Ramsés en el templo del glamrock

En los últimos meses, el restaurante ha contratado al valenciano Ricard Camarena.

Jesús Andreu. 09/06/2014

Ramsés es todo un mundo. Ocupa gran parte de un edificio, una bella y elegante construcción en la madrileña Puerta de Alcalá que alberga varios bares, bistró, discoteca y espacios secretos. Ha pasado por todo, del cielo de la elegancia al infierno de la lista B, de club para madrileños posh a parada de turistas despistados, de espacio predilecto de los ‘happy few’ a territorio de MHYV (a saber, Mujeres Hombres y Viceversa, programa delirante en el que un grupo de JHEDs (Jóvenes, Hermosos y Descerebrados) es humillado y tratado como carnaza sin que ellos lo sepan -¿o lo saben?- y se rebelen).

En los últimos meses, para salir de ese marasmo, ha contratado al valenciano de moda, Ricard Camarena. El espacio sigue siendo el mismo, un escenario suntuoso para ver y ser visto, Philippe Starck en estado puro. Desmesurado y hortera para unos y brillante en su exageración, para los que pensamos que el diseñador francés es capaz de lo mejor (el exprimidor sideral o la lámpara pistola) y de lo peor (la repetición, los brillos y las pieles exóticas).

Interior del restaurante Ramsés, Madrid

La cocina quiere estar a la altura del riquísimo marco y, además del menú convencional, se ofrecen ostras, gran variedad de champanes, carísimos vinos y hasta caviar con blinis. Por cierto, éstos más secos que la pata del capitán Garfio. 

El resto pasa con buena nota, desde unas excelentes alcachofas con velute de trufas, jamón y huevo a baja temperatura, a una correcta menestra de verduras de invierno con velute de escabeche, cuyo velute -por cierto, ¿qué narices será esto del velute?-  no se aprecia en los sabores, pero tampoco se añora, a un convencional y poco excitante cabrito al horno.

Menestra de temporada, Ramses

Diferente, tierno y sumamente aromático, por estar macerado y no simplemente aliñado, es el steak tartare. Lástima que lo acompañen de unas patatas paja con rigor mortis y unas tostadas, o bien de bolsa, o dignas de serlo.

Sin embargo, hay un plato que realmente deslumbra y que bien vale la visita, la parpatana de atún de almadraba con guiso de verdinas, una receta que cocina lentamente y con abrigo de papel la mejor parte del atún, consiguiendo casi confitarla y otorgándole una textura jugosa, muy sabrosa, sutilmente grasa y tierna como fruta madura.

Parpatana de atún, Ramsés

Una pena que después de ese éxtasis, que las verdinas no hacen más que perfeccionar, lleguen unas texturas de chocolate gigantes e incomprensiblemente bastas, un plato a rebosar de preparaciones farináceas. Mejor pedir la torrija con helado de mantecado, tan banal como una tarde de fútbol y tan tradicional como una Primera Comunión, pero correcta al menos.

El balance no es para tirar cohetes pero demos algún tiempo a Ricard Camarena, el mago de la papatana, quien como Starck es capaz de ser un reputado virtuoso y un tierno aprendiz en una misma tarde.

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