Alma del vino, corazón del verdejo

«Disfruto de un placer inmenso cuando caigo en la boca del hombre al que agota el trabajo, y su cálido pecho es dulce sepultura, que me complace más que mis frescas bodegas». En ocasiones, la disposición a leer y releer poesía de manera desordenada y ajenos al tiempo, halla poemas como El alma del vino, que nos induce a compartir el placer de la lectura con el desarrollo de otros sentidos, los entregados al disfrute de un buen vino, que son todos.

A la manera en que Charles Baudelaire es capaz de describir el proceso de la cata en verso, como una recompensa, una dicha y un canto a la vida, nos enfrentamos a una copa de vino como a un folio en blanco, listo para ser versificado, explicado y sobre todo, sentido. La vista trabaja en color amarillo, pálido pajizo, luminoso y claro; el olfato en lo exótico, frutal rico e intenso; el gusto en lo distinto, en la historia individual de quien lo prueba. En cada sorbo hay uvas, viñas viejas  vendimiadas a mano en el punto justo de maduración.

En caso del verdejo, su ingestión a la temperatura que requiere saludar al verano, de nuevo, implica una segura maceración en frío que hace que el mosto flor se impregne de todos los aromas varietales, que repose su historia y llegue al paladar. Un verdejo de Rueda es “un placer inmenso”  con alma de poeta que sabe describir sin estridencias, que mueve a su lector a ser bebido, añade siempre una experiencia única y añora no leer poesía más a menudo para encontrar el alma en cada copa.

Encenderé los ojos de tu mujer dichosa;
Devolveré a tu hijo su fuerza y sus colores,
Siendo para ese frágil atleta de la vida,
El aceite que pule del luchador los músculos.