La parte Bíblica del champagne
Repetir para diferenciar, y es que si no hay diferencia ¿por qué duplicar lo semejante?
Tengo que reconocer que me fascinan las botellas de champagne magnum, ese otro nombre, esa otra voz, ese otro rostro de un mismo vino.Cuando la botella clásica de 75 cl. se dobla sobre sí misma se convierte en una magnum. Pero éste no es el único tamaño existente, hay otros formatos que repiten sus proporciones a partir del modelo referencial de la botella estándar: Magnum (1,5 litros), Jeroboam (3 l), Rehoboam (4,5 l), Mathusalem (6 l), Salmanazar (9 l), Balthazar (12 l), Nebuchadnezzar (15 l), Melchior (18 l), Sovereign (25 l), Primat (27 l), Melchizedek (30 l), cada una de estas botellas es repetición de la anterior, pero al mismo tiempo difiere de su precedente en su mejor evolución en el tiempo. Repetir para diferenciar.
En efecto, estos nombres con sonido bíblico o del latín: Magnum, Jeroboam, Mathusalem, Salmanazar, Balthazar son nombres con una geometría implícita que van cambiando de dimensiones derivando en tamaños a veces excéntricos, algunos absurdos e imposibles de manejar, extravagantes o carentes de sentido para el consumidor de a pie. Sin embargo, estos grandes formatos, que según los expertos envejecen mejor, están pensados para colecciones privadas, guardadas por ser buenas añadas o para un mejor almacenamiento. Cada botella representa un espacio propio donde el vino se expresa de manera distinta a lo largo del tiempo.
La intención de los productores fue observar las diferencias en la repetición, ya que si no hubiese diferencia entre unas botellas y otras ¿por qué duplicar lo semejante? De este tema habló magistralmente el filósofo francés Giles Deleuze en su libro ‘Diferencia y repetición’. Un juego de palabras que me permite recordar que ciertamente existe una correlación entre el tamaño de la envolvente y la capacidad de su contenido de envejecer mejor. Y es que imagino que los productores, buscando un enfoque comparativo, trataron de ver qué pasaba dentro de la botella al ir aumentando su tamaño proporcionalmente. Una vez más, el espacio está unido al tiempo.
Pero volviendo al formato magnum, para mí «un doble no es ni un semejante, ni una copia, es otra cosa». Por eso digo que una botella magnum es otro vino, no es una simple repetición, y quizá sea esa diferencia lo que me fascina.
Sin entrar en temas demasiado técnicos, sabemos que en una botella magnum hay el doble de vino y la misma cantidad de oxígeno que en la tradicional de 75cl, por tanto habrá menos oxidación, factor este que incide en la conservación y la estabilidad de un vino a lo largo del tiempo. También sabemos que en botellas mayores hay un mejor desarrollo de las cualidades organolépticas del vino, además de ser menos susceptibles a los cambios de temperatura. Es decir, mayor longevidad pero también el vino necesita más tiempo para llegar a su redondez ya que, aunque evoluciona de manera más uniforme, también lo hace más lentamente.
Botellas que parecen duplicarse irónicamente presumiendo que pueden ser mayores, y mientras, los productores observan en silencio tratando de cartografiar el interior. A la espera de una nueva dimensión, las magnum siempre serán mi delirio y a la hora de elegir un champagne que el lector saque sus propias conclusiones.