Ramsés en el templo del glamrock
En los últimos meses, el restaurante ha contratado al valenciano Ricard Camarena.
Ramsés es todo un mundo. Ocupa gran parte de un edificio, una bella y elegante construcción en la madrileña Puerta de Alcalá que alberga varios bares, bistró, discoteca y espacios secretos. Ha pasado por todo, del cielo de la elegancia al infierno de la lista B, de club para madrileñosposha parada de turistas despistados, de espacio predilecto de los ‘happy few’ a territorio de MHYV (a saber, Mujeres Hombres y Viceversa, programa delirante en el que un grupo de JHEDs (Jóvenes, Hermosos y Descerebrados) es humillado y tratado como carnaza sin que ellos lo sepan -¿o lo saben?- y se rebelen).
En los últimos meses, para salir de ese marasmo, ha contratado al valenciano de moda, Ricard Camarena. El espacio sigue siendo el mismo, un escenario suntuoso para ver y ser visto, Philippe Starck en estado puro. Desmesurado y hortera para unos y brillante en su exageración, para los que pensamos que el diseñador francés es capaz de lo mejor (el exprimidor sideral o la lámpara pistola) y de lo peor (la repetición, los brillos y las pieles exóticas).
La cocina quiere estar a la altura del riquísimo marco y, además del menú convencional, se ofrecen ostras, gran variedad de champanes, carísimos vinos y hasta caviar con blinis. Por cierto, éstos más secos que la pata del capitán Garfio.
El resto pasa con buena nota, desde unas excelentes alcachofas con velute de trufas, jamón y huevo a baja temperatura, a una correcta menestra de verduras de invierno con velute de escabeche, cuyo velute -por cierto, ¿qué narices será esto del velute?- no se aprecia en los sabores, pero tampoco se añora, a un convencional y poco excitante cabrito al horno.
Diferente, tierno y sumamente aromático, por estar macerado y no simplemente aliñado, es el steak tartare. Lástima que lo acompañen deunas patatas paja con rigor mortis y unas tostadas, o bien de bolsa, o dignas de serlo.
Sin embargo, hay un plato que realmente deslumbra y que bien vale la visita, la parpatana de atún de almadraba con guiso de verdinas, una receta que cocina lentamente y con abrigo de papel la mejor parte del atún, consiguiendo casi confitarla y otorgándole una textura jugosa, muy sabrosa, sutilmente grasa y tierna como fruta madura.
Una pena que después de ese éxtasis, que las verdinas no hacen más que perfeccionar, lleguen unas texturas de chocolate gigantes e incomprensiblemente bastas, un plato a rebosar de preparaciones farináceas. Mejor pedir la torrija con helado de mantecado, tan banal como una tarde de fútbol y tan tradicional como una Primera Comunión, pero correcta al menos.
El balance no es para tirar cohetes pero demos algún tiempo a Ricard Camarena, el mago de la papatana, quien como Starck es capaz de ser un reputado virtuoso y un tierno aprendiz en una misma tarde.