acerca del momento en que le diagnosticaron en 1991 a sus 29 años que padecía Parkinson. Dice que tenía tendencia a beber sin límites y estuvo a punto de caer en el alcoholismo. No obstante, comenzó a sentir síntomas mínimos, sufrir dolores musculares y un ligero temblor en los dedos. Fue el neurólogo de su mujer, Tracy, quien le anunció que no podría trabajar en diez años, y a él le costaba aceptarlo. Dice que no sabrá jamás cómo llegó a tener Parkinson, que es imposible de predecir, es altamente desestabilizador. Tanto, que ha dejado de preguntárselo.
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