Mezclados, agitados… los cócteles que llegan
Hay vinos y destilados tradicionales. Cada uno de ellos tiene un cigarro en su interior, que debe ser descubierto por nosotros.
Debemos celebrar que los cócteles hayan vuelto a instalarse en casa. Hace no tanto -lo hemos visto en tantas películas inglesas- cuando llegaban los invitados, alguien se acercaba al carrito de los destilados para preparar unos Martinis, con la naturalidad de quien acciona el interruptor de la luz o arregla los visillos del salón.
Era el inicio civilizado de la sociabilidad. La felicidad suena al frufrú del camarero que agita poderosamente la coctelera: es la resonancia -en versión metalizada- del malecón de La Habana, de las maracas de un criollo y, por algún lado, nos parece apreciar los aromas de 20 o 30 cigarros.
Hay vinos y destilados tradicionales -y quizá un poco aparcados en los últimos años- que están apareciendo de nuevo en nuestras barras. Hablamos de los amaros italianos -Ramazzoti, Lucano, el Vechio Amaro del Capo-, de tantos vermús, pero también del fantástico Cynar -lo mejor de la alcachofa en cada botella- o de las bebidas tipo “bitter” -Campari, Monin, Luxardo- y, por supuesto, de la creciente oferta de piscos y tequilas. Cada uno de ellos tiene un cigarro en su interior, que debe ser descubierto por nosotros.
Solo en Madrid hemos vivido en estas semanas el Concurso Nacional de Cócteles o la final regional del concurso de coctelería Made With Love. Además, -de aquí a finales de mayo- los fumadores estamos a tiempo de presentar nuestras propuestas al ‘Habanos Perfect Twist‘. Merece la pena presentarse, aunque solo sea para conocer a la sumiller -y miembro del jurado- Manuela Romeralo a quien debemos -corría el verano de 2006- uno de los mejores Oportos que nunca hemos probado. Y eso es decir mucho.
Hay cócteles para cada momento del día y, asociado a cada uno de ellos, encontramos un cigarro: para estos cócteles de aperitivo o para los que tomamos antes de cenar parecen más adecuados los cigarros tipo short, los robustos en su versión mini o las más tradicionales coronas (o medias coronas). Hace poco sorprendimos a nuestros invitados con un amaro Ramazzoti con Ginger Ale y un shot de ginebra seca, acompañado todo ello por una rodaja de pepino y un Partagás Short.
Un cóctel no es una mezcla al azar, no es el resultado del acaso. Se trata de la inteligencia y la sensualidad de una región aplicada a la combinación de alcoholes, de zumos y purés, de hierbas aromáticas. Es siempre una síntesis superadora; son nervio y sutileza y, desde luego, el anuncio de algo mejor. Hemos tomado mojitos en aquel -ya desaparecido- Centro Cubano: nos vigorizaban con la sabiduría de las bebidas isotónicas de la NASA.
También forman parte del espectro sentimental los cócteles de Champagne que cada tarde se producían por hectólitros en Embassy. Al final había quien mojaba en ellos las tartaletas de limón, y nosotros no pudimos censurarlo. Y qué decir de las Caipirinhas -samba en una copa- que nos sirven aún hoy en El Cock o, a unos metros, en Angelita. Debemos celebrar que los cócteles hayan vuelto a instalarse en casa.